Cada semana se juegan en España 30.000 partidos federados, más de un millón al año, según la Federación Española de Fútbol. ¿Qué tiene este deporte que tanto atrapa? Universalidad, territorialidad e identidad son factores que determinan su éxito. Pero también, según indica Francisco Fuentes, titular de Psicología en el Deporte de la Politécnica de Madrid: “La complejidad de los propios equipos, con líneas defensivas, de organización, de inteligencia, de visión de juego. Hay 22 jugadores en el campo, con 22 roles diferentes que permiten que cada uno de nosotros elijamos el que más se adecue a nuestra personalidad. Los más temerosos se identificarán con un defensa, que contiene su jugada, bloquea la situación. El más vehemente, con un delantero. Quienes no gustan de intervenir mucho, pero sí hacerlo de forma decisiva cuando la situación lo requiere, se verán proyectados en el portero. Todos podemos encontrar un modelo que nos identifique”.

Físicamente, la revolución es total. Se produce una importante excitación de la corteza cerebral que determina que el organismo experimente alteraciones metabólicas. La presión arterial aumenta, también lo hace el ritmo cardíaco; el aparato digestivo, el sistema renal y toda la red cardiovascular aceleran su funcionamiento… ¿Quién es capaz de soportar este tsunami sin inmutarse?

Antes de la victoria final, la testosterona sube un 29% y el cortisol un 52%, según un estudio de Mercedes Almela, investigadora del Laboratorio de Neurociencia Social de la Universidad de Valencia.

Almela analizó el comportamiento de un grupo de aficionados de la Selección Española durante la final de 2010 y comprobó que la expectativa de victoria no era lo que más incidía en las variaciones hormonales. “Tomamos mediciones al principio del partido, durante el encuentro, al final y quince minutos después de que hubiera concluido. Tras analizar los resultados, comprobamos que la respuesta no estaba condicionada por un posible triunfo del equipo, sino que se mantuvieron altos continuamente”, explica.

El cortisol se conoce popularmente como la hormona del estrés. Su secreción se incrementa ante una amenaza física –un accidente de coche, una ataque, un robo– y tiene como finalidad ayudar a afrontar ese riesgo. Favorece que haya glucosa en sangre y que los músculos y el cerebro tengan más energía para poder estar más despierto. El objetivo es elegir la opción que más posibilidades de supervivencia ofrezca. Es como una especie de guardia urbano que organiza el conjunto de respuestas necesarias ante una situación de riesgo. “En el fútbol, explica Almela, no está en peligro la vida. Lo que hemos observado es que el cortisol, aparte de reaccionar ante amenazas de tipo físico, también lo hace en situaciones que ponen en riesgo la autoestima, la valía y la identidad social. Cuando se trata de una competición internacional, en la que se valora el estatus de un determinado país, los niveles de cortisol aumentan para protegernos de un posible fracaso, para que las respuestas individuales sean las más adecuadas y originen el menor quebranto posible”. También la testosterona que se segrega tiene una misión de defensa del estatus social. “Estamos investigando cómo influye en la conducta durante un encuentro. Es muy probable que el aumento de esta hormona sea el causante de los enfrentamientos que se producen al final de un partido entre un equipo y otro”.

RECOMPENSA INMEDIATA

El cerebro necesita placer. Y el fútbol se lo da. Su éxito radica en que es fácil de seguir, con unas reglas que no es necesario dominar para entenderlo y una duración lo suficientemente dilatada como para que puedan producirse diferentes emociones. Proporciona evasión, distracción y novedad. Cada año se rediseñan las camisetas, el merchandising se actualiza, hay nuevos jugadores. Es placer inmediato envuelto en la satisfacción de pertenecer a un grupo.

Las selecciones nacionales no permiten jugadores extranjeros porque lo que está en juego es una competencia entre países. El fútbol pasa, así, a ser una forma lúdica de sustituir la guerra por un juego con vencedores y vencidos. Es necesario defender el territorio propio, invadir, penetrar en el del otro grupo y derrotar”, explica Rubén George Oliven en su obra Fútbol y cultura. Los equipos representan algo más que once jugadores: encarnan el sentimiento colectivo tanto en el ámbito local como mundial. “La identidad es algo abstracto”, decía Lévi-Strauss, “sin existencia real, pero indispensable como punto de referencia”. Tanto que ha sido determinante en el hecho de que haya más países miembros de la FIFA que de la ONU.

Esa necesidad de pertenencia a un colectivo se ha trasladado hoy a las redes sociales. Twitter y Facebook compiten por atraer followers de los diferentes jugadores, y webs como incondicionales.com y futmi.com permiten a los foreros compartir experiencias y afición.

AMIGOS Y AFICIONADOS EN 3D

Pero “la verdadera red social está en el campo”, en opinión de Joaquín Casariego, director de la Plataforma Española de Ensayos Clínicos. “En una competición futbolística, la exaltación de la amistad que se produce con las cincuenta personas que hay en las gradas de alrededor es increíble. Conectas con todos ellos en tiempo real. A lo mejor alguien dice una tontería y el resto se empieza a desternillar. Se genera una filia importantísima, en ese preciso momento, sin retardos de ningún tipo, y en tres dimensiones. Los roles de unos y otros están perfectamente claros. Hay quienes se encargan de animar, otros de silbar, los aficionados que quieren cargarse a un entrenador pitando y organizado jaleo… Va mucho más allá de lo que permiten las redes sociales”, opina. Y de lo que son los sexos. Según la investigadora Mercedes Almela, los incrementos de testosterona y cortisol que se producen están motivados por el grado de afición de las personas analizadas, y no por ser hombre o mujer.

La lealtad al equipo es lo que une a los aficionados. Pero ¿por qué se mantiene esta fidelidad a ultranza? Lo lógica y el instinto de supervivencia aconsejan seguir al equipo ganador. “Si no lo hacemos, es porque una vez que nos identificamos con un modelo, modificar ese estereotipo requiere mucho esfuerzo”, en palabras del psicólogo Francisco Fuentes. “Debería ser un acto racional y buscarnos un patrón más exitoso cuando el que tuviéramos dejara de funcionar. El problema es que hay en juego muchas emociones, ideologías, afectos… Puedes llegar a entristecerte o lamentarte profundamente por un resultado, pero sustituir el patrón adquirido cuesta, porque implica la aceptación de un fallo, un error en el proceso identificatorio».

Además, al individuo siempre le queda la esperanza de una victoria futura que alimente las fantasías y las emociones”, añade Paco Fuentes. Expectativas que seguirán vivas hasta que el árbitro pite… fin del partido.

Marta García Fernández