Frank Sinatra cantaba aquello de que “Las Vegas es la única ciudad en la que el dinero habla”. Pero, claro, eran los años 60 y hoy habría que nombrar también Macao, urbe que ya ha superado a la norteamericana como capital mundial del juego. Y podría ser que muy pronto también haya que incluir a Madrid o Barcelona, las localidades españolas donde podría ubicarse el controvertido proyecto Eurovegas.

Pero, más allá de la discusión sobre la idoneidad o no de dicha inversión: ¿Cómo es un casino? ¿Cómo funciona? Porque, por encima de su condición de centro de ocio, un casino es un engranaje perfectamente diseñado para que los clientes se dejen el dinero en él. Un negocio diseñado hasta en el mínimo detalle siguiendo pautas científicas y psicológicas.

ALFOMBRAS CON DIBUJOS ALUCINÓGENOS
En los casinos no hay ningún detalle dejado al azar. Hasta el evidente mal gusto de algunos elementos decorativos tiene su razón de ser. Cuando un cliente penetra en uno de estos locales es probable que le sorprenda lo terriblemente “horteras” que resultan sus alfombras. Según el psicólogo David Schwartz, director del Centro de Investigación de Apuestas de la Universidad de Nevada: “Las alfombras de los casinos son un ejemplo deliberado de mal gusto que, de alguna forma, estimula a las personas para seguir apostando”.

En 2004, Schwartz dirigió una investigación para tratar de averiguar cómo influían el color y los vistosos diseños de las alfombras en el ánimo de los apostadores, y el resultado al que llegó fue el siguiente: “Los colores neutros, como el blanco, el gris y el beis envían mensajes de paz y calma al cerebro”, explicó el investigador. “Y el efecto contrario se consigue con las psicodélicas y polícromas alfombras de los casinos.

Sus brillantes y chillones colores son parte de la cuidada atmósfera que busca impedir la relajación y difuminar la sensación de temporalidad de la mente del apostador.” Y no solo los colores. También los patrones de sus diseños. Las alfombras del Caesars Palace de Las Vegas lucen un estampado en forma de rueda que su propio diseñador, Chris Masulynzski, reconoce que no ha sido elegido al azar. “La rueda era el símbolo romano de los caprichos incontrolables y de la fortuna, así que nos pareció que era muy apropiada para decorar el suelo de un casino”, explica. Y el propio doctor Schwartz le da la razón: “Las alfombras están diseñadas para que la vista del jugador vibre gracias a sus colores y formas, para mantenerle con el estímulo necesario como para que continúe apostando”.

En el fondo, la investigación de Schwartz solo confirma lo que el escritor Hunter S. Thompson ya describió en 1972 en su relato autobiográfico Miedo y asco en Las Vegas: “En un casino te encuentras atrapado en una prisión de impresiones sensoriales… Estaba tratando de descansar los ojos, vi las alfombras y pensé… Mierda, no puedo hacer eso aquí tampoco”.

EL SUEÑO DEL GÁNSTER ‘BUGSY’ SIEGEL
Llegados a este punto, conviene especificar que estamos hablando del llamado casino americano, el típico de Nevada o Atlantic City, cuyo modelo se ha exportado también a lugarescomo Macao y Singapur, y que será, con toda probabilidad, el que se construya en España si finalmente se da luz verde al proyecto Eurovegas. Por el contrario, el casino europeo, el que puede encontrarse en lugares como Mónaco y Madrid, es un tipo de local decimonónico diseñado de forma acogedora. No busca tanto atraer a miles de turistas como hacer que su clientela, bastante selecta, se encuentre en un ambiente lo más acogedor posible.
Paradójicamente, el primer gran casino que abrió en Las Vegas en 1946, el Flamingo, fue un intento de su propietario, Billy Wikerson, de importar el modelo europeo a EEUU y de construir un local de diseño elegante y exquisito que rompiera con la vulgar tónica habitual de los casinos de Atlantic City, que entonces era la gran metrópoli americana del juego. Pero su proyecto se fue al traste cuando Wikerson se asoció con el gánster Ben “Bugsy” Siegel. El mafioso financió económicamente el proyecto de Billy, pero a cambio alteró por completo su idea original. Siegel se trajo a uno de los mejores diseñadores de decorados de Hollywood, Cedric Gibbons, quien le sugirió construir un local de estructura laberíntica.

