De piedra nos hemos quedado. Cuando falta solo un día para que se cumplirá un año exacto del robo de Codice Calixtino de la catedral de Santiago (suceso ocurrido el 5 julio de 20119, el pasado 4 de julio la policía encontró por fin el valioso documento escondido nada menos que en el interior de una bolsa de basura.

Durante 800 años el Códice ha guardado estricto y respetuoso silencio, pero tras la liberación no ha podido más y tal vez fruto de la tensión vivida, ha estallado y ha dicho todo lo que llevaba ocho siglos guardándose. Y sus declaraciones no van a dejar indiferente a nadie. Claro, siempre está que sean capaces de creer que un códice medieval puede hablar. En fin… A continuación reproducimos con la mayor fidelidad posible lo que el legajo tenía que decir.

Reportero. Por fin le han liberado de las garras de su secuestrador.

Códice. Ya era hora… Han tardado casi un año, les ha faltado un día. Seguro que si hubieran puesto un cartel al estilo de esos que dice: “Se nos ha perdido una gatita negra con rayas blancas”, me hubieran prestado más atención a mi caso.

Reportero. No se ponga así, que no ha sido eso… es que las investigaciones fueron mal encaminadas desde un principio porque lógicamente creían que los ladrones eran una banda especializada en robo de obras de arte.

Códice. Pues ya ve… Al final era un simple electricista.

Reportero. Sí. Es que esta historia al principio parecía digna de un best-seller estilo Código Da Vinci, y al final ha resultado más propia de un tebeo de Pepe Gotera y Otilio.

Códice. Es que en este país las intrigas siempre tienen algo de berlanguiano. Por eso, si en una novela anglosajona el principal sospechoso siempre es el mayordomo, pues aquí debería serlo el electricista o el chapuzas de turno.

Reportero. Lo que me extraña es que con lo valioso que es usted, las medidas de seguridad fueran tan parcas.

Códice. Quite, quite… las medidas de seguridad eran lo más de lo más. Me tenían encerrado en una cámara de seguridad de última generación. De esas que no se abren ni con dinamita. Lo que pasa es que los muy chapuzas se dejaban siempre la llave puesta en la cerradura. Y así, pues claro, pasó lo que pasó.

Reportero. Mire, yo no quiero hacer más sangre en la herida. Pero esa dejadez demuestra que no se preocupaban mucho por usted.

Códice. Pues ya que ha sacado el tema le diré que yo siempre he sido maltratado. ¡Físicamente!

Reportero. ¿Y eso?

Códice. Verá. Ya en el siglo XV alguien arrancó la página número 220, de la que nunca más se ha vuelto a saber. Aunque para quitarle importancia al hecho los historiadores dicen que estaba en blanco. ¿Pero que sabrán ellos si nunca la han visto?

Reportero. ¿Y estaba en blanco?

Códice. Entre usted y yo… no. La que sí lo estaba era la número 1, que también la arrancó algún gracioso en el mismo siglo, y que tampoco ha vuelto a aparecer.

Reportero. Cielo santo. Le estaban mutilando a usted página a página. Que cosa más horrenda.

Códice. Nada comparado con lo que me hicieron en el año 1609. Me recortaron todas las hojas que eran de mayor tamaño para igualarlas con el resto. En fin… menos mal que luego me dejaron en paz.

Reportero. ¿Y eso?

Código. Pues que se olvidaron de mi existencia. Me dejaron sobre una estantería del archivo y “si te vi no me acuerdo”. Hasta el siglo XVIII, que me encontró un jesuita llamado Fidel Fita, se pensaban que había desaparecido.

Reportero. Vamos… que tiene usted un historial de cuidado.

Códice. Ya le digo… Si lo que realmente me extraña es que esta vez me hayan echado de menos.

Reportero. Me gustaría saber que pensaría su autor de como le han maltratado.

Códice. Autores. Porque los historiadores creen que fui confeccionado por cuatro personas. Pero como no se conocen sus identidades se refieren a ellos con los apodos de Scriptus I, Scriptus II, Scriptus III y Scriptus IV. Con semejantes nombrecitos, parece como si hubiera sido engendrado por las aplicaciones de un smartphone.

Reportero. Claro, y de eso en el siglo XII no había.

Códice. Tampoco había electricistas que pudieran robarme.

Reportero. Por cierto, ¿por qué lo hizo? ¿Por dinero?

Códice. ¡Que va…! Por vengarse del deán de la catedral.

Reportero. Pues debió hacerle algo muy gordo.

Códice. Fíjese, le tuvo veinticinco años trabajando sin hacerle contrato. Así que el hombre se hartó y fabricó un contrato indefinido falso. Cuando el deán se enteró le despidió.

Reportero. Es que la precariedad laboral siempre tiene funestas consecuencias.

Códice. Sí, y al final la culpa de todo la ha pagado este inocente legajo.

Reportero. No se ponga triste, que todo ha tenido un final feliz. Y dígame… ¿que espera del futuro?

Códice. Pues si le soy sincero, lo peor. ¿Qué se apuesta a que ahora les da por digitalizarme y en el proceso no solo me recortan un poco más sino que a lo mejor tal vez se pierden también las páginas 2 y 199?

Reportero. No me apuesto anda, porque sinceramente me importa un bledo, como a la mayoría de la gente.

Códice. ¿Lo vé? Nadie me hace caso. Deberían rebautizarme y llamarme El Códice Meimportauncominux.

Reportero. No se tan trágico.

Códice. No soy trágico. Solo viejo. Muy viejo. Y estoy cansado. ¿Podría devolverme a mi bolsa de basura? Al menos ahí estaba más calentito que en la caja fuerte.

Vicente Fernández López