1.-Sesiones interminables frente al espejo. Paulatinamente, el niño se ve inmerso en una anatomía casi adulta, que todavía le resulta ajena y que observa minuciosamente.
2.-Necesidad de integrarse. A pesar de su rebeldía, sigue los postulados de la mayoría (en el vestir, las salidas, la ingesta de alcohol) porque le proporcionan seguridad.
3.-Es impulsivo. No calibra el peligro. Corre riesgos en sus relaciones se­xuales, con el alcohol… La habilidad de evaluar las posibles consecuencias aparece entre los 15 y los 18 años.
4.-Habla poco, con monosílabos y a gritos. Su lucha por alcanzar la independencia, sobre todo de pensamiento, se convierte en un constante tira y afloja entre padres e hijos.

Redacción QUO