Si cacheas tu propia personalidad, encontrarás que las mismas tretas que ahora despliegas en tus conflictos, decisiones y tratos son las que usaste, pulidas con el tiempo, en el cuarto de juegos con tus hermanos. Recapacitando, incluso verás que la medicina sigue sin encontrar bálsamo más eficaz para las heridas que el abrazo de quien comparte contigo la mitad de tu ADN, además de pasado, fantasmas, migrañas y neuras.

Genes al cuadrado

Es una de las aportaciones más entrañables que el hombre ha hecho a la ciencia en los últimos años. Podría llamarse el elemento H, un componente esencial, benefactor y terapéutico para la vida de ese 75 % de la población que tiene al menos un hermano. Las últimas investigaciones nos conducen en un itinerario fascinante hasta dar con el punto de partida en la construcción de la personalidad y conducta de cualquier ser humano.

Los hermanos nos influyen tanto como los genes y el entorno. Su amor o la hostilidad con ellos intervienen en la estructuración psíquica de una persona y de sus relaciones sociales. Son lazos más duraderos e intensos incluso que los que nos unen a los padres. “Al menos, diferentes y más cambiantes”, explica Sergio Moreno Ríos, profesor de Psicología Evolutiva de la Universidad de Granada. “Es un vínculo que se desarrolla alternando polos de rivalidad y solidaridad, con estancamientos en uno de ellos en distintos periodos.”

¿Pero qué hace al hermano merecedor de rango científico? Una investigación con ratas llevada a cabo en el Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona y publicada en la revista Physiology and Behavior concluyó que los individuos con más hermanos presentan menor índice de ansiedad en la vida adulta y mayor capacidad para reaccionar ante situaciones adversas. En esta línea, la científica Laura Padilla-Walker, de la Universidad de Birgham, en EEUU, ha descubierto que los hermanos actúan como potentes antidepresivos. “Tener al menos uno reduce el riesgo de depresión y aleja sentimientos negativos, como la culpa, el miedo y el egoísmo”. Según se desprende de sus investigaciones, esta barrera protectora es especialmente eficiente en casos de pérdida de un ser querido, una situación de estrés o cualquier otra adversidad.

Por el contrario, una mala relación fraternal aumenta el riesgo de padecer depresión en la edad adulta, según se colige de un estudio realizado en la Cátedra de Psiquiatría de la Universidad de Harvard, basado en el seguimiento un grupo de voluntarios durante más de tres décadas. No obstante, bien gestionados, los conflictos cotidianos entre hermanos podrían servir para contrarrestar sus emociones, de acuerdo con los resultados de Padilla-Walker. Antes cabría preguntarse cómo es posible mantener el juicio intacto en este semillero visceral de dramas y enredos en que se ven envueltos tantas veces los hermanos.

Un vínculo imperecedero

“En medio de este contraste de amores y rivalidades durante su crianza, los hermanos se enfrentan a situaciones que suponen un extraordinario aprendizaje: resolución de conflictos, tolerancia a la frustración, colaboración, empatía, imitación, negociación… Y todo ello revierte en su desarrollo social, emocional, moral e intelectual”, explica el pedagogo Jesús Jarque, autor de «Celos y rivalidad entre hermanos«.

Hay una razón de peso para considerar a los hermanos tan relevantes: el tiempo que pasamos con ellos. A los 11 años, el 33% de nuestros momentos de ocio lo disfrutamos con ellos, más que con amigos, padres y profesores. Y en la adolescencia, cuando cada uno inicia su andadura en solitario, dedicamos al menos 10 horas semanales a realizar actividades juntos.

Lo queramos o no, es un vínculo imperecedero, aunque a veces persista inconscientemente en forma de obligación o remordimiento. “Ofrecen un referente para toda la vida”, concluye Sergio Moreno Ríos. “Un apoyo a la idea histórica de nosotros mismos. Cuando los hermanos inician sus vidas en sus propias familias, en los reencuentros, incluso después de años sin mantener contacto, se reactiva fácilmente la intimidad en la relación”.

Uno de los efectos-hermano más curiosos tiene que ver con nuestras relaciones de pareja. El año pasado, en la Universidad de Texas publicaron un estudio de adolescentes con pareja en el que tuvieron en cuenta si habían tenido o no hermanos mayores de distinto sexo. El experimento consistía en ponerlos a charlar entre ellos y preguntar después su valoración sobre la conversación mantenida. En general, aquellos que tenían hermanos mayores de distinto sexo indagaban más a la hora de conversar con el otro, y sobre todo, lo hacían de forma más natural. Los chicos con hermanas mayores resultaban más atractivos para las chicas. Y las chicas con hermanos mayores conversaban con más naturalidad y –siempre según el estudio– reían más.

Una de las muestras más soberbias del vínculo fraterno como puntal para su vida son las Últimas cartas desde la locura que Vincent van Gogh dirigió a su hermano Theo. Son 600 misivas de puño y letra que el segundo encontró en la chaqueta del pintor tras su fallecimiento, escritas en pleno delirio y con el único deseo de agradecimiento a su hermano menor, quien le alentó, apoyó y acompañó hasta el lecho de muerte.

