Los que crecimos en la década de los 80 o anteriores, sabemos lo que es gozar como un enano revolcándonos en el barro o jugar con el perro sin temor a que nos lama en el intento. Pero, de un tiempo a esta parte, y en proliferación de estudios que hacen pensar que hasta respirar es malo por la salud (no olvidemos la contaminación que nos rodea), hemos dejado de disfrutar de esos maravillosos momentos de la vida.

Se nos olvida que, durante millones de años, los niños han crecido expuestos a los microbios que les rodeaban. Solo hay que examinar cuál es el comportamiento natural de un bebé cuando viene al mundo: explorar, meterse las manos en la boca, los pies y todos aquellos objetos que les parezcan dignos de introducir en sus desdentadas fauces. Cuando crecen y son algo más mayores, cavan en la tierra, recogen gusanos, capturan ranas y juegan con sus mascotas (si las tienen, claro). Este comportamiento natural, probablemente esté pensado (evolutivamente hablando) con el fin de fortalecer el sistema inmune del pequeño.

Pero nos hemos vuelto muy refinados. Una mancha de barro es casi una falta de educación. Preferimos que los pequeños estén junto a un videojuego, pero limpios, que revolcándose en la tierra de un parque donde van perros. Pero, si echamos un vistazo a la historia de nuestra evolución, nos daremos cuenta de que, literalmente, es peor el remedio que la enfermedad. Investigaciones recientes han demostrado que la sobreprotección con respecto a los microbios es perjudicial para la salud de nuestros hijos, incluso hay una relación directa entre que el pequeño carezca de determinados microbios en su estómago y la aparición de enfermedades crónicas como asma, alergias, obesidad, diabetes e incluso el desarrollo saludable del cerebro.

Según explican los investigadores B. Brett Finlay y Marie-Claire Arrieta en la revista TIME, «como científicos, hemos estudiado los microbios que causan enfermedades durante muchos años y sabemos lo importante que es que los niños sean expuestos a una amplia gama de bacterias. Pero como padres, sabiendo todo lo que sabemos, todavía no es fácil tomar decisiones con respecto a la exposición microbiana. Por eso, queremos mencionar algunos denominados ‘malos’ hábitos que estaría bien que fomentásemos en los niños para asegurarles una salud más fuerte».

Deja que se ensucie

Cuando el pequeño está interactuando con la naturaleza, es mejor que dejes que toquen lo que quieran (dentro de lo razonable), incluyendo el barro, los árboles, las plantas, los insectos, etc.

Para fomentar esta actitud exploradora, la próxima vez que vayas a disfrutar de un día al aire libre con tus hijos, lleva un cubo, algo de agua y una pala. Las tartas de barro y los castillos imposibles no tardarán en salir de su imaginación.

Es más, si se ensucian la boca ¡no te asustes! pronto se darán cuenta de que su sabor es horroroso y no se convertirá en «algo prohibido que haré cuando mamá no mire».

 

Deja que los perros se acerquen a él (y le laman)

Para algunos padres, que un perro chupe a su hijo es una tragedia gigantesca. En realidad no solo no es cierto, sino que los animales pueden ser muy positivos para el desarrollo de los más pequeños de la casa por innumerables razones.

Eso sí, no es mala idea llevar el perro al veterinario antes de que se mezcle con ellos, solo para asegurarse que está en buen estado de salud. Varias investigaciones han demostrado que tener cerca a un perro o dejar que lama a los niños, puede ayudar a disminuir su riesgo de padecer asma, alergias y otras enfermedades relacionadas con el sistema inmune.

Además, le brindará cariño, protección y una amistad incondicional.

Olvídate del jabón antibacterias

Tras jugar al aire libre, lo peor que puedes hacer es que tu hijo se lave las manos con un jabón antibacteriano.

Como decíamos antes ensuciarse, y la consecuente exposición a determinadas bacterias, es bueno para él. Si le aplicas el jabón antibacterias, todo lo que ha ganado durante horas no habrá servido de nada. Con uno normal, será más que suficiente.

Tampoco hay que obsesionarse con lavarse las manos antes de comer. Es una buena costumbre, pero que tu hijo se lleve a la boca ciertas bacterias, puede ser bueno para su desarrollo.

Además, el uso prolongado de este producto aumenta la resistencia bacteriana.

Comer alimentos fermentados

Hay que dejar de satanizar los alimentos fermentados en la vida de los más pequeños. 

Los alimentos refinados como el azúcar, la harina u otros no llegarán a su intestino, y por ende, a alimentar los microbios que le hacen tanto bien al estómago y al intestino delgado.

Los alimentos ricos en fribra como las nueces, las legubres y las verduras, son perfectos también para esto. Pero no es mala idea aumentar la dosis de comida que llega hasta los microbios. Esto se puede hacer aumentando los productos fermentados (yogur, kéfir, chucrut…).

 

No uses antibióticos para todo

Los antibióticos son curas milagrosas para casi todas la infecciones bacterianas y han salvado numerosas vidas. Sin embargo, desde hace un tiempo nos hemos dado cuenta de que no son tan inofensivos como hubiésemos podido pensar, ya que bombardean la microbiota, matando bacterias buenas y malas de forma indiscriminada.

Según explican los investigadores en TIME, los antibióticos solo funcionan contra las infecciones bacterianas, virales o fúngicas, por lo que «deben ser usados adecuadamente«.

También se ha demostrado que el uso excesivo de antibióticos hace a los microbios más resistentes. Lo ideal es emplearlos cuando sea estrictamente necesario (algo que debe decidir siempre un profesional de la salud).