La extirpación de amígdalas, por ejemplo, produce en el organismo una respuesta defensiva igual que la que se da en un caso de traumatismo: la hinchazón. Al fin y al cabo, una intervención quirúrgica supone una agresión para el cuerpo, porque hay rotura de vasos sanguíneos y una salida masiva de sangre (hematoma) a la zona.

Como todos sabemos, una manera rápida y eficaz de minimizar la inflamación es aplicar frío en el área, así que los helados cumplen esa función. Por esa misma razón, y a modo de remedio casero, antiguamente había quien se aplicaba en una contusión un filete recién salido de la nevera.

¿De dónde vienen los helados?

El origen de los helados es muy antiguo. Algunos sostienen que los antiguos romanos son los inventores del «sorbete», para lo cual utilizaban nieve, frutas y miel. Cuentan que el emperador Nerón hacia traer nieve de los Alpes para que le preparasen esta bebida helada.

Otros, en cambio, señalan que los chinos, muchos siglos antes de Jesucristo, ya mezclaban la nieve de las montañas con miel y frutas. En la corte de Alejandro Magno, se enterraban en la nieve ánforas conteniendo frutas mezcladas con miel para conservarlas mejor y se servían heladas.

Pero fue en el año 1660, el italiano Francesco Procopio dei Coltelli, conocido en Francia bajo el apodo de Le Procope, inventó una máquina que homogeneizaba las frutas, el azúcar y el hielo, con lo que se obtenía una verdadera crema helada, similar a la que hoy conocemos. Procopio, abrió en París el «Café Procope», donde además de café se servían helados y así se popularizó. Durante muchos años los heladeros italianos guardaron celosamente el secreto de preparación de los helados, aunque como vendedores ambulantes lo difundieron por toda Europa. Para el siglo XVIII, las recetas de helados empezaron a incluirse en los libros de cocina y no han perdido fama hasta nuestros días. ¿Cuál es tu helado favorito?

Redacción QUO