En el año 2012, Adam Ostrzenski (un cirujano ginecólogo de Florida) afirmó haber identificado el punto G como una zona bien definida dentro de la pared vaginal frontal, a pocos centímetros de la abertura de la vagina, capaz de producir orgasmos intensos cuando se estimula. Un año más tarde, Ostrzenski realizaba las primeras cirugías destinadas a mejorar la sensibilidad del punto G y aumentar la satisfacción sexual.

La cirugía, (llamada de forma no muy original «punto G”), se llevó a cabo en tres mujeres que aseguraban haber perdido tras los partos la capacidad de tener orgasmos exclusivamente a través de estimulación vaginal. El objetivo de la intervención era tensar el tejido de la pared vaginal alrededor del popular punto G.

Para cada mujer, Ostrzenski extrajo un pequeño trozo de tejido en forma de diamante de la supuesta ubicación del punto G. Luego volvió a suturar la pared vaginal, haciendo que se tensara. Los procedimientos se realizaron en 2013, utilizando un anestésico local y un sedante, y las experiencias de las mujeres se registraron en los años siguientes.

No hay consenso

Tras las intervenciones, las tres mujeres aseguraron haber recuperado la capacidad de alcanzar el orgasmo vaginal (sin estimulación del clítoris) y disfrutar de sus relaciones sexuales con más frecuencia. Sin embargo, no está del todo claro si estas mujeres habrían visto las mismas mejoras con el paso tiempo sin dicha cirugía.

«Hay investigadores que piensan que no existe en absoluto, otros que piensan que puede existir, pero no todas las mujeres lo tienen; y otros que piensan que no es un único ‘punto’ o estructura anatómica, sino más bien un complejo de estructuras anatómicas variadas».

Todavía existe un gran debate con respecto al punto G, tal y como asegura Devan Stahl (Universidad del Estado de Michigan): «Hay investigadores que piensan que no existe en absoluto, otros que piensan que puede existir, pero no todas las mujeres lo tienen; y otros que piensan que no es un único ‘punto’ o estructura anatómica, sino más bien un complejo de estructuras anatómicas variadas».

Desde el estudio de Ozstrzenski en 2012, en el que describió el punto G en un cadáver de una mujer de 83 años de edad, varios estudios han fracasado al tratar de demostrar que, efectivamente, el punt G existe.

Ideales poco realistas

Este procedimiento de de Ozstrzenski no es la única terapia relacionada con el punto G. También existe el «G-shot» (una inyección de colágeno en la vagina, que tiene por objeto mejorar la sensibilidad en la zona).

«Lo que en realidad es estadísticamente normal (la dificultad para alcanzar el orgasmo a través del coito vaginal penetrante) ahora se considera patológico»

«Las terapias de punto G se han convertido en un negocio multimillonario, que promete aumentar el placer sexual de las mujeres, sin prácticamente ninguna evidencia de que estas terapias funcionen fuera del efecto placebo», asegura Stahl, y añade que para las mujeres que están sexualmente frustradas, el punto G refuerza el mensaje de que tienen un problema y que el problema es su propio cuerpo. «Lo que en realidad es estadísticamente normal (la dificultad para alcanzar el orgasmo a través del coito vaginal penetrante) ahora se considera patológico», asegura.

Stahl dice que las mujeres deben ser muy escépticas con respecto a los procedimientos relacioandos con el punto G, ya que pueden poner en riesgo su salud en la búsqueda de este ideal tan codiciado del placer femenino.

Sin embargo, también hay expertos como Douglas McGeorge (cirujano plástico consultor y ex presidente de la British Association of Aesthetic Plastic Surgeons), que aseguran que muchos especialistas médicos consiguen realizar este tipo de intervenciones en la vagina con problemas mínimos. «Muchas mujeres tienen una experiencia placentera como resultado de estimular el área que algunas personas llaman el punto G. Si de repente no están logrando esta misma satisfacción y sienten que es un problema, entonces un procedimiento pequeño como este podría ayudarles. Y esto es algo bueno”, concluye.

Fuente: New Scientist

Belén Robles González