Qué es el amor? ¿Un estado de imbecilidad transitoria, como lo definía Ortega y Gasset, o una “enfermedad mental”, en palabras de Kant? De ambos tiene algo. Del primero, porque hay quien ha osado poner fecha de caducidad a cualquier pasión (que además, dicen, poco tiene que ver con nuestros deseos o apetitos “conscientes”), y de la segunda, porque los síntomas del enamoramiento coinciden con algunas patologías psiquiátricas.

Y todo con un mismo centro: el cerebro. Es en él, dicen los científicos, donde tiene lugar la terrible tormenta eléctrica y química que da origen al amor. Los signos del cortejo –que son iguales en Groenlandia y en Pekín–, el cruce de miradas, el roce de la mano amada bastan para que miles de neuronas comiencen a enviar descargas eléctricas que obligan al organismo a administrarse una serie de sustancias –unas 250–, verdaderas responsables del despertar de la pasión. Sustancias que, aunque existen en todo momento en el cuerpo humano, sólo se “sufren” juntas en el nacimiento de la pasión.

El hipotálamo, núcleo de la sexualidad, envía una señal química a la hipófisis, que hace que se liberen hormonas sexuales, como los estrógenos y la progesterona. Irrumpen también la feniletilamina, la “molécula del amor”; la dopamina, que incrementa el impulso sexual, facilita el orgasmo y produce una sensación de placer; la norepinefrina, que impulsa la producción de adrenalina, con lo cual nuestras pupilas se dilatan y el pulso se acelera; la tiamina, que afecta al estado de ánimo; la noradrenalina, que nos pone en estado de alerta y euforia; el cortisol se reduce, lo que disminuye el estrés; se segregan también endorfinas, que bloquean el dolor… Una verdadera sinfonía química compuesta desde el cerebro y que produce una conocida melodía: irracionalidad, obsesión, deseo insatisfecho, tristeza y alegría desbordantes… locura de amor. En algunos casos, según Kant, con claros síntomas patológicos: los de una enfermedad obsesiva (el desorden obsesivo compulsivo): la imagen del amado está siempre presente, y el enamorado no puede respirar, comer, trabajar ni soñar, porque el otro está siempre en su cabeza. Esta psicosis corresponde, como la pasión, a bajos niveles de serotonina, la sustancia que lidia contra el estrés.

Pero como yonquis enganchados a este coctel químico, los enamorados se hacen resistentes a él, y la pasión va perdiendo fuerza. ¿Cuál es el plazo? Entre 18 y 30 meses, según Cindy Hazan, de la Universidad Cornell (EEUU). Después, dice esta investigadora, quedan, y sólo a veces, el compañerismo, el afecto y… nada más.

Redacción QUO