Con ambos pechos amputados y tendida en un quirófano de la clínica USP Palmaplanas, a Jolanta le sobraban razones para considerarse afortunada. Había sobrevivido a un cáncer. Pero no era esta la única cavilación que aliviaba el trance. Su cirujano, el investigador Ramón Llull, devolvería a sus pechos una apariencia similar a la anterior. Y lo haría con sus propias células. Procedía, así, a la primera reconstrucción mamaria en el mundo a partir de células madre adultas procedentes de tejido adiposo del abdomen. El doctor había encontrado en ellas el mejor material con que pueden cubrirse nuestras grietas, y también la mejor medicina para una mujer que necesita recobrar su aprecio.

En cada pecho se utilizaron 200 centímetros cúbicos de tejido adiposo con una población de células madre de más de 60.000 por mililitro de grasa injertada. Una avanzada tecnología permite el procesado de más de un litro de tejido graso y la producción, en menos de una hora, de una cantidad de células nunca lograda.

Estas células regenerativas, además de devolver a la mama una apariencia normal, tienen capacidad para crear vasos, controlar la inflamación y asegurar su vitalidad. Esto fue en octubre, y hoy ya se han practicado más de 30 intervenciones.

Hasta ahora, el tejido adiposo no tenía mayor interés que el deseo de deshacerse de él de cualquier modo. Ahora se sabe que el contenido tan abundante y accesorio de las odiadas cartucheras es un almacén de células con infinitas aplicaciones terapéuticas y estéticas para reparar nuestra anatomía y regenerar tejidos dañados por el tiempo y la enfermedad.
En su último encuentro anual, el pasado mes de octubre, de la sociedad científica para el estudio de las aplicaciones del tejido adiposo, IFATS, se presentaron numerosos trabajos en los que los cirujanos daban a conocer el potencial de estas células en cicatrización, osteoartritis, alzhéimer, diabetes, infarto de miocardio, reconstrucciones vasculares y cirugía plástica.

En realidad, era un sueño que anhelaba la ciencia desde hace muchas décadas. Según una investigación del Instituto Coreano de Ciencia y Tecnología, en condiciones óptimas estas células crecen a un ritmo del 30% en 12 semanas. A esta velocidad de vértigo está creciendo en los últimos meses la bioingeniería, que tan poco moderada es en sus aspiraciones y que se ha propuesto levantar una fábrica de órganos y tejidos en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid.

Constructores de órganos

Hasta aquí llegó hace unos meses la doctora estadounidense Doris Taylor, que alguna vez debió escuchar aquella frase de Beethoven en que avisaba: “no se han levantado las barreras que le digan al genio: de aquí no pasarás”. Lanza en ristre y con un corazón en juego como coartada profesional, la investigadora y directora del Centro de Reparación Cardíaca de la Universidad de Minnesota recorrió los más de 9.000 kilómetros que separan el campus de Minneapolis del Hospital Gregorio Marañón de Madrid.

La esperaban el jefe de Cardiología, Francisco Fernández-Avilés, y su equipo con un ambiciosísimo objetivo común: gestar un corazón humano. Taylor pondría la técnica: un novedoso procedimiento consistente en vaciar de células completamente el corazón de un cadáver, dejando solo su armazón para utilizarlo como horma que daría forma a un nuevo corazón reconstruido a partir de células del propio paciente. Es algo que la investigadora ya había probado con éxito, de manera similar, con corazones de rata. Por su parte, Francisco Fernández-Avilés aportaría la infraestructura básica y la legislación avanzada de nuestro país, amén de sus trabajos con células madre.

Como maestro de ceremonias, el doctor Rafael Matesanz, director de la Organización Nacional de Trasplantes. Además de ceder dos corazones, avalaba el proyecto con un sistema nacional de trasplantes “que salva cada año más de 4.000 vidas en órganos y muchas más en tejidos y células, gracias a un modelo que hoy se considera referente a nivel mundial”, según sus propias palabras.

Sueño cumplido

El talento y la perseverancia, la inspiración y el sudor, concurrían a partes iguales. Taylor no necesitaba ni más ni menos para continuar un trabajo que inició en 2005 en su laboratorio de Minnesota, donde probó a descelularizar el corazón de un cadáver de rata. Primero introdujo detergentes enzimáticos por las arterias y venas coronarias, y creó así un circuito cerrado de lavado que consiguió disolver todas sus células. Había que despojarlo de cualquier resquicio de ADN o identidad celular, sin alterar la matriz. Después, depositó en este mismo circuito de arterias y venas células madre y cardíacas de otras ratas.Y esperó. Sorprendentemente, como en una cadena de montaje, se pusieron a trabajar para conseguir poner en marcha cuatro cámaras, válvulas y vasos sanguíneos. Casi de la nada surgió un corazón que a los cuatro días parecía contraerse. La visión dejó perplejos a los investigadores. Cuatro días más y, gracias a la estimulación eléctrica, el corazón bombeaba tímidamente.

