Imaginemos que hoy arrancase así el parte meteorológico: “En el Mediterráneo, ascenso brusco de las temperaturas que traerán un acusado aumento de crisis migrañosas, posibilidad de algún accidente cardiovascular y variaciones en los niveles de glucemia”. ¿Suena extraño?

“Evolutivamente, nuestras defensas responden ante los cambios con un mayor empeño del sistema hormonal, pero cuando ocurre una variación brusca en la temperatura, la presión o humedad, el organismo acusa estos excesos, lo que dispara el riesgo de accidentes cardiovasculares y cerebrales, crisis asmáticas, melanomas, alergias, cólicos renales y trastornos anímicos, entre otros”, explica el psiquiatra Antoni Bulbena, responsable del Servicio de Psiquiatría del Hospital del Mar (Barcelona).

El ser humano busca un confort climático caracterizado por parámetros de temperatura (20-25ºC), humedad (40-70%), velocidad del aire (0,15-0,25 m/s) y presión (1.013,2 mb), baja contaminación y predominio de iones negativos en la atmósfera.

Fuera de estos baremos se da el estrés meteorológico, que pone a prueba los mecanismos de adaptación. Ante la aparición de una ola brusca de calor o frío, la respuesta dependerá de la genética, estado de salud general, presencia de ciertas patologías… Los ancianos, al tener su sistema inmunitario más debilitado, y las personas que padecen diabetes o cardiopatías, entre otras enfermedades, son más propensas a advertir ese cambio en sus carnes.

El trastorno más común es el afectivo estacional. “Quienes lo sufren”, explica Bulbena, “viven el invierno como una suerte de letargo, con fatiga, sueño, tristeza, apatía y ansiedad. Pero cuando la luminosidad aumenta, el efecto es inverso: sienten euforia y se desboca su actividad. ”

Tiempo de locos
Pero hay estudios que lo corroboran. Uno de los más recientes llega del Instituto Catalán de Ciencias del Clima. Una investigación publicada en Nature Scientific Reports demuestra que el viento transporta un agente nocivo (que todavía no ha sido identificado) que provoca el síndrome de Kawasaki, una dolencia difícil de diagnosticar, caracterizada por debilitar las paredes de la arteria coronaria y el miocardio en los niños.

Otras investigaciones han tratado de valorar la influencia de la meteorología sobre las urgencias psiquiátricas y los suicidios. María J. Gómez González, del Centro de Salud La Unión, en Murcia, llevó a cabo una evaluación de los informes de las urgencias del Hospital Psiquiátrico Román Alberca durante 9 años y de los suicidios registrados en el Instituto Anatómico Forense de Cartagena, y los enfrentó con los partes meteorológicos locales. En sus anotaciones observó un ascenso de las urgencias psiquiátricas en días cubiertos o lluviosos, y con brisas y vientos del este. Vio también que los delirios aumentan con una humedad superior al 60% y los trastornos obsesivos compulsivos con temperaturas que superen30ºC. El neurólogo Javier López del Val cotejó también el ingreso de pacientes por accidente vascular en el Hospital Clínico de Zaragoza con los datos del Servicio de Meteorología, y su conclusión fue clara: cuanto más brusco es el cambio, más alteraciones provoca en el sistema nervioso y vascular, y en el estado de ánimo.

Ola violenta
Por otra parte, el calor nos hace más irritables, y esta irritabilidad lleva a una conducta más agresiva. Bulbena recuerda la ola de calor que azotó a España en 2003. En Barcelona, las urgencias psiquiátricas se dispararon, casi todas relacionadas con un aumento de la agresividad y el consumo de sustancias tóxicas. El primero de agosto de ese año se alcanzaron máximas excepcionalmente altas en diversos puntos del continente. Cuando se hizo recuento de las muertes registradas atribuibles a la canícula, en Francia se arrojó el dato de 10.400 en los primeros 15 días de agosto; 6.500 en España; 1.316 en Portugal… 52.000 en toda Europa.

El clima es un regulador natural del humor y de nuestra salud, pero también podría tener su incidencia en la política y en la economía de países en desarrollo. Por cada grado centígrado por encima de la media, los países pierden alrededor del 1,1% de crecimiento y capacidad de producción, según el climatólogo argentino Leonardo Serio.

Con estos datos sobre la mesa, un equipo de médicos, geógrafos, meteorólogos, matemáticos y estadísticos están trabajando en la puesta en marcha de sistemas de alerta temprana. Es el empeño de Pablo Fernández de Arróyabe, vicepresidente de la Sociedad Internacional de Biometeorología y profesor de la Universidad de Cantabria: “Los efectos del clima sobre la salud humana son predecibles y se puede alertar a las Autoriadades, lo que permitiría adoptar los planes de acción y las medidas profilácticas de respuesta que minimicen el impacto”.

Cuestión de tiempo… atmosférico
La idea no es nueva, y algunos países han esbozado ya programas. Alemania, pionera en la disciplina bioclimatológica, dispone de mapas que advierten de cómo los cambios atmosféricos afectarán a la salud de sus ciudadanos. Suiza desarrolló un boletín telefónico que notifica el contenido de polen en el aire y el grado de intensidad de los rayos ultravioleta, y avisa, por ejemplo, del riesgo de jaquecas.
En Cuba, Luis Bartolomé Lecha ha desarrollado un sistema de pronósticos bioclimáticos que permiten ofrecer información adecuada para la prevención de algunas enfermedades crónicas no transmisibles de alta incidencia en el país. Utiliza como indicadores la variación de la densidad parcial de oxígeno en el aire y la contaminación atmosférica. Desde 2006, registra tanto los cambios bruscos de tiempo como las enfermedades asociadas a estos cambios: asma bronquial, dolencias cardiovasculares, accidentes cerebrovasculares, crisis de hipertensión, cefaleas e infecciones respiratorias agudas.

Aún no está todo dicho
“Aunque quedan aún muchos retos, el paso definitivo sería integrar ese saber en los recursos sanitarios, ya que los datos muestran que no debería subestimarse el riesgo real de algunas situaciones meteorológicas para las personas con mayor meteorosensibilidad”, concluye Fernández de Arróyabe.

Mientras, algunos científicos refutan esta influencia tan directa del tiempo. Así, investigadores de la Universidad de Humbolt dirigidos por Jaap Denissen no hallaron en un estudio realizado en Alemania en distintas épocas del año relación entre las emociones positivas y negativas de los participantes con la información del el Instituto Meteorológico del país. Denissen considera que quizá el que se conoce como trastorno afectivo estacional se deba más a una herencia cultural que relaciona los días malos con la tristeza y el ánimo bajo.

Pero a estas alturas tampoco se podría negar la evidencia de la famosa “flema británica”, que achaca el carácter melancólico e introspectivo al clima húmedo y neblinoso. O la benéfica influencia del sol en la reconocida alegría española.

Redacción QUO