El miembro del Comité Regulador de la Banca china, Li Jianhua, se convirtió en un ejemplo para sus camaradas en 2014. Su heroico fin llegó al alba de una mañana de primavera sentado frente a su escritorio, mientras redactaba un informe que no llegaría a firmar. Un ataque al corazón provocó una muerte que sus compatriotas llaman gnalosi, y que se traduce como matarte de trabajar. Sus jefes no lamentaron lo ocurrido, más bien al contrario: emitieron un comunicado en el que alababan al finado por “trabajar día y noche” y por “luchar sin tregua hasta sacrificarlo todo”. Literalmente.

Las críticas solo llegaron en las redes sociales y en periódicos como el China Youth Daily, que cifraba en 600.000 los finados por exceso de trabajo al cabo del año. Sus cifras no están respaldadas por el gobierno, pero no parecen estar demasiado alejadas, proporcionalmente, de las que Japón ofrece oficialmente sobre los karoshi, su equivalente nipón: alcanzaron su récord el año pasado, con 1.456 muertos. Parece mentira, pero “cuando las personas trabajan largas horas sin posibilidad de recuperación pueden llegar a una situación extenuante que afecta de forma dramática de salud”, explica la profesora de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid, Eva Garrosa.

En Japón, donde la tradición obliga a guardar excesiva lealtad a la empresa, incluso existe un concurso para elegir cuál de las llamadas ˝empresas negras” es la más tóxica. La dos veces ganadora, la cadena de tabernas Watami Foodservice, se ha convertido en un claro ejemplo del tipo de empresa que pone la vida de sus empleados en peligro. Su escándalo más sonado sucedió en 2008, cuando la empleada Mina Mori se suicidó, totalmente extenuada, tras haber hecho 280 horas extra en dos meses. La justicia valoró la vida de la empleada en unos 970.000 euros y obligó a la empresa a admitir su culpa.

“Es un problema que se está dando en países donde el valor económico es lo primordial y donde no se tienen en cuenta a las personas, ni a sus necesidades para la salud y el bienestar”, continúa Garrosa. En España, aunque matarse a trabajar es una expresión que nunca se ha tomado literalmente, también hay aspectos que mejorar. “El problema es que las jornadas extenuantes y tal y como está organizada la jornada laboral en España es, en muchos casos, incompatible con estas medidas de recuperación”, lamenta Garrosa.

Si las horas extras se convierten en la norma, el descanso se transforma en un recuerdo del pasado y el estrés no decae durante meses, los trabajadores entran en una espiral peligrosa. Su trabajo se convierte en una condena, la vida familiar desaparece y, si no se pone remedio, la depresión no tarda en llegar. Lo peor es que la vorágine laboral puede desembocar en un accidente cardiovascular que acaba con la vida, incluso el suicidio. La buena noticia es que la actitud del trabajador es un arma con la que puede mantenerse alejado del influjo de los empresarios tóxicos.

Según Garrosa, quien ha investigado la influencia de la personalidad y de los recursos que cada personas tiene para preservar la salud laboral, “es importante que la persona se cuide, practicando ejercicio físico, alimentación saludable, y dedicando tiempo a las actividades o experiencias que ayudan a desconectar”. También es fundamental conciliar con la vida personal para recuperarse del estrés.

Andrés Masa Negreira