Andrei Tarkovski, Krzysztof Kieslovski… y todos los “osvkis” que en la historia del cine europeo han sido, prácticamente han borrado del mapa de la memoria cinéfila el nombre de Alexei Kurkovski, cineasta casi desconocido debido a las malas condiciones de distribución que tuvieron sus obras.

Nacido en Varsovia, Kurkovski pertenecería según la clasificación que Cahiers du cinema realizó en 1968, a los llamados cineastas de la nueva ola del este. Aquellos que comenzaron su carrera en 1953, tras la muerte del presidente Georgi Malenkov y la llegada al poder de Nikita Kruschev que supuso una tímida apertura en el campo artístico. Apertura de la que, como veremos, no se benefició nuestro cineasta.

Concretamente, Kurkovski debutó tras las cámaras en 1962 en rusia (adonde se había mudado con su familia siendo un adolescente). Su opera prima ya apuntaba su carácter vanguardista y transgresor. “Karenin 3) лётчик”, película de título impronunciable para un occidental, era una adaptación libre y en clave de ciencia ficción del clásico de Tolstoi, Anna Karenina. Hay que considerar que el cine de ciencia ficción había sido muy popular en la Unión Soviética durante los años 20 y 30, pero después el género pasó a ser considerado decadente.

La audacia, (¿o irreverencia?) de Kurkovski consistió en recuperar un género mal visto por las autoridades oficiales, y en convertir a la heroína del clásico literario en una cosmonauta rusa, una especie de Yuri Gagarin en versión femenina, casada con uno de los jefes del proyecto espacial que dirige la misión desde tierra. Pero la mujer empieza a sentirse cautivada por la voz masculina del ordenador de a bordo.

Una fascinación que se convierte en amor cuando la máquina demuestre que posee sentimientos. En crudísimo blanco y negro (heredado de Bergman e incluso Dreyer), Kurkovski rodó el primer filme de adulterio espacial, con una única actriz, la hermosamente gélida Silvia Alexandrova, asediada por dos voces masculinas, una autoritaria (la de su marido que le habla desde la base) y otra cálida y comprensiva (la de su computador-amante). Finalmente, cuando el esposo ordene desconectar la máquina desde tierra, ella desolada, acabará suicidándose por amor, dirigiendo la nave hacia el sol.

Melodrama y vanguardismo unidos en un filme del cual, indudablemente, Kubrick sacó algunas ideas para su mítica 2001, y sin el que tampoco sería posible concebir el Solaris de Tarkovski, rodado una década después.

Desafortunadamente, la película no gustó al público ruso de la época, que la encontró demasiado lenta. Y tampoco a los censores que, aunque permitieron que se exhibiera fuera de concurso en Cannes, creyeron interpretar que había una lectura política en el filme (la cosmonauta usa el término “padrecito” para referirse a su marido, igual que los rusos hacían con Stalin) y abortaron su posible carrera internacional. El filme no se vería fuera de Rusia hasta después de 1989.

Con solo 30 años, Kurkosvki ya estaba en la lista negra, sin permiso oficial para rodar más filmes. Por eso, su segunda película la hizo en la más absoluta clandestinidad. Lo que le permitió filmar una auténtica bomba de relojería. Tomando como base un relato de Máximo Gorki, rodó Carne viva, un crudo relato sobre los arrabales de Moscú. Filmada a intervalos, a lo largo de cuatro años, con película caducada y actores no profesionales, Kurkovski plasmó las miserias que los prebostes de la Unión Soviética trataban de acallar. La historia gira en torno a Dmitri, un contrabandista que vende carne en el mercado de estraperlo y que se enamora de Irina, una joven heroinómana.

La chica se prostituye para comprarse las drogas y Dimitri se empeña en pagárselas él para que ella no tenga que estar con otros hombres. Pero la carne cada vez escasea más lo que lleva al muchacho a robar cadáveres recién enterrados en las fosas comunes y a venderla como filetes, sin revelar por supuesto su procedencia. En torno a la pareja, gira un microcosmos de personajes desesperados y marginales: un actor loco a quien las autoridades no le permiten actuar por sus ideas subversivas y que acaba suicidándose, una muchacha tísica que vomita sangre…. Todo en el filme es de una crudeza escatológica que por momentos se hace difícilmente soportable.

