El héroe cotidiano

Hasta bien entrado el siglo XX, dar a luz suponía un grave peligro para las mujeres, sobre todo en las zonas rurales, donde muchos partos eran atendidos por curanderos y parteras. La situación mejoró gracias a los médicos de pueblo, como este doctor francés, al que vemos tras haber atendido un parto, en 1950.

El sacamuelas

Algo de opio para aliviar el dolor causado por la caries y unas tenazas o una ganzúa de metal para extraer las piezas irrecuperables. Esas eran las armas de este barbero ambulante que en 1920 ejercía también de dentista en las remotas aldeas argelinas.

Cadena de montaje

En 1940, esta clínica odontológica de Turín se parecía más a una fábrica que a un hospital moderno. Pero no hay que dejarse engañar por las apariencias, porque ya contaba con adelantos como el taladro mecánico y la lámpara scialítica, típica de  los quirófanos actuales.

Revisión callejera

Ir a un centro de salud para una cita rutinaria aún no era común en 1951. Por eso, en Londres se crearon consultas ambulantes para examinar a la gente en la calle. Los niños eran los que sentían más curiosidad por los laboratorios móviles.

Víctimas de guerra

Jean-Luc y Passel fueron dos de los 20 millones de heridos que dejó la I Guerra Mundial. Se rehabilitaron gracias a la mecanoterapia, un tratamiento que consistía en mover maderos sujetos a un sistema de poleas, para recuperar la flexibilidad natural de los miembros dañados.

Luchando contra el glaucoma

Es una de las afecciones oculares más peligrosas, ya que provoca ceguera y no ofrece síntomas. Pero en 1941, este oftalmólogo estadounidense era un adelantado a su época: utilizaba para diagnosticar el tonómetro de Schiötz, cuyo uso no se generalizó hasta 1950. Sirve para medir la presión intraocular, principal causa de la enfermedad.

La guerra contra las infecciones

Muchos soldados fallecidos en la Gran?Guerra (1914-1918) murieron por las infecciones. Por eso, este médico trataba a los soldados turcos del Ejército francés en Argelia con inyecciones de biyoduro de mercurio, un antiséptico que también se utilizó (no solo en Argelia) para combatir la sífilis.

El show de Truman

El psicólogo Arnold Gesell, dedicado a estudiar el proceso de aprendizaje infantil, llegó a conocer a sus pequeños pacientes tan bien como si fueran sus hijos. El investigador hacía un seguimiento de sus “cobayas” –como este niño, al que examinó en 1947– desde que nacían hasta que cum­plían ¡veinte años! Gesell filmaba todas las sesiones con una cámara.

Un mártir

En 1897 se crearon los primeros tubos portátiles para el diagnóstico por rayos X, y se usaron para atender a los heridos en la guerra de Sudán. Doce años después, en 1909, el ilustre científico Maxime Ménard comenzó a dirigir el Departamento de Radiología del Hospital parisino de Cochin. Tras 20 años de servicio, Ménard, a quien vemos aquí examinando a un paciente, pagó cara su abnegación médica: falleció en 1929 víctima de un cáncer, contraído por la exposición prolongada a los rayos X.

Pulmones de acero

Una muñeca como fetiche infantil y un cuento leído por la enfermera eran la única alegría para estos niños, víctimas de la epidemia de polio que en 1930 azotó EEUU. Pero se salvaron gracias a los primeros (y gigantescos) pulmones artificiales, creados por Philip Drinker.

Rayos uva

Una vuelta, y otra… Así, durante 15 minutos al día. En 1928, estos niños alemanes se exponían a las emisiones de luz ultravioleta de unas lámparas de cuarzo, para tratarse de afecciones de la piel como la psoriasis y el vitíligo.

¡Aguanta!

El dolor hizo que este campesino bretón maldijera mil veces mientras un sanador le curaba el hombro. Sin usar anestesia, el curandero hacía rotar con sus manos el hueso dislocado hasta encajarlo en su sitio.