Protegiendo los genes

Tanto en los buenos como en los malos momentos, predomina siempre el interés por preservar el capital genético, salvar a los que se te parecen. “Las especies y sus individuos tienden a proteger su ADN, que es el que posee la información básica sobre la vida, y también los de aquellos otros individuos con los que compartimos genes muy parecidos, como es el caso de los hermanos”, nos explica Ramon Nogués Carulla, profesor de Antropología Biológica en la Universidad Autónoma de Barcelona. Nogués pone el ejemplo de los gemelos: “El hecho de compartir un acervo genético similar podría explicar parte de la conocida relación psicológica preferente que suele existir entre este tipo de hermanos”.

Proteger a los tuyos parece un destino romántico, pero probablemente se trate de una consecuencia biológica: el afán de preservar tus genes para que se perpetúen, y los de tu hermano valen. Desde el general cartaginés Aníbal, hace más de dos mil años, hasta Sadam Husein, los hermanos son protagonistas perfectos para una camarilla fiel.

Sin embargo, el vínculo fraternal puede establecerse más allá de los genes, por proximidad. Los niños reconocen como hermanos a aquellos que comparten un tiempo de infancia prolongado a su lado. Un curioso estudio llevado a cabo con niños israelíes que vivían en kibutz (comunidades agrícolas cerradas) mostró que, en la edad adulta, nunca elegían para casarse a alguien con quien habían estado de niños, aunque no compartieran genes.

Mi hermano es tan listo como yo

El efecto hermano más estudiado tiene que ver con la imitación del que consideramos como modelo. De ahí que factores como fumar y comportamientos sociales inadecuados sean a menudo reflejos de conductas aprendidas del hermano mayor. Un ejemplo es la agresividad. “Se aprende y reproduce a partir de modelos. Dos hermanos que tengan una historia de niñez expuestos a malos tratos de sus padres, con frecuencia reproducirán el modelo familiar actuando de mayores de modo agresivo. Pero justo aquí, el peso no es tanto de la genética compartida, sino del ambiente de aprendizaje”, explica el especialista Carulla.

En el caso de la inteligencia, la aportación genética es mucho mayor. Un 50% de la variabilidad en las puntuaciones de los tests de cociente intelectual (CI) se debe a la genética. Las correlaciones entre hermanos se aproximan al 40%. Sin embargo, son muy bajas en medidas de personalidad y aún menores en rasgos psicopatológicos.

Ramon Nogués pone por caso la esquizofrenia. Cuando un hermano es esquizofrénico, la probabilidad de quetambién lo sea su gemelo (monocigótico) es del 45%, mientras que en el resto de situaciones fraternales es del 17%. “Los hermanos ayudan en la identificación temprana de trastornos, y el área de genética de la conducta trabaja desde hace años en identificar los genes que participan en la esquizofrenia, la dislexia y el trastorno de hiperactividad. Cuando se conozcan mejor, podremos evaluar si el hermano que aún no ha manifestado el trastorno lo mostrará, anticipando así el tratamiento”.

El conservador, el sensato y el rebelde: tres roles fraternales en una misma familia

Primogénitos:

  • Mayor autoestima.
  • Más conformistas y conservadores.
  • Extravertidos.
  • Más dominantes y autoritarios.
  • Orientados para alcanzar muchos logros.
  • Triunfan en ámbitos ya estructurados y se detienen ante situaciones que requieren cambios radicales, culturas nuevas o equipos en los que los roles son ambiguos.
  • Prórroga de la generación anterior.
  • Responsables.

Medianos

  • Diplomáticos y muy abiertos a los demás.
  • Excelentes negociadores y conciliadores.
  • Más cercanos a los compañeros y amigos que a la propia familia.
  • Interesados por lo nuevo.

Los menores

  • Su crianza transcurrió en la necesidad de crear su propio lugar, y esto les prepara para el riesgo.
  • Son más flexibles y abiertos a nuevas experiencias.
  • Empáticos y altruistas.
  • Más creativos e innovadores.
  • Rebeldes, liberales y amantes de otras culturas.
  • Les mueven conceptos como justicia e igualdad.
  • Hábiles en la negociación.

El mito del hijo único

Los prejuicios en torno a los hijos únicos tienen pies de barro. Desde su posición privilegiada e influyente, personas como Barack Obama, Vladimir Putin y Jack Nicholson obligaban a reconsiderar el estigma de hijo único. La ciencia ratifica que, lejos de ser consentidos y egoístas, estos niños disfrutan de un desarrollo lingüístico e intelectual más elevado, y también de mayor autonomía. Las oportunidades de socialización hoy son extraordinarias, y por tanto, su popularidad suele ser similar a la de los individuos con hermanos, según dedujo la socióloga Donna Bobbitt-Zeher, de la Universidad Estatal de Ohio.

China, el país de los ‘pequeños emperadores’
El impacto de la política de estricta planificación familiar no ha podido ser más nefasto: una generación de hijos únicos con estrés, frustrados y con sentimientos de repulsa hacia sus padres en el 70% de los adolescentes, debido a la presión paterna para que sus hijos sean los más competitivos, según una encuesta encargada por la Universidad de Pekín. Los lamentos de los padres son incesantes: el rendimiento, el peso corporal, las amistades…

Redacción QUO