En 1925, Max Perkins, uno de los más importantes editores de Nueva York terminó de leer un manuscrito. Estaba fascinado por la historia y el texto, pero había algo que le producía un rechazo instantáneo: el título. Y no era para menos ya que la obra llevaba por nombre Trimalcione en el West Egg. Un nombre demasiado rebuscado que mezclaba a un personaje de la literatura romana, considerado como el prototipo de nuevo rico, con una pequeña ciudad del estado de New Jersey convertida en refugio de millonarios. Había que ser demasiado elitista para pillar ambas referencias, así que le pidió al autor que lo cambiara. Y en su lugar puso Trimalcione entre millonarios, cenizas y deseos. El editor consideró que la cosa empeoraba aún más y el escritor probó otros nombres para su obra, como El amante de las altas finanzas o El camino hacia West Egg. Pero ninguno de ellos convenció a su jefe quien, finalmente, tomó las riendas del asunto y le dio a la novela su título definitivo: El gran Gatsby. Al autor del libro, Francis Scott Fitzgerald, no le sentó muy bien aquello y siempre que se refería a su propia obra decía: “El título funciona, pero realmente es más malo que bueno”. No pensaba lo mismo Gore Vidal, quien aparte de considerarla una de las cien mejores novelas del siglo XX, pensaba que la decisión de Perkins había contribuido de forma definitiva al éxito comercial del libro. “Si hubiera conservado el nombre original no habría vendido ni un solo ejemplar”, afirmaba Vidal. “En cambio El gran Gatsby es un título delicioso, que da la sensación de hacerse música en los labios al pronunciarlo”. Casos como este no son únicos. Prácticamente nadie es capaz de imaginar que Lo que el viento se llevó pudiera llamarse de otra manera, pero en su momento la autora de la novela, Margaret Mitchell, manejó varias alternativas, entre ellas ¡No con nuestras estrellas! (que hacía referencia a la bandera de la confederación) y El mañana será otro día. Igualmente, George Orwell no lo tuvo nada fácil para elegir el título de su célebre novela futurista 1984. Inicialmente la iba a llamar El último hombre libre de Europa, pero tropezó con un problema peliagudo. La literatura fantástica y de ciencia ficción distópica (aquella que fantasea con sociedades aberrantes y dictatoriales) estaba a rebosar de “últimos hombres”. Para muestra: El último hombre de Mary Shelley o El último hombre de Londres, de Olaf Stapledon. Finalmente, Orwell tuvo la feliz idea de invertir las dos últimas cifras del año en el que escribió su obra, 1948, y obtuvo así el 1984 que tanta fortuna cosechó. Aunque hay algunas ocasiones excepcionales en las que todos habríamos deseado que la inspiración del editor de turno no hubiera mejorado el título inicial del autor. De este modo, por ejemplo, si Mi lucha de Adolf Hitler hubiera conservado su delirante denominación original, Cuatro años y medio de lucha contra las mentiras, la estupidez y la cobardía, probablemente su nefasta ideología no hubiera tenido una difusión tan amplia y acelerada entre sus contemporáneos.

Un héroe llamado Indiana Smith
Basta con tener en cuenta que En busca del arca perdida iba a llamarse en principio Indiana Smith (ese era el nombre inicialmente previsto para el personaje) y el poder infinito, para comprender que la elección acertada o errónea de un título puede cambiar la historia del cine, de la literatura o del arte en general. ¿Alguien cree que realmente se hubieran llegado a rodar 22 filmes de James Bond si la primera entrega de la serie en vez de 007 contra el Dr. No se hubiera llamado Un bikini y un smoking (más adecuado para una obra de Pedro Osinaga) tal y como pensó el productor Albert R. Broccoli.
Conscientes de lo que se juegan, los directivos de las grandes productoras están empezando a organizar concursos para que sea el público potencial quien elija los mejores títulos para las películas que van a estrenarse. Aunque no siempre la opinión democrática es la más acertada. Es lo que ha ocurrido con el nuevo filme de Will Smith. Los ejecutivos de la Universal organizaron preestrenos con público escogido y pidieron a los espectadores que eligieran entre varios títulos posibles: Infrahéroe, El héroe infiel… Pero los voluntarios los rechazaron todos, y la película acabó llamándose Hanckok, un nombre que tampoco nos dice mucho sobre su auténtico contenido.

Redacción QUO