El misterio sobre lo que ocurre en la mente del 2% de la población que padece trastorno límite de personalidad (TLP), empieza a desentrañarse.

“Sabemos que hay alteraciones en el procesamiento cerebral de la información emocional”, explica José Luis Carrasco, psiquiatra del Clínico San Carlos de Madrid. Detrás de estas siglas, TLP, está un patrón de conducta (tendencia autodestructiva, impulsividad descontrolada, miedo al abandono e inestabilidad emocional) que puede manifestarse por medio de la anorexia o de una depresión. Por eso, no es raro que hasta hace poco fueran tratados de una y otra enfermedad hasta recibir el diagnóstico.

El Clínico es uno de los tres centros con unidades para estos pacientes que hay en España, y aunque de momento no tiene curación, los enfermos aprenden a gestionar sus cambios de ánimo (pasan de la euforia a la depresión en minutos) y a evitar compensar su vacío existencial con experiencias extremas con drogas, comida o sexo. “El objetivo es que sean autónomos, y muchos lo consiguen”, asegura el psiquiatra.

Abismo interior

[image id=»13694″ data-caption=»» share=»true» expand=»true» size=»S»]

Los pacientes que forman parte del grupo de terapia que funciona desde hace unos meses en el Hospital Clínico San Carlos conocen muy de cerca esas experiencias extremas, algunas tan al límite como el intento de suicidio. Una de las integrantes del grupo, rozando la treintena, ha tenido ya diez intentos, afortunadamente fallidos. No siempre es así: hace unos meses otra de las pacientes se fue para no volver. «Los intentos autolesivos están en el 95% de los pacientes; entre el 10% y el 15% lo consiguen», explica José Luis Carrasco. Otros se van suicidando indirectamente, a través de las drogas u otras experiencias como el sexo sin protección. «Mi vida se convirtió en una noria, oscilaba entre la euforia que me proporcionaban la noche y la depresión cuando había pasado el efecto del alcohol y las drogas», confiesa uno de ellos.

El círculo vicioso en el que entran aboca a sus protagonistas, en el peor de los casos a un final trágico; en el mejor, a un peregrinaje por los servicios de Salud Mental hasta que finalmente son diagnosticados, generalmente transcurridos unos años, de Trastorno Límite de Personalidad, TLP. El acrónimo resulta tan frío como desconocida era la enfermedad hasta hace poco, incluso para los psiquiatras. La frialdad de esas tres letras, «T», «L», «P» se rompe en la terapia de grupo. La experiencia resulta sobrecogedora para alguien ajeno a este mundo por la crudeza de las experiencias, y sobre todo, por la luz que los protagonistas dicen ver, por fin, al final de una vida marcada por la oscuridad.

Redacción QUO