Kurkovski logró sacar una copia de forma clandestina y la película se exhibió en cines de Estados Unidos y Europa, aunque con la clasificación S. Pero en algunos lugares, como Inglaterra, la censura también se cebó con ella, con lo cual su malditismo se extendió más allá de las fronteras de la URSS. Corrió incluso la leyenda urbana de que los cadáveres desenterrados y despedazados en el filme eran auténticos. Pero, sinceramente, creo que solo era eso, una leyenda.

De cualquier forma, el cineasta se había convertido ya en persona non grata para el régimen, por lo que eligió el camino del exilio. Primero a Ulan Bator, donde aún conservaba amigos bien relacionados con el gobierno comunista. Allí filmó una serie de nueve películas de las que solo podemos hablar de oídas, ya que se consideran irremediablemente perdidas. Entre ellas figuran títulos como Ratas, sobre niños abandonados que sobreviven a los crudos inviernos de Mongolia viviendo en las alcantarillas, o Los Wurdalak un filme alegórico sobre ¡funcionarios vampiros!

Evidentemente, con películas semejantes no hizo demasiados amigos en su nueva patria, lo que le empujó a exiliarse nuevamente y a vagar por varios países asiáticos hasta recalar en Tokio. Allí, ya en la década de los 80, filmó las dos únicas películas que tendrían una distribución comercial más o menos normal. La primera de ellas fue O-hayou gozaimasu (1983), retitulada en nuestro país como El gángster y el yakuza. Protagonizada por el francés Lino Ventura y el japonés Tetsuo Tamba, cuenta la amistad que surge entre un mafioso marsellés y otro nipón. Es probablemente su única película esperanzada. Quizás, tal vez porque se trate de un encargo (es el único de sus filmes basado en un guión ajeno).

Su segundo filme japonés, en cambio, volvió a ser fiel a su estilo. Horror vacui (1985), una extraña coproducción con España, protagonizada de nuevo por Tamba y la actriz española Cristina Higueras, cuyos hermosos rasgos resultan reconocibles pese al grueso maquillaje de geisha a base de polvos de arroz que luce en la película. La cinta es un relato de terror que cuenta como un samurái se enamora de una geisha a la que encuentra una noche caminando. Hacen el amor y ella le pide que le jure fidelidad eterna. Él hombre así lo hace, pero un vecino voyeur que les espía por la ventana ve que el samurái realmente está copulando con un cadáver. Pensando que se trata de un demonio avisan a un monje taoísta que llena la casa del guerrero de amuletos que impidan la entrada al maligno ser. Pero la diablesa atrae a su amado con cánticos de amor ,y éste la sigue abandonando los amuletos que le sirven de protección. A la mañana siguiente, sus vecinos le encontrarán muerto en una fosa junto a un cadáver femenino casi putrefacto. Amor fou como en Karenin, sexo y muerte como en Carne viva… Como vemos son los pilares sobre los que gira el cine del director.

Pero kurkovski ya no pudo volver a ponerse tras las cámaras. Los médicos le diagnosticaron un cáncer terminal y él planeó marcharse de este mundo de forma teatral. Irse a Hong Kong como su idolatrado Nicholas Ray, y filmar allí su agonía, tal y como el director norteamericano hizo en Relámpago sobre el agua. Aunque no pudo llevar a cabo sus planes, ya que la muerte le sorprendió justo dos días antes de viajar a la ex colonia británica.

Kurkovski se fue así de forma discreta, casi silenciosa. Si no me falla la memoria, la noticia de su muerte no ocupó en los periódicos españoles más que unas pocas líneas. Pero nos queda su cine (al menos las películas que no se han perdido), ahora felizmente recuperado en un pack de DVDs. Verlos es una experiencia más que recomendable para cualquier aficionado. Una experiencia que les hará decir sin complejos. “¿Kurkovski?… Un genio”.

Como decía Huston, tal vez la realidad no fue así, pero así es como me gustaría que hubiera sido. Así que si queréis contribuir a esta pequeña broma estamos abiertos a vuestras sugerencias e ideas. Si nos enviais más material sobre las supuestas películas perdidas de Kurkovski, sobre su vida sentimental… haremos crecer entre todos esta biografía inexistente.

Esperamos que os haya gustado esta pequeña broma cinéfila, hecha sin malicia.

Vicente Fernández López