Molotov no inventó el cóctel que lleva su nombre. Lo bautizaron así como un insulto hacia él. Vyacheslav Mikhailovich Skriabin (1890-1986) adoptó el apodo de «Molotov» (molot significa ‘martillo’ en ruso) durante su juventud como organizador del partido bolchevique y periodista clandestino en la Rusia prerrevolucionaria. Se convirtió en el ayudante más fiel de Stalin y fue uno de los cuatro únicos miembros del gobierno revolucionario de 1917 que sobrevivió a sus purgas en la década de 1930.

La historia del cóctel Molotov empieza en 1939, cuando, en tanto que ministro de Exteriores soviético, autorizó la invasión ilegal de Finlandia, semanas después del estallido de la segunda guerra mundial. Durante las primeras fases de la invasión, declaró en comunicados radiofónicos que las bombas que lanzaban los aviones soviéticos eran, en realidad, paquetes con alimentos para la hambrienta población finlandesa.

Finlandia opuso más resistencia de lo que había anticipado el gobierno soviético, y la invasión se alargó durante el crudo invierno de 1940. El arma secreta de los finlandeses era una bomba incendiaria casera, hecha con una botella llena de líquido inflamable y cerrada con una mecha. Habían copiado la idea al ejército fascista del general Franco, que acababa de ganar la guerra civil española. Los fascistas habían ideado estas bombas de mano para desarmar los tanques de construcción soviética que utilizaban las fuerzas del gobierno republicano de izquierdas. Los finlandeses las llamaron «cócteles Molotov» como un chiste: «eran la bebida que acompañaba a los paquetes de comida». Fabricaron más de 450.000 en una destilería de vodka estatal. Su fama se extendió y, al final de la guerra, los combatientes de ambos lados ya conocían los «cócteles Molotov».

La desinformación sobre los paquetes de comida fue una estrategia característica de Molotov. No era militar, sino un burócrata experto en el uso de la propaganda. La guerra con Finlandia fue resultado del pacto Molotov-Ribbentrop, que había firmado con los nazis en agosto de 1939. Era un acuerdo secreto entre la URSS y Alemania, en el que se repartían Polonia y los estados del Báltico. No se hizo público hasta el final de la guerra, y Molotov murió negando todavía que hubiera existido, pero permitió que Alemania invadiera Polonia -el desencadenante de la segunda guerra mundial- y que la URSS invadiera Finlandia. También hizo posible que Molotov destruyera la resistencia polaca autorizando el asesinato de 22.000 soldados polacos en lo que se conoce como «la masacre del bosque de Katyn», en marzo de 1940.

El breve pacto con Alemania no fue el único legado de Molotov. Durante las purgas soviéticas de la década de 1930, se le ocurrió utilizar listas para firmar las condenas de muerte y, así, acelerar el proceso. Entre 1937 y 1938 firmó personalmente 372 órdenes de ejecuciones en masa -superó al propio Stalin-, que supusieron el asesinato de más de 43.000 personas.

Era vegetariano, abstemio y coleccionista experto en primeras ediciones -muchas estaban dedicadas por autores que luego envió al Gulag-. Molotov fue el último bolchevique superviviente. Falleció, aún estalinista impenitente, en 1986, justo después de que Mijaíl Gorbachov anunciara las reformas de la Perestroika, que llevarían, cinco años después, a la disolución de la URSS.

Redacción QUO