Stephen Wiltshire nació en Londres, en 1974. La primera vez que habló a sus padres fue a los 4 años, para pedirles una hoja. Una década después, caminando por la calle, se quedó fascinado ante la arquitectura de la estación St. Pancras. La miró sin pestañear y la dibujó de memoria en su casa ante las cámaras de la BBC. A principios de febrero vino a Madrid y voló en helicóptero durante media hora. Bajó a tierra, se encerró en el Palacio de los Deportes y, durante tres días, realizó una ilustración exacta de la ciudad sobre un lienzo de cinco metros de ancho por uno de alto. Wiltshire reconoce las notas de una canción escuchándola solo una vez. El año pasado abrió una galería en el Royal Opera Arcade de Londres, donde dibuja feliz, a pesar de ser consciente de que su talento nace de una enfermedad; sufre el síndrome de Savant. Gracias a los análisis clínicos más recientes y al uso de las nuevas tecnologías, hoy sabemos que aquellos que padecen Savant tienen cierto retraso mental y graves problemas de integración, porque el lado izquierdo de su cerebro, ligado al razonamiento, está bloqueado y deja al hemisferio derecho en plena libertad. Por esa razón son tan perspicaces, imaginativos y disponen de un gran sentido artístico y musical.

Más datos que Google
AJ memorizaba sin querer cada detalle alegre o triste de su vida, además de datos enciclopédicos, hasta que decidió, angustiada, pedir auxilio a los investigadores Elizabeth Parker, Larry Cahill y James L. McGaugh, quienes la sometieron a numerosos exámenes neuropsicológicos durante seis años en California. Los tres llegaron a la conclusión de que la mujer, que quería ser conocida por las iniciales de su nombre, sufría un problema de interconexión cerebral inédito en la literatura médica. Así, resolvieron llamarlo hipertimesia, tomando como base el término griego thymesis, que significa recordar. Parker, Cahill y McGaugh estaban fascinados con el hallazgo y empezaron a buscar más casos de personas afectadas por el síndrome, con la esperanza de avanzar en el conocimiento del cerebro humano. “Me di cuenta de que Brad debía ponerse en manos de los científicos de la Universidad de Irvine. Tras una entrevista telefónica, seleccionaron a mi hermano para realizar varias pruebas y nos fuimos a California. El desenlace ya lo sabemos. McGaugh me agradeció mucho mi empeño”, comenta Eric Williams, que prepara el documental Unforgettable (inolvidable, en inglés), donde Brad compite con Google contestando bien 20 preguntas. “Me encantaría conocer a Jill Price; todavía no nos han presentado los doctores de California”, afirma Williams. Un encuentro que, sin duda, será memorable. AJ sufre migrañas con frecuencia. Está bajo tratamiento para combatir la ansiedad y le tiene fobia a los médicos, a los hospitales, a los recintos universitarios y a los pájaros desde el 16 de julio de 1988, día en que una paloma le picoteó la cabeza. Cree que la necesidad de ordenar su existencia procede del trauma que experimentó con ocho años, cuando sus padres la llevaron a vivir a la costa oeste del país. En ese instante, decidió aferrarse emocionalmente al pasado coleccionando fotos de su primera casa, guías de televisión, listas de la compra y mensajes de voz registrados en el contestador automático de su teléfono. AJ enseñó a los investigadores Parker, Cahill y McGaugh algunos de los diarios que había escrito entre los 10 y los 34 años. En algunos casos, las descripciones sobre lo que había hecho durante el día eran tan precisas que no le quedaba más remedio que redactar con una letra minúscula. Una vez terminados, nunca los revisaba. De esa práctica nace su retentiva descomunal, según publicaron los científicos, hace dos años, en la revista Neurocase.

Redacción QUO