Me deslizan dentro del escáner con un clic y un zumbido. Me han sujetado firmemente la cabeza y me han cubierto con una manta para que pueda tocarme los genitales –en particular, el clítoris– con cierto grado de intimidad. No estoy aquí para hacerme una prueba médica, ni para rodar una película para adultos. Lo que haré será autoestimularme hasta alcanzar el orgasmo mientras un escáner fMRI sigue la pista de mi flujo sanguíneo en el cerebro.

Mis actividades están ayudando a Barry Komisaruk, de la Universidad Rutgers en Newark, Nueva Jersey, y a sus colegas de departamento a desmenuzar los mecanismos que subyacen a la excitación sexual. Con estos experimentos, no solo han descubierto que hay más de una ruta hacia el orgasmo, sino que también podrían revelar un nuevo tipo de consciencia cuya comprensión podría conducir a tratamientos alternativos contra el dolor.

A pesar de que el orgasmo es un fenómeno humano casi universal, todavía no sabemos demasiado sobre él. “La cantidad de especulaciones frente a datos reales, tanto en la función como en el valor del orgasmo, es notable”, dice Julia Heiman, directora del Instituto Kinsey de Investigación sobre Sexo, Género y Reproducción en Bloomington, Indiana. Se estima que una de cada cuatro mujeres de Estados Unidos ha tenido dificultades para alcanzar el orgasmo el pasado año, mientras que entre el 5 y el 10% de las mujeres son anorgásmicas. Pero sin datos precisos que expliquen qué pasa durante esta experiencia, hay pocas opciones de tratamiento disponibles para quienes podrían necesitar ayuda.

Komisaruk está interesado en la cronología del orgasmo, y en particular cuándo un área del cerebro llamada córtex prefrontal (CPR) se activa. El equipo de Komisaruk halló que el CPR, que está implicado en determinados aspectos de la consciencia como la autoevaluación y el placer, tenía una gran actividad durante el clímax femenino, algo que no se había apreciado anteriormente. En el orgasmo masculino, sin embargo, diferentes investigadores descubrieron que el cerebro se centraba más en los estímulos sensoriales de los genitales, pero también en los visuales. La explicación está en que parte de la excitación del hombre tiene su origen en el tálamo, la zona en la que se establece la conexión entre el nervio óptico y la corteza cerebral.

Ya que la fantasía y las imágenes autorreferenciales se cuentan con mucha frecuencia como parte de la experiencia sexual, Barry Komisaruk y sus colegas se preguntaron si el CPR podría desempeñar un papel decisivo por sí solo a la hora de crear una respuesta psicológica para la imaginación.

Por eso estoy aquí. Komisaruk me pide que me dé golpecitos en el pulgar con el índice durante tres minutos; después, que solo imagine que le doy golpecitos al pulgar con el índice durante tres minutos más, mientras el fMRI sigue la pista del flujo sanguíneo en mi cerebro. Inmediatamente después, hago el mismo ciclo con ejercicios de Kegel: breves contracciones de los músculos del suelo pélvico, y después toques en el clítoris. Lo siguiente que me pide es que me autoestimule hasta alcanzar el orgasmo, y que suba la mano libre para indicar cuándo llego al clímax. A pesar de lo peculiar de la situación, lo hago sin problemas.

Se me activan más de treinta áreas en el cerebro desde que empiezo a moverme hasta que acabo, incluidas las implicadas en el tacto, la memoria, la recompensa e incluso el dolor. Como esperaba Komisaruk, los toques del clítoris y los ejercicios de Kegel imaginarios activan las mismas áreas cerebrales que cuando son reales, si bien con algo menos de flujo sanguíneo. Sin embargo, el CPR muestra más actividad cuando los toques y los apretones son imaginarios que cuando son reales.

Él sugiere que esta actividad mayor podría reflejar la imaginación, o la fantasía, o quizá algún sistema cognitivo que ayuda a manejar el control del llamado “proceso descendente” –la regulación directa que hace el cerebro de las funciones fisiológicas— de nuestro propio placer. Sin embargo, cuando Janniko Georgiadis, de la Universidad de Groningen, en los Países Bajos, y sus colegas llevaron a cabo experimentos similares, hallaron que la misma región cerebral se “apagaba” durante el orgasmo. Para ser más precisos, observaron una desactivación significativa de un área del CPR llamada córtex orbitofrontal izquierdo (COI).

