Esfuerzo, soledad, emoción, tesón…. Una regata de alto nivel que da la vuelta al mundo constituye un torbellino de desafíos y sorpresas. Anna Corbella, una de las dos regatistas del equipo Gaes, nos regala aquí las experiencias adquiridas en lala Barcelona World Race 2010-2011.

Adiós, Barcelona

Tres, dos, uno… ¡cero! ¡Empieza la regata! Este momento siempre llega mucho más tarde de lo que te gustaría. Son tantas horas previas antes del momento de la salida, ¡que parecía que no iba a llegar nunca! Hacía un día triste para despedir Barcelona y la familia, pero a la vez, acompañaba poéticamente el momento.

A bordo estábamos tristes, alegres, nerviosas… Y el barco de mis padres, que estaba a unos metros, nos seguía,con unos sentimimentos parecidos. También estaban todos mis sobrinos pequeños mi hermano, mis amigos, toda mi familia, mis patrocinadores y parte del equipo de un documental que se estaba rodando sobre nosotras.

Adéu Barcelona! Empezaba la Barcelona World Race 2010-2011 y yo era una de las protagonistas… El mar era de un profundo azul marino casi negro y era el color de lo que a partir de ese momento sería mi ‘suelo’. Las primeras horas el silencio se apoderó de nosotras. Había tantas imágenes de la despedida, tantos momentos intensos que los íbamos repasando mentalmente sin querer perder ni un segundo de recuerdo…

De las horas pasamos a los primeros días, y con mi compañera de navegación, Dee, todo fue fluyendo muy fácilmente. Hablamos por primera vez de las peculiaridades de nuestro sueño, de las manías, de nuestras intimidades. Y en lo más hondo de nosotras sólo queríamos ser ser la mejor compañera de viaje, la una de la otra, en un periplo tan grande como el que se nos presentaba. Y así fue, hasta el final.

Gibraltar

Todo pareció torcerse. Nos habíamos enganchado a una red de pesca y estuvimos horas y horas cortándola delante del mismo barco pesquero. ¡Fue horrible! Estaba enredada en la quilla y el timón y era de noche, lo cual era muy desorientador. Había una total oscuridad y los pescadores marroquíes no paraban de gritarnos. Esas redes que devastan, arrasan y destruyen todo lo que se pone en su camino nos pescaron a nosotras. Al día siguiente, con la luz de la mañana, me tiré al agua a sacar todo lo que quedaba de red pegado a la quilla. Cuando finalmente confirmamos que lo habíamos limpiado todo, a pesar de ser una buena noticia, nos desanimamos mucho ya que habíamos perdido el buen ritmo. Y nos hizo pensar en cuántas redes de este tipo deben andar a la deriva por los océanos.

El día 6 de enero por la mañana los regalos reposaban en la mesa de cartas. Abrimos los regalos: ¡qué ilusión ver el pendiente agarrado a la pata de un muñeco que pretendia ser mi perra Piula! Todo llevaba unos mensajes estritos en un papel minúsculo, con una letra minúscula. “Para que te lo pongas al cruzar el cabo de Hornos”: los Reyes Magos de mis padres se tomaron muy en serio lo que les dije, que si debía haber algo extra en el barco tenía que ser pequeño y ligero.

El barco iba rápido y botaba bastante, ya que estábamos aproximandonos a un frente. Hacía falta cruzar el estrecho de Gibraltar y virar, para por fin poder ir dirección Sur.

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Atlántico

Tanto Dee como yo queríamos darlo todo para hacerlo lo mejor posible pero, junto con el equipo de tierra, vimos que éste no era nuestro objetivo. No seríamos competidoras agresivas, sino “más lentas, pero más seguras”. Esa idea nos nos encantó porque teníamos clarísimo el objetivo: llegar. Era la única forma de compreder esa regata: los barcos de delante eran más rápidos, y además era gente con muchísima experiencia. Nuestras cartas a jugar eran la fiabilidad, es decir, no romper.

Empezamos a navegar y entonces llegaron los primeros retos y las primeras superaciones. A los once días de regata y muy cerca de cruzar los temidos Doldrums, alcanzamos nuestra máxima velocidad registrada en el GPS hasta el momento. Hacía sol y calor, disfrutábamos el momento y cada día divisábamos un grupo de islas diferente, llegando a Cabo Verde. Entonces, de repente, empezaron a seguirnos los peces voladores, grandes compañeros de viaje desde ese momento. Aunque al principio me hicieron gracia, terminé odiándolos, ya que estaban por todas partes y parecían culparnos de su inminente muerte al chocar con el barco. Algunos conseguían salvarse de forma impresionante: girando sobre sí mismos movían las alas para volver al agua.

