Me llamo Dennis. Llevo casado once años y tengo tres hijos con mi mujer, Melinda. Hace unos meses compramos un ordenador y ella comenzó a interesarse por los chats. Muy pronto, el chat se convirtió en cibersexo, y este en sexo telefónico. Finalmente, empezó a viajar cientos de kilómetros para encontrarse cara a cara con algunos de sus contactos… y se llevaba a nuestros hijos con ella. Cuando la enfrenté a este hecho, se negó a admitir que tenía un problema.” Este es uno de los casos relatados en el libro Atrapados en la red, de Kimberley Young, experta en adicciones a internet. Y una de ellas es el cibersexo.

El Producto Interior Bruto (PIB) de España en 2009 fue de 1 billón, 117.624 millones de euros. El cibersexo mueve más de mil millones de euros anuales. Solo en Estados Unidos, cada día surgen 200 páginas nuevas con contenido sexual. Una industria con este poder es inevitable que afecte a nuestras vidas diarias. Y de un modo insospechado. Un reciente estudio, realizado con 1.325 estadounidenses y australianos entre 18 y 80 años, afirma que quienes pasan demasiado tiempo en webs dedicadas al sexo tienen mayor riesgo de sufrir desequilibrios psíquicos. El 27% presenta cuadros de depresión, y el 35% sufre estrés. ¿Pero qué sucede en España?

La página web Marqueze elaboró un estudio que revela datos que sorprenden. El 60% de los españoles con acceso a internet considera el cibersexo como una opción válida. El dato revelador es que este porcentaje incluye hombres y mujeres.

“Los primeros”, nos confirma elsexólogo José Luis Castillo, “lo buscan y se conectan para aumentar su excitación y su sensación de poder, mientras que la mujer lo hace como descubrimiento y por necesidad de contacto”.Sea por excitación o por necesidad de contacto, la realidad es que el 49% de las féminas y el 43% de los varones confiesan haber tenido relaciones sexuales virtuales. Y las cifras crecen cuando solo reflejan los que ven pornografía.

Al igual que aumentan los problemas. Manuel Lucas, sexólogo y presidente de la Sociedad Española de Intervención en Sexología, explica que: “El porno es un modelo de relación muy reducido. Intentamos imitar algo parecido, y no se puede porque es gente que está entrenada para ello. Al intentar copiar este modelo, se producen disfunciones, ansiedad de rendimiento, etc.”

Un reflejo de ello es lo que nos relata el sexólogo Esteban Cañamares respecto a los pacientes que acuden a su consulta: “Jóvenes de alrededor de veintipocos años que acuden, en principio, por impotencia. Claro, al pedirles más información, aseguran que después de la tercera relación en un mismo día, ya comienzan a notar que no alcanzan la erección tan fácilmente”.

El modelo que ven en la red les insta a creer que las sesiones maratonianas de sexo son algo habitual. “Y a las mujeres les sucede algo similar”, confirma Cañamares. “Pretenden imitar las posturas y las prácticas sexuales que ven en la red, y solo consiguen no disfrutar de la relación.” Aún no sabemos qué efectos tendrá en el futuro una educación sexual influida en gran parte por la red, pero sí sabemos los que tiene en el presente.

El último libro del periodista de investigación Mark B. Kastleman, Cómo la pornografía por internet altera radicalmente el cerebro humano, relata diferentes casos de personas: un empleado de Disney, un ejecutivo, un abuelo…, que descendieron a los infiernos después de comenzar a acumular material pornográfico disponible en internet y volverse adictos a este recurso.

CAER MUY ABAJO EN LA RED

Un reciente estudio publicado por la farmacéutica Bayer en Inglaterra afirma que más del 28% de las mujeres aseguran que el iPhone y la Blackberry están perjudicando a su vida sexual. Pese a que el estudio no informa de si es el teléfono de ellas o el de sus parejas el que interfiere en sus relaciones íntimas, la realidad es que el cibersexo es ya una adicción con secuelas muy similares a las de cualquier otra.

Uno de los tratados que se han convertido en referencia en esta materia es el libro Cibersexo: el lado oscuro de la fuerza, escrito por el psicólogo Al Cooper. Allí se destaca que el 8,3% de los usuarios de internet con fines sexuales dedica más de 11 horas semanales a este menester, lo que los convierte en usuarios de riesgo.

Manuel Lucas nos explica que esto se debe a que: “Hay gente a la que le puede resultar más satisfactoria esta práctica porque actúa como sustitutivo, compensa un hueco. Esto impulsa a las personas a acercarse a este mundo de forma compulsiva”.

A nivel neurológico, lo que sucede es que “el mecanismo de dopamina y oxitocina que se libera durante el orgasmo, el mismo que nos hace más proclives a establecer lazos duraderos con quien compartimos cama, no solo se liberan con un encuentro sexual”, asegura la neurofisióloga Andrea Kuszewski. También lo hacen cuando miramos pornografía, y de algún modo establecemos un lazo con ella a nivel neurológico. En esencia es como ‘tener una cita’ con la pornografía.” Pero una que podría tener muy graves consecuencias.

Redacción QUO