Hay respuestas que son solo mitos, otras tienen parte de verdad y a unas pocas hay que darles bastante crédito.?No es cierto que haya menos agua ahora que antes. Hace millones de años que cae con la lluvia, empapa y vuelve a evaporarse en nubes, y la cantidad es la misma. Pero sí que cambia el modo en que la recibimos. Ahora, según ha medido la ciencia, el aumento de temperaturas que provoca el cambio climático hace que el suelo se reseque, lo que significa mayor evaporación de agua. La consecuencia no es más humedad, sino secarrales donde de pronto caen tormentas devastadoras que erosionan el suelo, lo que provoca a su vez mayor sequía, y así sucesivamente. Para colmo, la mayoría de nuestro anhelado líquido forma océanos; las aguas dulces útiles para nosotros tienen la manía de no repartirse igualitariamente por el mundo: solo media docena de países acapara la mitad. La sed de un país depende de sus recursos, pero también de cómo los use. Hay algunos sequísimos que aprovechan hasta la última gota, como Arabia Saudí; otros, como Estados Unidos, que casi casi la tiran. Y ya es imposible soportarlo: la población del mundo se ha triplicado en el último siglo, pero los requerimientos de este preciado don natural se han sextuplicado. En España y otros países mediterrá­neos, algunos atribuyen el despilfarro a los campos de golf, que sí, llegan a ser un lujo donde no se mantienen solos, pero que realmente no son “el” problema. En muchos países como el nuestro, el problema, ese sí, es la agricultura. “Las políticas agrarias incentivan el uso del agua porque aumentan los cultivos de regadío, como frutas y verduras, sobre los de secano”, dice Alberto Fernández Lop, el experto en agua de Adena WildLife. “Eso exige más fertilizantes, que contaminan más, porque se requiere mayor rendimiento, y políticas de subvención.” Hay que decirlo:?si no es racional, tecnológica y de acuerdo con el medio ambiente y con los recursos de la zona, la agricultura en los países europeos es un atraso. A veces es destructora incluso en otros menos ricos, Uzbekistán, por ejemplo, donde el mar de Aral, la cuarta reserva de agua del mundo, se ha quedado práticamente en un charquito, y salado, por regar el arroz y el algodón.

Redacción QUO