Fue el primer tenista español en ascender al número 1 del ránking mundial de la ATP. Su saque y su impresionante derecha fueron el terror de sus contrincantes, y su estilo de niño rebelde llamó la atención en una era por entonces pre-Nadal, en la que los héroes del tenis internacional no hablaban español. Hoy, Carlos Moyá llega al plató de Quo a dejarse fotografiar en su nueva faceta, la que ocupa la mayor parte de su tiempo desde que se retiró: ser padre. Y en esta parece que también destaca, pues en cuanto en la redacción pensamos en dedicar una portada a la ciencia del nuevo padre, enseguida salió su nombre.

Nada más llegar, pone sus ojos en Paula, la niña que le acompañará en la sesión y que tiene la misma edad que su hija Carla. Se acerca a ella, se agacha para ponerse a su altura y le habla de todo lo que conoce, incluso le enseña un capítulo de una serie de dibujos animados (Caillou, para más señas) que lleva en su móvil. Es irresistible, y Paula pronto empieza a jugar con él.
Aunque no es consciente de ello, para mí es evidente que aquel genio de la derecha invertida ha sufrido un cambio que ahora sabemos que es el resultado del vínculo emocional que crea un padre con su hijo al nacer. Hoy en día, gracias a la ciencia, sabemos que se producen cambios cerebrales y hormonales en el padre, y que de su relación con su hijo dependen el desarrollo del niño y su personalidad en el futuro.

El vínculo paternal existe
Para empezar, los científicos se han planteado últimamente si de verdad existe un vínculo con el padre equiparable al maternal. En el caso de la mujer, los nueve meses de embarazo y el parto son el caldo de cultivo perfecto para el vínculo bioquímico entre ella y su bebé. Sin embargo, el padre solo tiene un escueto cameo en la concepción y desaparece de escena para el niño hasta el nacimiento.

Sin embargo, algo sucede en un hombre cuando se convierte en padre. En 2003, el psiquiatra de la Universidad de Basilea Erich Seifritz y su equipo utilizaron un escáner cerebral para demostrar que ciertas áreas en el cerebro de los padres se activaban al oír el llanto de su hijo. En el caso de los varones, la zona cerebral activa es la amígdala, el centro de las emociones. “Es una forma de sensibilización biológica”, afirma Seifritz.
Y es que las neuronas del cerebro adulto se reconfiguran y crecen en respuesta a los grandes cambios en la vida. Y el de la paternidad bien merece una neurogénesis.

Reorganización de ideas
Para demostrarlo, en 2010 Gloria K. Mak y Samuel Weiss, dos neurocientíficos de la Universidad de Calgary en Alberta (Canadá), llevaron a cabo una serie de experimentos en ratones en los que observaron cómo crecían nuevas neuronas en los cerebros de los papás ratón. En los días posteriores al nacimiento de sus crías, estas células cerebrales establecían nuevas vías de conexión en el bulbo olfativo, con el fin de mejorar la detección de sus cachorros por el olor.
También otro grupo de neuronas afloró en el hipocampo del padre: el centro de la memoria, para fijar ese olor a largo plazo. Aunque el padre ratón solo sufría estos cambios si se quedaba al cuidado de las crías. “Lo que demuestra que ni el nacimiento en sí mismo, ni su olor, provocan cambios en el cerebro de un padre”, conluyen Mak y Weiss en su trabajo.

Cuando un padre oye llorar a su hijo, se activa su amígdala, el centro cerebral de las emociones

Así que todo apunta a que es la práctica de la paternidad la que produce los cambios. Estas nuevas neuronas que se forman en el cerebro del padre crean sus propios circuitos y forman recuerdos a largo plazo, lo que da lugar a un vínculo duradero. Con los patrones de memoria que se van forjando, el padre ratón es capaz de reconocer a sus hijos por el olor incluso después de tres semanas separados. Y los ingredientes que dirigen la creación de este vínculo son las hormonas.

Él también tiene oxitocina

De hecho, en esta misma investigación Mak y Weiss detectaron que la capacidad del padre para formar neuronas depende de la prolactina, la misma hormona que se encarga de la producción de leche en las madres durante la lactancia. Así, cuando se interrumpe la secreción de prolactina, los padres no desarrollan estas neuronas específicas.
También hay estudios que han demostrado que los hombres registran mayores niveles de oxitocina (la que segregamos las mujeres al parir) cuando son padres. Incluso, según una investigación de Peter B. Gray de la Universidad de Nevada, al ser padres también registran un descenso considerable en sus niveles de testosterona, precisamente la hormona masculina por antonomasia. Consecuentemente, ¿son los padres menos hombres?

“El descenso de esta hormona solo pretende asegurarse de que el padre va a cumplir su papel y de que se va a ocupar del cuidado de sus hijos”, dice la investigación. Estos estudios presentan a estas hormonas como interruptores de algunos comportamientos paternos, aunque, como señala Weiss en las conclusiones de su estudio: “Tener un padre es importante, pero tener relaciones afectivas con él lo es más”.

