«Si continuamos como hasta ahora», aseguraba no hace mucho en Quo Boris Worm, de la Universidad Dalhousie en Halifax, Nueva Escocia (Canadá), «dentro de 50 años puede que no quede mucho que recoger del mar». Todos los estudios, y los informes de la ONU, señalan en la misma dirección: estamos esquilmando los mares y contaminando el hábitat de uno de nuestros principales recursos alimenticios.

En un par de décadas muchas de las especies que hasta ahora veíamos en la pescadería serán historia, o dará miedo comerlas por los altos niveles de mercurio y otros contaminantes que contendrán en su carne. La alternativa puede estar en aprender a cocinar medusas al pilpil, transgénicos, o en buscar otras soluciones como la explotación a gran escala de granjas marinas.

«El pescado cambiará, unas especies desaparecerán, otras crecerán más deprisa», asegura José Vicente Carbonell desde el CSIC, «pero el futuro pasa por las granjas marinas, que se convertirán en la principal fuente de proteínas». El concepto de granja marina no es exactamente igual que el de piscifactoría, en este caso se trata de acotar una zona del mar y dejar que los animales críen en su interior.

«Esto es lo que se hace en la ganadería», explica Carbonell. «Tiene bastantes ventajas frente a la granja terrestre, porque los pescados tienen más rendimiento, no tienen que mantener su propio peso y el ratio por proteína producida es mayor. Ahí estamos muy lejos del techo». De momento, se crían con este sistemas especies como el rodaballo, la dorada, la lubina, el bacalao o el pulpo, pero con diferentes resultados de productividad y muchas dificultades. Algunos expertos apuntan a que muchas especies no son aptas para este tipo de granjas marinas con lo que, o empezamos a cuidar los mares, o nuestra dieta de pescado dejará bastante que desear.

Redacción QUO