Escasean los datos oficiales sobre familias homoparentales, pero se sabe que un porcentaje muy alto de las personas que recurren a la reproducción asistida son homosexuales. La legislación familiar, a la zaga de la ciencia y de la realidad, empieza a dar forma oficial a los nuevos estilos de entender la maternidad y la paternidad.
Aceptar las familias homoparentales no tiene ya demasiado mérito, pero reconocer y equiparar sus derechos al resto es otro cantar. A medida que nacen nuevas parejas, surgen nuevas necesidades, y aquí asoman las discrepancias, que a veces se quedan en la simpleza lingüística. En Ontario, por ejemplo, se han borrado de 73 leyes palabras como esposa y esposo, viudo y viuda, hombre y mujer, y cualquier otra mención a los dos sexos. Nuestro Diccionario de la RAE ha dejado demasiado escueta su definición de madre: “Dícese de la hembra que ha parido”.
Pero la complejidad léxica es casi anecdótica, y la más banal de todas las que sufren las familias homoparentales. Sus mayores quebraderos de cabeza tienen que ver con la equiparación de derechos fiscales, laborales y de herencia, custodia de los hijos, el reconocimiento de paternidad o maternidad y la adopción.
El 27% de parejas femeninas y el 10% de las masculinas tienen hijos. No son porcentajes de escándalo, pero la tendencia es irreversible y ya se habla de un auténtico baby boom, que, como reclaman los representantes de las asociaciones: “Es preciso cubrir legalmente con garantía de los mismos derechos que el resto de los niños”.
A veces, las nuevas situaciones crea­das se afrontan con improvisación y a costa de tropezones. Ahí está la expulsión de un colegio católico californiano de una niña de 14 años cuando los responsables se percataron de que tenía dos madres lesbianas. En Madrid, a dos niñas mellizas de dos años, hijas de lesbianas, les negaron la plaza para este curso en un colegio privado, al comprobar que sus progenitoras eran dos mujeres. A pesar de estar casadas, el Registro Civil de la calle Pradillo de Madrid no admitió la inscripción de las niñas, nacidas por inseminación artificial, a nombre de las dos. Entonces, una de ellas tuvo que adoptarlas después de someterse a una prueba psicosocial. Ahora tienen tres libros de familia. En el primero figura su matrimonio; en el segundo aparece una de ellas como madre soltera de las niñas. En el tercero, por fin, se plasma la familia al completo.
“Soberbia” fue la sentencia del juez Fernando Ferrín Calamita que arrebataba la custodia a una madre de dos niños, equiparando la homosexualidad con la pertenencia a una secta satánica y la condición de toxicómano, pederasta y prostituta. Más soberbia aún resultó la respuesta del Consejo General del Poder Judicial al suspenderle cautelarmente de sus funciones. Tampoco hay recursos jurídicos y sociales para gays y lesbianas ante el maltrato, ya que la ley de protección contra la violencia de género contempla solo la violencia masculina contra la mujer.
Y mientras esto sucede en España, que posee una de las legislaciones más avanzadas del mundo y donde existe un discurso social bastante favorable a las familias homoparentales, en sus laboratorios los científicos trabajan en nuevos hitos en la reproducción. ¿Qué nos queda todavía por ver, acaso la fecundación mediante un solo sexo? “No”, aclara David Marina. “La producción de semen a partir de una célula femenina se vislumbra lejana, pero se trata de una opción que se está investigando, y que ha dado sus primeros resultados positivos.”

La ley lo tiene claro

Por lo demás, la legislación española no deja lugar a vacilación en varios asuntos: maternidad por subrogación, selección de sexo si no hay motivo médico y clonación. Técnicamente, son posibles. Legalmente, no. Las dos primeras deberían depender de la esfera íntima de cada persona”. Otra cosa es la clonación. El doctor Marina nos habla de ella sin tapujos: “En la naturaleza ya existe esta posibilidad. Ahí están los gemelos univitelinos, dos personas idénticas nacidas de un solo óvulo. Sin embargo, artificialmente tendría poca utilidad y beneficiaría a un sector muy pequeño, aquellas mujeres cuyos óvulos no fueran útiles, pero a los que podríamos introducir el material genético del óvulo de otra mujer, sana, o más joven. Teniendo en cuenta que a partir de los 40 años, el porcentaje de embarazos no llega al 15% y que cada mes el porcentaje va disminuyendo, sería un avance muy importante a nivel personal y, sobre todo, cultural. Por supuesto, ahora sería una temeridad. Y dada su baja eficacia, impracticable; es el principio que debería imperar siempre”.
Los avances científicos por venir suscitan a unos pavor, a otros confianza. La ética, bajo el principio básico de beneficiar a un ser humano sin dañar a otro, será quien ponga coto.

Marian Benito

Redacción QUO