Vínculo decisivo
Así lo demuestra un estudio publicado en 2012 por el psicólogo Ronald Rohner, de la Universidad de Connecticut. Tras analizar más de 10.000 casos de niños criados en distintos modelos de familias, concluyó que los menores educados sin el amor de su padre sufren más problemas de conducta y son más inseguros. “Habíamos asumido que la relación afectiva de los niños con sus madres era lo más importante para que pudiesen ser educados en toda su plenitud. Ahora sabemos que es, según para qué cosas, incluso más importante que la materna”, afirma Rohner.

Para Miguel Ángel Carrasco, profesor de Psicología de la UNED y colaborador de Rohner en esta investigación: “Los padres pueden ser tan importantes como las madres, y su relevancia depende de la calidad e implicación en la crianza de los hijos. En algunos estudios se ha encontrado que las relaciones de cariño del padre tienen un efecto superior sobre problemas tales como el abuso de sustancias, problemas de conducta y depresión”.
Sin embargo, según Carrasco: “Que la madre o el padre sean más importantes depende de la relación y la implicación que mantengan con él. En nuestra investigación más reciente, realizada en más de 13 países, hemos detectado que la figura parental (madre o padre) que es percibida con mayor grado de poder o prestigio por el niño es la que más influye en el niño” .

El juego de un padre con su hijo favorece su confianza y su capacidad creativa y su disposición a correr riesgos

Y según el Informe de Unicef La Infancia en España 2010-2011, uno de los fenómenos más importantes de estos años es el crecimiento de los hogares monoparentales, compuestos por un adulto, en la mayoría de los casos mujer, con uno o más hijos.Este modelo de familia ya representa el 18% de los hogares españoles. ¿Qué consecuencias tiene para estos niños crecer sin la figura del padre?

No sin mi padre
“La mayoría de los estudios comparativos entre los hijos de familias monoparentales y familias biparentales (incluidas las de gais y lesbianas) han encontrado que los hijos de familias monoparentales, especialmente los varones, muestran mayores niveles de problemas de conducta. Sin embargo, esta asociación desaparece cuando las madres reciben el apoyo social y económico que les permite atender las exigencias que la crianza requiere. Esto pone de manifiesto que no es la ausencia de un padre la condición que compromete el ajuste del niño, sino los factores de riesgo asociados al afrontamiento no compartido de la crianza de un hijo, lo que se traduce en mayores cargas económicas, mayores demandas y responsabilidades para la figura parental que asume unilateralmente el reto”, termina Carrasco.

La figura parental percibida con mayor poder por el niño es la que más le influirá

Sin embargo, también se desprende de las estadísticas que el papel del padre ha evolucionado. Según un informe realizado en 2012 por Chicco, ellos también se sienten culpables por pasar poco tiempo con sus hijos, y cada vez son más los que se reducirían la jornada laboral para estar con ellos. No obstante, también estos estudios dicen que la media dedica a sus hijos 6,2 horas, frente a las 13,6 de las madres.
Según Carrasco: “El papel del padre ha sido siempre importante, aunque la manera en que la paternidad se ejerce sí ha cambiado según las culturas y los tiempos. Lo que sí hay es un cambio en el grado de implicación directa de los padres con los hijos. En este sentido, podemos decir que somos más conscientes de la importancia que tiene y de sus efectos sobre los hijos. La incorporación de la mujer al mundo laboral, la flexibilización de roles de género, entre otras razones, está modificando el papel principal del padre como proveedor del sustento económico y el de la madre como rol cuidador. Pero este cambio es progresivo, y los datos recientes con los que contamos en población española revelan que todavía los hijos perciben una mayor implicación de las madres en su crianza”.

Aprender jugando
También está claro lo importante que es que los padres pasen mucho tiempo jugando con sus hijos, actividad a la que ambos dedican gran parte de su tiempo juntos. Según la psicóloga Florence Labrell en su estudio El juego paternal con los bebés, el contacto lúdico paterno repercute en el esquema de aprendizaje de los niños y favorece su confianza, su capacidad creativa y su disposición a correr riesgos. Y según Jorge Alcalde en su libro Te necesito, papá: “El bebé necesita compensar la dependencia materna con autonomía. En esta búsqueda, la primera persona fiable que encuentra es el padre”. Ellos los saben, pues, según el II Informe Nacional sobre la Infancia en España de 2011, la mayoría de los padres (55%) asegura que, si fuera posible, jugaría más tiempo con sus hijos.

Así que, si eres padre, puede que al leer este reportaje te sientas abrumado. Y no está mal que así sea, ya que gracias a su conexión contigo, tu hijo fortalece sus defensas ante los desafíos. Pero no te preocupes: un grupo de nuevas neuronas, preparadas para atenderle correctamente se desarrollará en tu cabeza.

Redacción QUO