Los mayores cambios y los que parecen considerarse un tabú son los que traerá la ingeniería genética en plantas y animales. A pesar de las reticencias de la opinión pública, el camino ya está abierto. «Muchos productos están protegidos por patentes y conservados en el cajón hasta que haya más permisividad a los transgénicos», nos cuenta José Vicente Carbonell desde el CSIC

. «Los avances van a ser muy importantes, en cuanto aumentar la productividad, la resistencia a plagas, incorporar nutrientes y también se van a dar en el campo animal».

A pesar de la imaginería apocalíptica, los laboratorios no andan trabajando en un pollo con patas de cerdo ni vacas que den leche con cacao, sino en pequeñas mejoras que permitan mejorar la producción de leche o combatir enfermedades. Un ejemplo muy conocido es el de los cerdos que han sido modificados genéticamente para que su saliva segregue una enzima llamada fitasa que les permite absorber mejor el fósforo en su alimentación: esto permite que sus heces sean menos contaminantes y que los ganaderos no tengan que agregarle un suplemento a la comida para evitar este problema.

«Muchos alimentos funcionales que hoy en día están en fase de desarrollo se basan en organismos transgénicos», asegura José Miguel Mulet, «como la carne de cerdo baja en colesterol, el arroz dorado (éste además libre de patente), la patata dorada (menos famosa que el arroz). A la larga, o a la corta, Europa va a abrir la mano en el tema de los transgénicos. No les queda otra».

El primer choque serio en este terreno fue el de la empresa AquaBounty, que intentó que las autoridades de EEUU le autorizaran a comercializar una variedad de salmón transgénico para consumo humano. Provisto de un gen de otra especie, este nuevo salmón crecía a más velocidad y alcanzaba el tamaño para la venta en la mitad de tiempo. En verano de este año, el Congreso de EEUU paralizó la iniciativa. A pesar de que AquaBounty insistió en que todos sus salmones serían hembras estériles, venció el temor a que esta variedad invadiera el océano y compitiera con los salmones salvajes. Una primera batalla perdida por los transgénicos, pero ni mucho menos la última.

Redacción QUO