No todas las pirámides están en Egipto. Ni siquiera en Centroamérica.

Si algo tienen en común los dictadores es que casi todos ellos tienen una vena megalómana que les impulsa a proyectar obras faraónicas. Por eso, no es de extrañar que al mirar fotos panorámicas de Pyongyang, la capital de Corea del Norte, nuestros ojos tropiecen con una imponente pirámide blanca.

Esta demencial construcción iba a ser un hotel. Las obras comenzaron en 1987, cuando todavía vivía el dictador Kim Il-sung. El edifico debía albergar 3.000 habitaciones distribuidas a lo largo de sus 105 pisos (además de piscinas, cines y bares de copas) para acoger a los miles de turistas que, se suponía, acudirían en masa para conocer el último paraíso comunista sobre la tierra.

Pero en 1992, una hambruna asoló el país a la vez que las ayudas económicas de China y Rusia se cortaban de raiz. ¿Resultado? Las obras se paralizaron indefinidamente cuando ya estaba construida toda la estructura del edificio.

Pero ahora, el nuevo dictador del pais asiatico, el inefable Kim Jong-il, el mismo que obliga a sus súbditos a cultivar una flor que germina exactamente en el día de su cumpleaños o que secuestra a directores de cine para convertirlos en sus artistas de cámara, planea reanudar las obras del hotel y terminarlo para el 2012.

En principio, parece demasiado edificio para albergar a las apenas dos docenas de turistas que visitan el pais anualmente. Pero quizás la decisión de terminarlo responda a un deseo de abrir la spuertas de Corea del Norte al resto del mundo. ¿Será el inicio de una incipiente democratización? Ya veremos.

Vicente Fernández López