M­uchos autores han encontrado en el pie una fuente de inspiración. Cervantes dice de Dorotea: “Tenía las polainas levantadas hasta la mitad de la pierna que, sin duda, de blanco alabastro parecía… Suspendioles la blancura y belleza de los pies… Eran tales que no parecían sino dos pedazos de blanco cristal…”
El valor añadido de Cenicienta, por su parte, no era el de su belleza, sino el de sus pies pequeños.

Redacción QUO