Para comprender la diferencia, lo primero que hay que entender es que nuestro órgano vital funciona como un músculo. Su responsabilidad es bombear la sangre por todo nuestro cuerpo, distribuyendo oxígeno y nutrientes a las células de todo el organismo.

Si en algún momento nuestro corazón deja de bombear se dice que se ha producido un paro cardíaco o cardiorespiratorio (este último se da cuando los pulmones dejan de funcionar también).

Según explica la doctora Nieca Goldberg, portavoz de la Asociación de Cardiología de Estados Unidos, «La muerte cardíaca súbita es un problema electrolítico, en el que el ritmo de tu corazón se acelera y se vuelve irregular. Entonces, tu corazón no puede bombear sangre de manera efectiva y por eso de repente colapsas».

Por otro lado, un infarto (o ataque al corazón) es completamente distinto. En este caso el corazón continúa latiendo, pero la sangre no puede llegar hasta él (o una parte del mismo) porque hay uno o varios vasos sanguíneos (arterias coronarias) que se han obstruido. Cuando esta sangre no llega se produce el ataque cardíaco, que daña permanentemente el órgano. Según Goldberg: «Las personas que están en riesgo de sufrir un ataque cardíaco son aquellas que tienen antecedentes familiares de esta enfermedad, así como altos niveles de colesterol, de presión arterial, que sufren de diabetes, que no hacen ejercicio y que fuman».

Un infarto, si es grave, puede provocar un paro cardíaco, pero al revés es imposible que ocurra.

Fuente: CNN

Redacción QUO