¡Recórd de permanencia en alta mar!

Era nuestra tercera semana a bordo del GAES y aunque ya empezaba a sentirme como en casa. Con poco viento y poco trabajo a bordo, aprovechamos para revisarlo todo, comer y dormir, ya que lo duro estaba por llegar. El calor era sofocante, pero nada que no pudiera arreglarse con una ducha con el cubo. ¡Aunque el agua había alcanzado los 30 grados! La primera noche que refrescó y nos pusimos el jersey polar supimos que la meteorología estaba cambiando.

La gran celebración de esa semana fue mi récord de permanencia en alta mar, que eran 21 días. Esos 21 días de la Mini Transat, mi primera regata transatlántica en solitario, se me hicieron muchísimo más largos que estos mismos 21 de la Barcelona World Race. Supongo que porque en la Mini el barco es más incómodo y exigente de modo que las horas pasan lentas y el cansacio físico siempre es mayor. Ahora, en cambio navegaba en un barco más habitable, y éramos dos personas.

Cuando sobrepasé la latitud de Salvador de Bahía me vinieron los recuerdos de hacía poco más de una año. Allí es donde acababa la Mini Transat y no sólo fue el final de una regata, sino que era el principio de lo que estaba viviendo entonces. Ésa fue una gran experiencia y creo que esa regata cambia a las personas, o almenos acabas conociéndote un poco más. En mi caso descubrí que eso que hacía me gustaba y que quería aprender más y seguir por ese camino. Y así fue que en poco más de un año estaba participando en la Barcelona World Race, rumbo Sur a por el Cabo de Hornos, persiguiendo mi sueño en el GAES: ¡dar la vuelta al mundo sin parar!

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El Gran Sur

Pasamos varios días de desesperación, viendo como los otros barcos se distanciaban de nosotras sin poder hacer nada, ya que habíamos sido prisioneras de las calmas del anticiclón de Santa Elena. Allí estábamos, noche y día intentando dar un empujón al GAES por poco viento que hubiera. Y por fin, pareció que nos habíamos librado de la agonía y ya estábamos en el Gran Sur. A partir de entonces tendríamos cielos grises, agua fría, icebergs y condiciones más extremas.

La semana empezó con la dulce celebración del cumpleaños de Dee y el montón de mensajes y mails que recibió en las últimas horas y ella, tan profesional, respondía a todos los correos con “Mi deseo es que el barco empieze a moverse”. Y así fue, poco a poco pasamos de 5 a 20 nudos, y las temperaturas nocturnas ya comenzaron a caer dramáticamente.

A pesar de que el GAES todavía operaría con UTC, nuestra ubicación supondría un cambio horario. Cada día amanecería más temprano y pronto no sabríamos si tendríamos que desayunar, comer o cenar.

El mes de enero terminó con cierto pesimismo a bordo ya que no habíamos podido cambiar la ruta que nos indicaba el software. Tuvimos que enfrentarnos al hecho que estábamos destinadas a navegar contra el viento durante las siguientes semanas. Esta dirección nos llevaría hacia el norte, con lo que añadimos millas a la distancia recorrida mientras que los que estaban delante de nosotras un poco más al Sur disfrutaban de buenas condiciones de viento y ganarían unas 600 millas de ventaja. Esta situación fue frustrante. Además, el barco sufría, los golpes con las olas eran increíbles, y sufrimos físicamente. En esa ceñida las olas eran muy grandes y en una de estas las dos resbalamos y nos caímos. Yo me di en el hombro y Dee en la rodilla. Podía haber sido peor, pero navegar en estas condiciones con dolor lo hace todo mucho más difícil.

Ésos días nos acompañaron cientos de aves marinas. Primero fueron tres petreles que nos siguieron durante más de 4 días. Yo no estaba acostumbrada y me hacía ilusión tener compañía durante mis guardias. Después llegó el primer albatros. Tengo una gran debilidad por los animales, y será por eso que estas escenas me alegraban y me hacían disfrutar de la naturaleza.

