Se dice con mucha facilidad que alguien o algún instrumento tienen un sonido muy fresco. Pero se demuestra con mucha dificultad. Es un problema que no tiene el hidraulófono, un órgano de agua que, aparte de ser peculiar y muy veraniego, ayuda a entender muy bien cómo funcionan los instrumentos de viento.

El funcionamiento de estos instrumentos, como la flauta o el saxofón, se basa en un principio muy básico: una columna de aire que, al pasar por un tubo, emite un sonido que es más grave o más agudo dependiendo de cuánto aire salga por el otro extremo, y en qué parte del tubo esté. Para eso están los orificios: si tapas unos u otros, o varios a la vez, el sonido y, por lo tanto, la nota, cambian.

En los llamados instrumentos de viento madera (saxofón, oboe, el acordeón…), lo que ocurre es que hay unas lengüetas que modulan la vibración del aire y de paso el timbre. Pues bien, el órgano de iglesia de toda la vida funciona por ese mismo mecanismo, y por eso hay que insuflarle aire mientras se toca, con unos pedales que siguen una lógica similar a la de un inflador.

Así que, si sustituimos el aire por agua –aunque también han probado con otros fluidos que circulan más lento y dan otro timbre–, tenemos un hidraulófono. Sea como sea, es igual de peculiar de ver que de oír:

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Redacción QUO