La serie Hispania de Antena 3 ha puesto de moda el tema de la resistencia en la Península Ibérica contra la invasión romana y, especialmente, al caudillo más emblemático de esa lucha: Viriato. La figura de este guerrero está rodeada de un aura de leyenda, y existen tan pocas certezas históricas sobre él que los guionistas de la serie han tenido que estrujar su imaginación para reconstruir con la mayor verosimilitud posible las hazañas de este héroe español… Perdón, ¿he dicho español? ¿Lo era realmente?

Una ‘paternidad’ muy controvertida

Portugal y España se disputan el mérito de ser la cuna del personaje, pero no existe certeza absoluta de dónde nació. De hecho, la única referencia escrita al respecto es la del historiador latino Diodoro Sículo, quien afirma que pertenecía a la tribu lusitana.

Los romanos dividieron la Península Ibérica en dos regiones administrativas, la Hispania Citerior y la Hispania Ulterior. La Lusitania era una de las regiones que formaban parte de esta última, y abarcaba el territorio de la actual nación vecina, pero también parte del suelo que hoy consideramos español (incluyendo Extremadura, y partes de Castilla y León, Castilla-La Mancha…).

La mayoría de los historiadores se inclinan por la tesis portuguesa, y aventuran incluso la posibilidad de que naciera en la actual Serra da Estrela. Pero las provincias de Zamora y Cáceres también reivindican su paternidad basándose en relatos de la tradición oral. Dado que ambos bandos son incapaces de esgrimir pruebas definitivas a favor de una tesis u otra, nos abstendremos de momento de concederle al personaje la nacionalidad española, y nos limitaremos a decir que lo único que sabemos con certeza es que era lusitano y, por extensión, hispano.

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Descárgate esta infografía de la batalla de Tríbola.

Otro de los mitos sobre Viriato lo sirven en bandeja de plata los escritos de Tito Livio, quien lo describió como “un pastor que se convirtió en cazador y guerrero”. Pero esta descripción les parece muy simplona a historiadores como Ivan A. schulman, quien considera que: “Es bastante improbable que un simple pastor mostrara tanta habilidad para derrotar a las legiones romanas”. Él, como otros estudiosos, creen que el héroe pertenecía a una familia o casta de guerreros.

Los lusitanos eran cotizados mercenarios que lucharon al lado de los cartagineses desde el inicio de las guerras Púnicas. Esa fue una de las muchas razones que llevaron a los romanos a invadir la Península Ibérica: el deseo de sojuzgar a un enemigo particularmente molesto. ¿Pero cómo llegó Viriato a convertirse en el caudillo de la lucha contra los invasores?

Masacre por masacre

Es otro historiador latino, Apiano, quien narra la entrada en escena de Viriato. Según el cronista, en 150 a. C., el cónsul romano Servio Sulpicio Galba hizo una oferta de paz a las tribus lusitanas: les prometió que si deponían las armas y bajaban de las montañas en las que se habían hecho fuertes a los valles, ellos se encargarían de proporcionarles alimentos y protección.

La larga guerra había hecho mella en la moral de la población nativa, por lo que, al parecer, los lusitanos acudieron a cientos a la llamada de Galba. Pero durante la noche, el cónsul ordenó asesinarlos a todos mientras dormían. Solo unos pocos lograron escapar. Según Apiano, Viriato fue uno de ellos.

Durante casi tres años, el guerrero se limitó a reunir un ejército de partidarios con los que se ocultó en las montañas y realizó pequeñas incursiones contra los romanos. Pero su historia y su suerte dieron un giro brusco en el año 147 a. C., en la llamada batalla de Tríbola. Acosado por cuatro legiones, el caudillo lusitano condujo a sus enemigos hacia una trampa mortal en un desfiladero, donde provocó la muerte de más de cuatro mil romanos. Se desconoce el lugar exacto donde se libró esta batalla, pero tras ese triunfo inesperado Viriato encadenó victoria tras victoria.

¿Líder generoso o saqueador?

