Como ya es tradición por estas fechas desde hace más de seis décadas, la ciudad francesa de Avignon se ha convertido en uno de los templos mundiales del teatro. Algunas de las mejores compañías del mundo estrenan allí sus montajes en un certamen que congrega al público más exquisito y a los críticos más exigentes.

Y me ha venido a la memoria que fue allí precisamente donde Cristina Higueras interpretó el primer papel protagonista de su carrera. Fue con Aya no tsuzumi, un clásico del teatro noh japonés, escrito por Yukio Mishima, y que ella interpretó en un montaje de la compañía Chene Noir (uno de los teatros fijos de la ciudad gala, cuya sede está instalada en el interior de un antiguo templo medieval).

Dirigida por Gerard Gelas, Aya no tsuzumi cuenta una estremecedora historia de amor fou. Un jardinero se enamora de una bella y frívola princesa llamada Hanako. El hombre le pide una cita y ella, para divertirse a su costa, finge concedérsela. Le entrega un pequeño tambor y le dice que lo toque al caer la noche, que al oirlo, ella saldrá a su encuentro. Pero el tambor está hecho de seda y por mucho que el pobre hombre se esfuerza, el instrumento no suena ni a la de tres. Ella nunca aparece y el enamorado, herido en lo más profundo de su alma, se suicida. Aunque regresará del mundo de los muertos convertido en un fantasma para atormentar a la mujer.

Dado que las piezas del teatro noh suelen ser muy cortas, el director Gerard Gelas la fusionó con otra obra de Mishima titulada Komachi. Luego, trasladó la trama del Japón feudal, al parís contemporáneo, convirtiendo al personaje de Hanako, una princesa oriental en el texto original, en una top model. Para interpretarla, eligió a Cristina Higueras, a quien Gelas ya había visto en nuestro país interpretando un pequeño papel en (si la memoria no me falla) Un enemigo del pueblo.

Así, gracias a Aya no tsuzumi, crisitna se enfrentaba al reto de encarnar el primer papel protagonista de su carrera, con el riesgo añadido de hacerlo en francés y además frente a uno de los públicos más exigentes de todo el mundo. Pues hay que decir que salió airosa de la prueba.

Cristina estaba realmente resplandeciente en este montaje. Su belleza se adueñaba del escenario y cautivó a todos los espectadores, pero es que además como actriz demostró poseer ya pese a su juventud un dominio de los recursos interpretativos realmente asombroso. En la primera mitad de la función, sabía ser deliciosamente caprichosa (para mi es inolvidable la expresión de su rostro, entre seductora y burlona cuando empieza a enumerar las cartas de amor que ha recibido). Pero en la segunda mitad ya es que se sale por completo cuando interpreta a Hanako en su descenso a los infiernos. Atormentada por el fantasma, la antaño altiva modelo se convierte en una alcohólica y una perdida que merodea pro los parques espiando a las parejas. Sin perder ni un ápice de su encanto, Cristina realizaba un asombroso ejercicio de descomposición corporal, haciendo que su personaje se moviera con una (muy bien ensayada) desidia que tenía algo de zombi y también de simiesco. Y es que hay que recordar que Cristina es además una excelente actriz de comedia y que incluso en sus papeles más dramáticos siemrpe cuela, no se si de forma voluntaria o no, algún detalle cómico.

Hay que decir también que la crítica francesa se rindió a su trabajo. Sin ir más lejos, la revista Le Nouvel Observateur, la calificó de «ravissante», término que podría traducirse como encantadora, deliciosa o maravillosa. Quédense con el que ustedes prefieran. O mejor aún, quédense con los tres, porque todos ellos le encajan a la Higueras como un guante.

Paradojicamente, este formidable trabajo no tuvo en españa la repercusión que le habría correspondido, y Cristina todavía tendría que esperar aún unos años para alcanzar la popularidad que merecía. Le llegaría curiosamente gracias a su trabajo como presentadora de televisión. Pero, como diría cierto personaje de Billy Wilder… esa ya es otra historia, y la repasaremos cuando toque.

Vicente Fernández López