Volcanes, tsunamis, inviernos largos y brutales, una isla completamente aislada… Si os parecen extremas las aventuras de Jesús Calleja, imaginaros cómo ha sido la vida en dichas condiciones de los habitantes de las Kuriles, un archipiélago que se extiende desde Rusia a Japón.

Un equipo de antropólogos de la Universidad de Washington se lo ha preguntado y está estudiando el que podría ser el lugar más extremo en el que han vivido seres humanos. En concreto, se sabe que a estas islas llegaron colonos en tres ocasiones diferentes, la primera en el año 6000 aC y la más reciente en el 1200 dC.

Uno de los responsables del proyecto, el antropólogo Ben Fitzhugh, explica que “queremos identificar los límites de la capacidad de adaptación humana o la cantidad de personas con capacidad de recuperación, de colonizar y mantenerse a si mismos”. Fitzhugh cree que las Kuriles pueden ofrecer pistas para hacer frente a desastres naturales o al cambio climático.

Según este experto, la clave para sobrevivir es la capacidad de moverse rápidamente. Fitzhugh dice que hay pruebas de que los primeros isleños abandonaban sus asentamientos cuando los volcanes o los tsunamis arreciaban, y se desplazaban temporalmente a otros asentamientos en la cadena de islas que no habían sido tan gravemente afectados. Para ello, los habitantes tuvieron que construir y mantener redes sociales a través de las islas y tener un buen conocimiento de su entorno.

Y no eran precisamente viajes de placer. Las Kuriles se ven a menudo envueltas en una niebla densa y espesa que las lleva a un estado de oscuridad perpetua. Por ello, los isleños desarrollaron diversos métodos de navegación, basándose en el comportamiento de las aves, las corrientes oceánicas o la temperatura del agua para averiguar cómo llegar de una isla a la otra.

En la actualidad, la población indígena de las islas Kuriles está en declive, pero la razón principal son las tensiones políticas entre Rusia y Japón y no tanto la dificultad de vivir allí.

Redacción QUO