Sin embargo, el mar también está lleno de contradicciones: en medio del Atlántico Sur nos encontramos decenas de plásticos, botellas, cajas, boyas… Eran como mareas que iban y venían, formando una cantidad exagerada de suciedad flotando en el agua. Durante dos días pudimos experimentar este extraño y doble espectáculo grotesco: las aves y los plásticos. La verdad es que da mucho que pensar y me entristece ver como todo aquello que flotaba era producto del hombre. No me parece justo para el planeta ni para nuestra generaciones futuras. Me pregunto en qué estado debe estar nuestro planeta si en medio del océano vemos tal espectáculo de porquería, y hasta qué punto podrán ciertas especies convivir con toda esta contaminación. Sólo deseo que todos nos concienciemos de la importancia de cuidar nuestro entorno.

Llegando a Australia

La segunda semana de febrero fue de las más agradables de la navegación. Con otra puerta de hielo recién superada, ahora podíamos empezar a pensar en el buen tiempo. Nos bendijo una temperatura alta y un viento agradable que nos ayudó a prosperar hacia la dirección deseada durante unos días y las condiciones a bordo también resultaron ser buenas: nos pudimos lavar el pelo a fondo y sentirnos un poquito más limpias y secas que de costumbre.

Todo era perfecto sino fuera por mi pequeño ‘jet lag’ con la comida. No sabía si decidirme del todo con seguir a Dee en su fiel cumplimento de las horas UTC, o relacionar las horas del día con el tipo de comida (cenar de noche, desayunar al amanecer…). El problema era que la ubicación solar había cambiado respecto a nuestro horario, y a las 2 de la madrugada teníamos un sol de espanto. Fue curioso ver como el cuerpo tenía tendencia a adaptarse a la luz solar más que al reloj, por la comida y por las horas de sueño.

Primera gran tormenta

En la séptima semana a bordo pasamos un auténtico frente típico del Gran Sur, con vientos de hasta 50 nudos, olas grandes, lluvia y ambiente gris y frío. En días anteriores, ya sabíamos que ésto iba a llegar, y yo no estaba muy tranquila. Enfrentarme a estos mares no es una cosa que haga cada día, y me imponía cierto respeto. El ambiente a bordo antes de un episodio de éstos es algo más serio y la concentración y el silencio van aumentando. Se tiene que preparar el barco y también prepararse uno mismo, y eso significa comer y dormir. Cuando llega la peor parte a veces no puedes ni comer ni dormir, así que es mejor estar bien descansado.

Y el frente llegó como suelen: una nube, mucha lluvia y de repente viento de alta intensidad. Nos acechó tan de golpe, que no tuvimos tiempo de reducir las velas, así que durante un rato la navegación fue estresante. Nos pasó una ola por encima que creo que hizo desaparecer el barco por entero unos momentos. Al cabo de un rato y con bastante esfuerzo, conseguimos dominar a ‘la bestia’ y con las velas adecuadas pudimos salir y disfrutar del espectáculo. El mar era gris, las olas grandes pero bastante ordenadas, el viento levantaba el agua y hacía que las crestas de las olas se volvieran de azul turquesa. Algunos albatros decidieron acompañarnos en nuestra aventura. El espectáculo fue increíble y el barco se portó de forma impecable. Horas más tarde el peligro ya había pasado, pero nos quedó el sabor de esta aventura y de la sensación de haber sido bautizadas por el Gran Sur.

Cabo Buena Esperanza

Su silueta es inconfundible. Cualquier navegante lo reconocería, y yo soñaba con él desde hacía tiempo. Apareció entre unas nubes de tormenta, estaba oscureciendo y pensábamos que no lo veríamos, pero apareció. El subidón de adrenalina de ese momento es difícil de explicar, la felicidad de doblar este cabo y apuntar hacia casa es muy grande. Llamé a mis padres que, aunque en Barcelona fuera de madrugada, estaban despiertos. Esperaban esa llamada, y fue un momento cargado de emoción.

Llegada a Barcelona

102 días… se dice rápido, y fue eterno. La última noche a bordo fue genial. Notar el sabor de ese éxito, celebrarlo en silencio, solas, casi sin hablar… a esas alturas una mirada lo decía todo. Estabamos felices, contentas de ver a los nuestros en unas horas. Sabíamos que era el final, que lo habíamos conseguido, y que teníamos un equipo que era el mejor del mundo. Ellos nos prepararon el barco de la mejor manera que sabían, y gracias a eso pudimos luchar contra todo. Las luces de Barcelona se veían desde muy lejos, se hizo de día y empezaron a aparecer lanchas, barcos, amigos… y hasta una golondrina llena de trabajadores de GAES. ¡Qué gran momento, qué ganas teníamos de veros a todos!

Redacción QUO