El Flamingo se convirtió en un local en el que la planta del casino era un espacio inmenso dividido en dos partes claramente diferenciadas. Una para las mesas de juegos (ruleta, póquer…) y otra para las tragaperras. En ambas, pero especialmente en las segundas, las mesas (que se contaban por decenas) y las máquinas (por centenares) se distribuían sin ningún orden lógico, de forma arbitraria, creando una sensación de caos que perseguía que el cliente no supiera orientarse ni encontrar la salida.

“Bugsy” Siegel acabó asesinado a tiros por haber desviado sin autorización fondos de la mafia de Chicago para construir su hotel-casino, pero el Flamingo se convirtió en la referencia en cuanto a construcción y diseño de lo que iban a ser los futuros y míticos templos de juego de Las Vegas.

HACER QUE EL CLIENTE SE CREA JAMES BOND
Luke Clark, miembro del Departamento de Neurociencia de la Universidad de Cambridge, ha pasado tres años estudiando cómo el diseño de los casinos americanos influye en el ánimo del jugador. “Los colores no están elegidos al azar”, explica el investigador. “Las paredes suelen ser de color rojo, que tiene un efecto estimulante sobre las personas, y en la ornamentación predominan los tonos dorados, en un intento de transmitir sensación de premio y de riqueza”. El azul, por el contrario, queda descartado: “Hace que todo el mundo parezca pálido o enfermo, lo que afecta negativamente al ánimo del jugador”, explica Clark.
Igualmente es llamativa la falta de espejos. “La razón es que el local busca que el cliente se sienta como una especie de James Bond capaz de comerse el mundo; por eso se le hurta el reflejo de su propia imagen de hombre corriente”, asegura el investigador de Cambridge.

El ruido es otra constante en estos locales. Tal y como explica el doctor Schwartz: “El sonido y la música de las tragaperras están perfectamente regulados. A un volumen que no distraiga, pero que a la vez sea siempre perfectamente perceptible, especialmente cuando se entrega algún premio. Es como el canto de una sirena llamando a su víctima”.

Tampoco hay sofás, como explica Luke Clark, ya que el cliente que se sienta no genera ingresos. “Los techos no son demasiado altos, y la iluminación tiene una tonalidad tenue para crear una sensación falsamente acogedora. La filosofía es entretener al cliente el mayor tiempo posible”, explica el investigador de Cambridge.En su estudio, Luke Clark escaneó el cerebro de varios voluntarios mientras escuchaban el ruido y la música característica de las máquinas de juego de los casinos, y descubrió una actividad más intensa de lo habitual en un área llamada striatum ventral, vinculada a los circuitos de recompensa.
Pero además, dicha región cerebral está vinculada con la aventura y la toma de decisiones arriesgadas o potencialmente peligrosas.

EL DINERO TE DICE… ADIÓS
En ese estado, los pacientes del doctor Clark tomaban decisiones peligrosas. A todos ellos se les dio una cantidad de dinero para que pudieran quedárselo o apostarlo. Más de la mitad se lo “pulió” sin el menor reparo. “Los casinos no pueden doblegar la voluntad humana”, afirma el doctor Clark. “La decisión final de jugarnos el dinero o no siempre es nuestra. Pero sí pueden tratar de influir en nuestras acciones, y todo en esos locales está orientado a conseguir que nos dejemos nuestros ahorros en ellos”.

El doctor Schwartz es de una opinión similar. “Los casinos americanos son auténticas trampas para turistas”, afirma. “Desde el momento en que un cliente decide entrar en ellos, la casa ya tiene ganada más de la mitad de la partida. El ambiente, las luces, los sonidos… se encargan de hacer el resto”.

Al final parece que Frank Sinatra tenía toda la razón; los casinos son el único lugar donde el dinero habla: te dice adiós.

Vicente Fernández López