Sabemos por las crónicas romanas que Viriato derrotó a los invasores en ocho batallas. Pero en dichos escritos también se mezclan otros relatos sobre su figura que es imposible saber si son completamente veraces o entran en el terreno de la leyenda. Uno de ellos es el relativo a su boda.

Viriato contrajo matrimonio con la hija de Astolpas, un hombre de la alta sociedad lusitana. Diodoro cuenta que el padre de la novia le ofreció como dote a su futuro yerno un puñado de objetos de oro, entre ellos una lanza. Se cuenta que el novio los rechazó comentando con desprecio cómo podía él conservar tales tesoros cuando los romanos habían saqueado a su pueblo (insinuando así la connivencia de Astolpas con los invasores). Luego, prosigue Diodoro, el héroe rompió la lanza en dos, agarró a la novia, la subió a lomos de su caballo y se alejó de allí. Lo que si parece cierto es que algunos años después el guerrero mató a su propio suegro tras acusarle de traición.

Las tradiciones orales hablan, además, de Viriato como un caudillo extremadamente generoso, que repartía sus botines entre sus súbditos. En contrapartida, algunas fuentes romanas lo describen como un vulgar forajido que incluso cobraba tributos a los campesinos lusitanos, cuando no se dedicaba a saquearlos directamente. Historiadores como Eduardo Sánchez Moreno creen que ni lo uno, ni lo otro. El experto afirma que es muy probable que Viriato repartiera parte del botín de guerra entre sus allegados, pero que eso no respondía a ninguna actitud excelsa o justiciera, sino que era una costumbre extendida entre todos los caudillos guerreros para asegurarse la lealtad de sus seguidores.

Roma no paga a traidores

La bonita leyenda que rodea a la muerte del caudillo lusiatano está recogida en una obra del historiador latino Apiano, Las guerras de Hispania.

En ella, el cronista relata cómo, tras las humillantes y continuas derrotas sufridas, los romanos se vieron obligados a firmar un tratado con el invencible rebelde y a nombrarle Dux y “amigo del pueblo de Roma”. Para hacer efectivas las cláusulas de aquel tratado, el guerrero envió a tres de sus hombres de confianza, llamados Audax, Mitalco y Minuro.

Los tres embajadores se reunieron con el nuevo cónsul, que entonces respondía al nombre de Cepión. Pero el romano no estaba dispuesto a firmar ningún tratado de paz. Al contrario, sobornó a los tres mensajeros para que mataran a su líder.

Aquella noche regresaron al campamento. Viriato, se dice, dormía en el interior de su tienda con su armadura puesta. Por eso, los asesinos le degollaron, ya que el cuello era la única parte del cuerpo que no estaba protegida por la coraza.

Luego, regresaron al campamento de Cepión para cobrar la recompensa prometida. Para su sorpresa, el cónsul ordenó que los despeñaran por un barranco, mientras recitaba la célebre frase: “Roma no paga a traidores”.

¿Pero sucedió todo realmente así? Los hitoriadores no dudan de que Viriato fuera asesinado, víctima de una traición. Pero con respecto a la sentencia del cónsul, no se puede afirmar si sucedió así, o si Apiano quiso revestir los hechos de un halo poético.

Queda aún una última incógnita por desvelar. ¿Qué sucedió con el cuerpo de Viriato? Según las crónicas, fue quemado y sus cenizas enterradas en el Monte de Venus, aunque una vez más casi nadie se pone de acuerdo en fijar el lugar exacto de dicha montaña. Algunas versiones lo sitúan en la localidad de Azuaga, en Badajoz, y otras, más legendarias aún, dicen que sus restos fueron realmente depositados en la Ciudad Encantada de Cuenca.

Pocas certezas tenemos, por tanto, sobre el carácter y la vida de este hábil guerrero. Solo que fue un caudillo al que los romanos no lograron derrotar en el campo de batalla. Y además, como se dice en un viejo chiste de médicos, que Viriato no es una hernia.

Vicente Fernández López