La última teoría para perder peso (y mantenerse) se recoge en el libro ¿Por qué engordamos? Y qué hacer para evitarlo, de Gary Taubes, quien nos pide que dejemos de contar calorías. Su insistencia se basa en que no todos los cuerpos hacen lo mismo con ellas. Son las hormonas las que deciden si el cuerpo las transforma en grasa o en energía. Hay alimentos que favorecen la síntesis de hormonas propensas a engordarnos, y esa acumulación de grasa nos requiere más combustible para mantenerse. Una vez en ese proceso, resulta que no engordamos porque comamos más, sino que comemos más porque tenemos más volumen que conservar.
Por tanto, nos propone un programa alimentario centrado en el tipo de alimentos, cuyas proporciones incluyen una sorprendente novedad: eximir a las carnes de toda culpa en la epidemia de obesidad del primer mundo y acusar en su lugar a los azúcares simples y los hidratos de carbono. Como consecuencia, invita a consumir carne (magra y siempre acompañada de abundante verdura) varias veces al día, y confina la fruta al rincón de los caprichos.
Mientras, los lácteos y los cereales integrales ven considerablemente reducidas sus raciones.
En cuanto a cómo distribuir las cantidades, apuesta por dejarse guiar por el apetito: comer cuando se sienta hambre y parar cuando uno esté lleno, aunque a efectos prácticos sugiere tres menús al día.
Esta distribución convencional tiene su sentido, porque las ingestas abundantes tienen más posibilidades de activar nuestra sensación de saciedad que los picoteos. “Es un mecanismo del cuerpo que se empieza a notar a los 20 minutos de empezar a comer”, explica Rosario Corio, especialista en nutrición de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (SEMERGEN). Añade que el reparto de cantidades menores en varias tomas “está especialmente indicado en personas con obesidad de tipo compulsivo”. De no ser así, lo recomendable es que el desayuno proporcione al menos el 25% de la energía diaria y pueda resultar más energético.

El desayuno, también ligero

Volker Schusdziarra, del Hospital Clínico de Múnich (Alemania) observó durante dos semanas a 380 personas, 280 de las cuales sufrían sobrepeso. Comprobó que habían tomado lo mismo en comidas y cenas los días que se atiborraron después de levantarse y aquellos en los que habían mantenido sus desayunos más “discretos”.
Sin embargo, su consejo no es dejar vacío el estómago mucho tiempo, sino repartir los alimentos durante el día.

Pilar Gil Villar