Los científicos llevan décadas buscando remedios contra la obesidad mediante el estudio del cerebro y los circuitos involucrados en la alimentación “homeostática”, aquella que mantiene estable nuestro nivel de energía. Pero se trata de un enfoque que ha tenido un éxito limitado. Más recientemente, algunos científicos han comenzado a centrarse en la conocida como alimentación «hedónica», aquella guiada por placer de los alimentos ricos en calorías y que tienden a ir mucho más allá de nuestras estrictas necesidades energéticas.

Excepto contadas ocasiones o personas, es habitual comenzar a comer algo, como patatas fritas y que sea difícil parar. ¿Por qué ocurre esto? Esta es la pregunta que se hizo un equipo de expertos liderados por Thomas Kash. Y los resultados de un experimento señalan una respuesta. El equipo de Kash descubrió una red específica de comunicación neuronal que comienza en la región del cerebro que procesa las emociones y nos motiva a seguir comiendo a pesar de que las necesidades energéticas básicas ya estén satisfechas.

La existencia de este circuito cerebral en los mamíferos se describe en un estudio publicado en Neuron y podría ayudar a explicar por qué los humanos a menudo comemos de más. El mencionado circuito es un subproducto de la evolución, cuando las comidas ricas en calorías eran escasas, por lo que nuestros cerebros fueron diseñados para devorar tantas calorías como fuera humanamente posible porque nadie sabía cuándo habría otra oportunidad. Lo interesante es que, antes de pasar por diferentes regiones que regulan áreas vinculadas a la alimentación, atraviesa la amígdala, una región del cerebro que procesa las emociones.

Cuando el equipo de Kash eliminó la mitad de las neuronas vinculadas a este circuito, los atracones de los ratones se redujeron y lograron que mantuviera su peso, aunque tuviera acceso a alimentos con alto contenido calórico.

“Nuestro estudio – explica Andrew Hardaway, coautor del estudio, en un comunicado – es uno de los primeros en describir cómo el centro emocional del cerebro contribuye a comer por placer. El hallazgo apoya la idea de que todo lo que comen los mamíferos se está clasificando dinámicamente en un espectro de bueno/sabroso o malo/repugnante, y esto puede representarse físicamente en subconjuntos de neuronas en la amígdala. El siguiente paso importante es aprovechar estos subconjuntos para obtener nuevas terapias para la obesidad y los atracones”.

Juan Scaliter