Alteración de la conciencia
Georgiadis arguye que el COI podría ser la base del control sexual, y que quizá solo “dejándose llevar”, por así decir, se puede alcanzar el orgasmo. Sugiere que esta desactivación podría ser el ejemplo más claro de un “estado alterado de la consciencia”, algo inédito hasta ahora durante ningún otro tipo de actividad.

En el caso de los hombres, las tomografías del cerebro pusieron de manifiesto una actividad mayor en la zona de recompensa. Los científicos creen que se debe a la importancia del coito como actor fundamental dentro de la superviviencia de la especie y a la necesidad de que esa actividad, dentro del marco de la perpetuación de la raza humana, sea premiada. Pero no es solo instinto reproductor lo que mueve a los hombres. La parte anterior del cerebelo también se activa con el orgasmo, de modo que no actúa únicamente sobre los movimientos del cuerpo masculino, sino que a su vez cumple funciones de procesamiento emocional. O sea, los hombres no solo fornican por fornicar, sino que también tienen su corazoncito. A cambio, la actividad del centro de vigilancia del cerebro masculino, al igual que la de la mujer, decrece en los momentos de placer más intenso.

“En cualquier caso, no creo que el orgasmo apague la conciencia, sino que la cambia”, matiza Giorgiadis. “Cuando le preguntas a la gente cómo perciben sus orgasmos, te describen una sensación de pérdida de control.” Georgiadis sugiere que quizá el orgasmo contrarreste los sistemas que habitualmente dominan la atención y el comportamiento. “No estoy seguro de si este estado alterado es necesario para alcanzar mayor placer o si solo se trata de un efecto secundario”, confiesa. Es posible que la incapacidad para dejarse llevar y alcanzar esta alteración sea lo que produce en algunos individuos la anorgasmia.

Podría haber una explicación sencilla para las discrepancias entre el trabajo de Georgiadis y Komisaruk: es posible que representen dos vías diferentes hacia el orgasmo, activado por métodos diferentes de inducción. Mientras los participantes de los estudios de Komisaruk se masturbaban hasta alcanzar el orgasmo, los de Georgiadis eran estimulados por sus parejas. “Hay razones para pensar que existen diferencias entre quienes abordan la estimulación sexual por sí mismos y quienes la reciben de una pareja”, según Georgiadis. “Quizá tener un partenaire hace más sencillo abandonarse y conseguir el orgasmo. Asimismo, tener un compañero podría hacer que el control del proceso descendente del placer sea menos necesario para el clímax”.

“Este tipo de investigación es increíblemente útil”, dice Heiman. “El orgasmo está unido al sistema de recompensa del cerebro, y probablemente también a otros sistemas importantes. Podemos aprender mucho sobre el cerebro, sobre las sensaciones, sobre cómo funciona el placer y probablemente mucho más de esta respuesta física en particular.”

Komisaruk está de acuerdo. Espera llegar a utilizar un día retroalimentación neuronal para permitir que personas con anorgasmia vean su propia actividad cerebral en tiempo real durante la estimulación genital. Su esperanza es que esta retroalimentación pueda ayudar a manipular su actividad cerebral, de modo que se alcance un patrón de actividad orgásmica. También cree que estudios más profundos del orgasmo –y del papel que desempeña el CPR— revelen hallazgos imprescindibles sobre cómo podemos usar solo el pensamiento para controlar otras sensaciones físicas, como el dolor. Hay mucho misterio en esta experiencia humana tan intensa que solo está esperando a que alguien lo desentrañe.

Hormonas indultadas
Con frecuencia se asocia la testosterona con la virilidad, y aunque efectivamente incide en el apetito sexual, no es ni mucho menos la responsable de la compulsión sexual. Casos como el de Dominique Strauss-Kahn tienen más que ver con alteraciones psicológicas a lo largo de la vida –represiones, frustraciones, etc.– que con los niveles de testosterona, explica Manuel Lucas, presidente de la Sociedad Española de Intervención en Sexología.

Redacción QUO