La coincidencia de procesos a uno y otro lado del Atlántico es algo que también destacan Juana Gil y María José Albalá, investigadoras del Laboratorio de Fonética del CSIC. En su campo de trabajo, analizar cómo pronunciamos el español, han observado como cambio más notorio dentro de las consonantes el avance del seseo (la pronunciación como sonido /s/ de la zeta y de la ce delante de e, i), y el debilitamento a final de sílaba. “El español tiene una preferencia marcada por las sílabas con estructura de consonante más vocal”, afirma Gil; “las consonantes a final de sílaba están en una posición más propensa a debilitarse o desaparecer”. El ejemplo lo da el político Pepín Blanco: tal vez por su origen gallego, suele decir proyeto y corruto. En cuanto a las vocales, nos estamos inclinando a crear diptongos donde no los hay: baul por baúl, e incluso tiatro, por teatro, algo frecuente en Latinoamérica. Por su parte, nuestras vocales sin acento se tornan cada vez más “borrosas”. “Sin llegar a las llamadas vocales caedizas de México, como en entons (entonces) o disque (dice que), están perdiendo características”, asegura la filóloga. La mayoría de estos procesos son habituales en nuestra lengua, aunque hay que tener en cuenta que muchos de ellos solo aparecen en situaciones de mayor relajación o confianza, en las que los hablantes se abandonan a la tentación del mínimo esfuerzo. “Es muy difícil predecir si van a pasar al habla muy articulada de situaciones más formales”, opina Juana Gil, “aunque hoy abundan más porque se aprecia un grado cada vez menor de formalidad”. Las consecuencias de ese esfuerzo mínimo podrían avanzar hasta toparse con el hecho de que dejáramos de entendernos. Y habría que volver a cuidar la forma.

Los puntos sobre las íes
Un tema que preocupa también a otro investigador del CSIC, Leonardo Gómez Torrego, quien identifica ese desaliño como causa de diversas tendencias poco saludables para el idioma: las faltas de concordancia (“se detuvieron a veinte personas”), la desaparición del relativo “cuyo” en la lengua hablada que han detectado todos los profesionales consultados y la enorme confusión en temas de ortografía y puntuación. En este último campo, el signo aquejado de un abandono en masa por parte de sus usuarios es el punto y coma.
Su ausencia de las páginas, al parecer porque hemos olvidado cuándo resulta adecuado colocarlo, ha llegado hasta tal punto que la Fundación de Español Urgente (Fundéu)?tiene prevista una campaña para rescatarlo: “Salvemos el punto y coma; lo necesita”. El coordinador de dicha institución, Alberto Gómez Font, asegura que la idea viene de Francia, donde se ha producido una situación similar. Habrá que comprobar si este empujón le sirve para pasar el siglo como algo más que los ojitos del emoticón pícaro: 😉 Un camino parecido llevan los símbolos de apertura de interrogación (¿) y admiración (¡) debido a la influencia del inglés. Sin embargo, “la curva melódica del castellano exige que haya un signo de interrogación al principio y otro al final”, explica Gómez Torrego. Aunque podríamos reescribirle las partituras al idioma. De hecho, este investigador ha observado otro territorio en el que se atisban cambios llamativos: la oratoria. “Cuando hablan en público, los políticos y los locutores de TV descuidan las inflexiones propias del lenguaje; hablan cantando. Además”, añade, “hacen pausas donde no corresponde: ‘Muy buenas tardes señoras y señores cansados, estamos de…’ y enfatizan las palabras átonas: ‘EN la economía DE este país y SUS alrededores…’ Esto llega a millones de oyentes que pueden contagiarse de esa actitud”.

Redacción QUO