Fernando, igual que Agustín, su pareja, es hombre y padre. Solo en orden cronológico. Desde que tuvo a Vasily en sus brazos, el orden se ha invertido: padre y hombre. “En realidad, varios años antes, en el momento en que tomé la decisión de tener un hijo.

El camino ha sido duro, pero apasionante. Habría querido adoptar en España, pero las posibilidades eran casi nulas, puesto que mi deseo era un niño pequeño. Opté entonces por el extranjero. Si para un matrimonio es un proceso largo y para una mujer sola las complicaciones aumentan, imagínate para un hombre (decidí presentar la solicitud como soltero). Solo los países más avanzados, como Bélgica y Holanda, respetan tu orientación sexual, pero los que tienen niños para dar en adopción ponen muchas dificultades.

Aumenta la confianza si te presentas en compañía de una mujer, para ofrecer un referente femenino y garantía de apoyo familiar. A mí me acompañó mi hermana. Me puse en manos de una agencia para adoptar en Brasil y me engañaron. Después dejé que tomara la batuta un abogado que resultó un inepto. Perdió mi expediente y me hizo mil tretas más… A veces, la burocracia te hace sentir frágil. Pero hay que avanzar. Eso sí, ármate de tesón y unos buenos ahorros.

Sé que no somos los únicos, pero nuestra historia puede animar a muchas parejas, porque al final logramos llegar hasta el orfanato ruso donde nos esperaba Vasily, que entonces tenía poco más de tres años. Al principio no contamos con nuestras familias. Con su educación conservadora y principios religiosos, les costaba asumir nuestro modelo de familia. Su actitud dio un giro radical cuando co­nocieron a Vasily. Igual sucedió en nuestro entorno so­cial.

Es natural que suscitemos alguna curiosidad, sobre todo en cuestión de roles, distribución de tareas, etc. En nuestro hogar no existen conflictos. Nos involucramos por igual. Agustín es papá Agustín. Yo, papá Fernando.

Redacción QUO