Todavía tendrían que pasar dos años más para que Taylor y su equipo vieran publicado su trabajo. En 2008, la revista Nature Medicine dio cuenta del hallazgo. Hoy se puede decir que fue el primer cimiento de la fábrica de repuestos humanos del Hospital Gregorio Marañón. Si todo sigue su curso, en diez años podría comenzar a funcionar, y el primer corazón bioartificial latirá por fin en un ser humano.

El salto a lo personal

De momento, el equipo de investigadores ha conseguido borrar el contenido celular de ocho corazones procedentes de donantes fallecidos. “En el futuro, cada una de estas estructuras, llamadas matrices, podrán mantenerse almacenadas en el banco durante meses, a la espera de un paciente que necesite trasplante. Es el momento de sembrar el viejo órgano con células madre adultas del propio receptor”, explica Fernández-Avilés. Puesto que mantiene la estructura, esta guiará la proliferación, distribución y especialización de las células recién llegadas. Si algo caracteriza a las células madre, es su habilidad para diferenciarse en los 200 tipos celulares de nuestro organismo y, a partir de ahí, poder reparar y regenerar cualquier tejido dañado. Y ahora también para crear un órgano nuevo.

El hígado, o cualquier otro órgano blando, tarda en descelularizarse un día. El corazón lleva al menos tres. Después, pueden mantenerse en refrigeración durante meses. De momento, solo se trabaja con corazones, pero en un futuro próximo, este procedimiento se aplicará a otros órganos que se “fabricarán” a medida del paciente y con sus propias células madre. Por tanto, no generarán rechazo, lo que eliminará la dificultad de escasez de donantes y evitará la necesidad de los fármacos que se usan en el trasplante convencional para minimizar la reacción del cuerpo ante la invasión de un cuerpo extraño.

Y llegados a este punto, resulta necesario ser cautelosos: “El revuelo mediático es comprensible. Pero no olvidemos que esto tardará en llegar, y tales expectativas pueden causar en el ciudadano un ciclo de ilusión que terminará en frustración cuando vea que para él aún no son palpables”, señala Javier Arias-Díaz, secretario del Comité de Bioética de España. Pero ¿qué justifica tanta dilación?

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Piedras en el camino

Matesanz, para quien la lógica científica de esta investigación está fuera de toda duda, recuerda que: “El trasplante en humanos supondría ya una vía de no retorno y, por tanto, en el momento de producirse, no habría opción a la duda”. Llull menciona algunas piedrecitas que podrían ralentizar este avance. En primer lugar, la inversión exagerada de células que requiere repoblar un órgano humano. “Es verdad que en ratones ha dado resultado. Pero el peso de su corazón es insignificante. ¿Qué pasará cuando haya que reconstruir el de un hombre?”.

La siguiente cuestión que plantea el cirujano es la capacidad de bombeo de ese nuevo corazón, aún insuficiente. Y la última, uno de los caballos de batalla de la bioingeniería, es la diferenciación celular. “¿Cómo lograr que las células tomen la posición correcta en la matriz? Sin duda, el proceso requiere de una gran precisión.” Crear un órgano completo es un trabajo mucho más intrincado que producir injertos bioartificiales a partir de un órgano. Y en este sentido, el goteo de nuevas terapias y estrategias surgidas de la ingeniería tisular es fascinante.

La esperanza sigue viva

En junio de 2008, Paolo Macchiarini, cirujano del Hospital Clínico de Barcelona, realizó el primer trasplante de tráquea con un injerto obtenido a partir de una técnica similar a la de Taylor. La tráquea de cadáver se lavó y se repobló con células madre de la enferma a la que se le trasplantó. En la Universidad Wake Forest otro equipo ha logrado recientemente tejido hepático funcional con una bioestructura similar al hígado humano y con una matriz rellena de células madre de este órgano.

Y los retos no se agotan. El próximo es el primer implante de extremidades inferiores. Se hará en el Hospital La Fe de Valencia por el equipo del cirujano Pedro Cavadas. A la espera del donante adecuado, la operación consolidará su liderazgo en el llamado G-4 de la medicina regenerativa, junto a EEUU, Canadá y Reino Unido. Aunque aún está lejos el día en que echemos ese pulso a la enfermedad, al menos esto parece indicar que acabaremos ganándolo.

Redacción QUO