Su paternidad se la disputan ingleses y alemanes, aunque la patente más antigua corresponde al farmacéutico teutón Franz Kolb, quien la registró en 1880. Comenzaron a utilizarla los estudiantes de artes como alternativa a la arcilla tradicional, que se secaba con facilidad.

De hecho, los ingleses la comercializaron con ese lema: “El barro que no se seca”. En Estados Unidos se lanzó después de la Segunda Guerra Mundial como limpiador para el papel pintado.

Redacción QUO