Los tratamientos actuales tienen cada día más difícil vencer a la bacteria que causa la tuberculosis. El bacilo de Koch aprende, como otros muchos, las estrategias de los antibióticos con que le atacamos y desarrolla mecanismos que le hacen resistente a ellos. Es el caso de uno de los más efectivos, la isoniazida, que ya no puede con algunas mutaciones del bacilo. Sin embargo, estas variantes reforzadas se encuentran con la horma de su zapato en plena naturaleza.

Según publica en el EMBO Molecular Medicine el equipo de Stewart Cole, de la Escuela Politécnica de Lausanne (Suiza), existe una bacteria capaz de terminar con ellas. La Dactylosporangium fulvum segrega una sustancia antibiótica, llamada piridomicina, “que inhibe una enzima fundamental en la composición de la pared celular, muy frágil. Entonces la pared se rompe y la bacteria se abre y se descompone”, nos explica Cole. Curiosamente, es lo mismo que intenta sin éxito el fármaco isoniazida.

Mientras estudiaban el mecanismo, se dieron cuenta de que la resistencia del bacilo se produce porque muta un solo gen, y al exponer esta jugada de supervivencia el equipo a abierto la puerta para el desarrollo de nuevas medicinas que la hagan fracasar.

El objetivo de los investigadores es ahora sintetizar esa sustancia en laboratorio para fabricar variantes con mejores propiedades destinadas a la producción de fármacos, algo que Cole estima “aún tardará algunos años”

Las propiedades antibióticas de la piridomicina se conocían ya desde 1953, pero no se habían estudiado con detalle. Cole considera que su investigación puede dar un impulso al análisis de las sustancias que la evolución desarrolla en los microorganismos: “nosotros hemos observado otros 16.000 productos naturales y hemos encontrado otros candidatos, pero aún tenemos que trabajar mucho con ellos”.

Mientras tanto, un trabajo encabezado por su colega de laboratorio João Neres ha dado otro paso adelante en la lucha contra la tuberculosis, que se cobra 2 millones de vidas al año. La investigación, publicada en Science Translational Medicine, ha confirmado la gran efectividad de uno de los principales candidatos de una nueva generación de medicamentos.

El llamado BTZ043 se fija de forma irreversible a una proteína del bacilo de Koch y anquilosa su crecimiento. “Esa proteína es el objetivo de otros compuestos, pero ninguno es tan potente como este”, asegura Neres, lo que le confiere mayores posibilidades de llegar a la práctica clínica. Además la investigación ha permitido determinar la estructura tridimensional de la proteína diana y “al saber de qué forma se pliega, se pueden hacer modificaciones en el compuesto que aumenten su eficacia o investigar compuestos nuevos que encajen mejor en ella”, añade el investigador.

El BTZ403 fue desarrollado en 2009 por una clínica rusa que forma parte del gran consorcio europeo de universidades y farmacéuticas en busca de nuevos medicamentos antituberculosis. Sin embargo, la licencia de la patente fue adquirida más tarde por la farmacéutica estadounidense Inverness Medical Innovations, que ha seguido desarrollándolo.

Pilar Gil Villar