“Bajo cierta presión, las posibilidades de éxito de estos profesionales aumentan”, recuerda el doctor López Ibor. Esto ocurre en cualquier sector, y ha habido abundante investigación sobre ello. La última nos llegaba este verano de Nueva York, desde la Universidad de Búfalo, donde un grupo de investigadores descubrió que una ligera exposición de ratones a una situación estresante activa la producción de cortisol en la región prefrontal del cerebro, lo que favorece el aprendizaje y la memoria.

Beneficios redondos

En pequeñas cantidades, el estrés permite también al atleta un mayor rendimiento. Un trabajo intercultural del estrés en jugadores de fútbol realizado por las Universidades de São Paulo y Brasilia comparó 44 jugadores profesionales brasileños con 27 de Colombia y detectó que los deportistas brasileños respondían mejor con niveles de ansiedad elevada. En el caso de los colombianos, la presión de los medios de comunicación era lo que les impulsaba a jugar mejor. El profesor de la Universidad Complutense de Madrid Antonio Cano Vindel, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS), explica que: “El estrés es un mecanismo de reacción tan antiguo como el propio hombre, que compartimos con animales e incluso plantas, y que nos permite reaccionar con rapidez y seguridad ante contextos en los que hay que dar una respuesta para la que no tenemos recursos. Pone en marcha un proceso de activación de recursos para conseguir un fin. Una vez gastados, nuestra mente y nuestro cuerpo necesitan descanso para reponer esos recursos y recuperar la energía gastada. Tras un tiempo de descanso, nuestro organismo vuelve a estar listo para seguir adaptándose a las demandas del entorno. Por lo tanto, afrontar el estrés normal de cada día no es un problema, siempre que descansemos lo suficiente”.

Para López Ibor: “Hay personalidades, como las llamadas del tipo A, más proclives a la impaciencia, la agresividad y la competitividad. Pero no son las únicas. En cualquier caso, el problema son las soluciones erróneas que tomamos y, peor aún, nuestra tendencia a repetir patrones que nos han demostrado total ineficacia.

Un equipo de investigadores de la Universidad del Miño, en Portugal, y los Institutos Nacionales de Salud (NIH), en Estados Unidos, ha descubierto que el estrés crónico nos paraliza y nos induce a una respuesta automática, en lugar de valorar cuál sería la decisión más ventajosa. Según sus responsables, una decisión acertada implica estudiar distintas opciones de comportamiento, una tarea difícil cuando el cerebro está sometido a un estrés continuado. Y esto le ocurre a un cuarenta por ciento de la población activa, según datos de la Asociación Internacional de Tratamiento del Estrés (ISMA). Alrededor del diez por ciento ni siquiera puede manejar el estrés que implican los avatares de nuestra vida diaria.

La clave es dosificar

¿Pero dónde se encuentra la línea que separa lo saludable de lo perjudicial? El profesor Cano Vindel advierte de que: “El problema aparece cuando este mecanismo, diseñado especialmente para activarse ante situaciones de emergencia, está permanentemente en marcha. En tal situación se estarán gastando continuamente recursos a un ritmo que no se puede mantener”.

En 1950, el médico húngaro Hans Selye, pionero en las investigaciones sobre el estrés, comparaba esta reserva vital que adquirimos genéticamente al nacer con un depósito bancario. Cada vez que usamos energía para afrontar un reto, disminuimos la reserva. Selye sugería aprender a consumirla con cautela, para cosas importantes y, sobre todo, procurando sacar provecho positivo. Él definió el estrés como “la sal de la vida”. Más de medio siglo después, la gestión del estrés se nos ha ido de las manos… al resto del cuerpo. Hoy, en EEUU lo llaman “el asesino silencioso”.

Redacción QUO