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Según cómo la miremos, la química es ángel o demonio. Ángel, porque atavía nuestra dieta con más de 300 aditivos autorizados en Europa, algunos totalmente naturales, como los minerales y extractos de algas. Química es también la composición básica de nuestros alimentos: grasas, carbohidratos, proteínas, vitaminas y minerales. Y demonio, porque cuando estos son contaminantes, el cuerpo los acumula en la parte grasa de sus tejidos.

Ángel, porque nos permite el placer de saborear naranjas en agosto y uvas en abril. Y de no ser por la química, alimentar a la población mundial y salvar cosechas sería imposible. Además, ¿cómo llegar a todos y a tiempo sin los fertilizantes, productos zoosanitarios, aditivos, nuevos materiales y técnicas de envasado y embalaje? Demonio, porque deja residuos imperceptibles para el paladar, pero perniciosos para nuestra salud, como las toxinas; y para el medio ambiente cuando son absorbidos por este: dioxinas, bifenilos policlorados persistentes (PCB)…

¿Más? En Asia, 300.000 campesinos se quitan la vida al año con los pesticidas llamados organofosforados. Les provoca un fallo respiratorio y la asfixia, lo cual da una idea de su potencial. Según la OMS, alrededor de 40.000 agricultores mueren cada año por el uso inadecuado de plaguicidas, y entre 3 y 5 millones padecen intoxicaciones agudas. Ángel, porque de no tratar a los animales con fármacos, muchos de ellos morirían víctimas de enfermedades y parásitos, y algunos de sus males pasarían a los humanos.

[image id=»15767″ data-caption=»SOBRE SEGURO. En la Universidad de Texas miden qué sustancias se liberan después de que los cosméticos de la cara entren en contacto con el ozono. Solo los no dañinos se comercializan.» share=»true» expand=»true» size=»S»]

Demonio, porque no es posible olvidar ataques químicos como el del metro de Tokio en 2005. Muerte. Y ángel una vez más, porque qué es la vida, sino química. Nuestro Universo lo componen 118 elementos, que forman, por ejemplo, agua, metano y dióxido de carbono. Con estos compuestos arrancó la vida sobre la Tierra. Eso, y no otros indicios, es lo que buscan los exploradores de vida extraterrestre.

Nuestro propio cuerpo es una fábrica de procesos químicos: el gusto, el olfato, la digestión, la respiración… Incluso el amor. Y eso que también adultera nuestro organismo con una sobredosis de varias decenas de sustancias diferentes y casi siempre silenciosas.

LA BOMBILLA ¿ECOLÓGICA?
El polvorín de compuestos químicos legales que acompaña nuestro día a día supera las 200.000 sustancias, según estima la Unión Europea. A veces se detectan riesgos en lo más cotidiano, como al romper una bombilla de bajo consumo –paradigma de amistad con el medio ambiente–, porque desprende un mercurio tóxico que, según un informe del Ministerio de Medio Ambiente británico, está asociado con el origen de migrañas, vértigos y eccemas.

¿Cómo cuantificar o discernir el ángel y el demonio? ¿Cómo valorar la buena y la mala química que tenemos en casa?

[image id=»15774″ data-caption=»HIPOCONDRÍA. Una cosa es preocuparse, y otra perder la cabeza. Como este estadounidense que sale a la calle así.» share=»true» expand=»true» size=»S»]

Según Greenpeace, un gramo de polvo bajo el sofá contiene un miligramo de cinco tóxicos químicos peligrosos. “A menudo nos preocupan los desastres ambientales a gran escala, pero no la química que nos sirven a diario las actividades y productos que conforman nuestra vida cotidiana”, explica el epidemiólogo Manolis Kogevinas. Por ejemplo, un ciudadano de cualquier gran urbe china casi podría llenar una taza diaria únicamente con las sustancias tóxicas que contienen las frutas y verduras que toma. Así lo revela un informe de Greenpeace con el sugerente título de Cócteles de pesticidas: ¿ha tomado alguno hoy?

Tan funesto cóctel lo compondrían varios plaguicidas sumamente tóxicos y alguno cancerígeno. Al parecer, los campesinos aprovechan la desidia de las Autoridades para rematar una cosecha abundante y de apariencia impecable. Aun así, la República Popular insiste en que en 2008 el 96,75% de las verduras cumplieron con las inspecciones de seguridad.

Salvando distancias, la misma “firmeza” exhibían los parlamentarios europeos antes de que a un grupo de científicos del Instituto holandés TNO se les ocurriera estudiar los residuos químicos de ocho tipos de frutas adquiridas en el supermercado de su sede en Bruselas. ¡En todas encontraron trazas de 28 sustancias potencialmente tóxicas procedentes de pesticidas! Diez cancerígenas, tres neurotóxicas y ocho llamadas “disruptores endocrinos”.
Las Autoridades tomaron nota, y pocas semanas después el Parlamento votó una nueva legislación más rigurosa con la autorización, venta y utilización de pesticidas.

¿Significa esto que el consumo de fruta habría sido una práctica arriesgada? La EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria) aclara que los efectos beneficiosos de comer frutas y verduras a diario son muy superiores a los riesgos que puede suponer la ingesta de los nitratos que puedan contener.
LO QUE CORRE POR TUS VENAS

La organización ecologista WWF Adena analizó hace pocos años a varios ministros de la UE, y halló una media de 35 productos tóxicos en su organismo, y 52 sustancias diferentes. Esta composición no es universal, sino que varía según nuestra profesión, lugar de residencia, hábitos alimentarios y de vida, y contacto con estas sustancias. La dirigente más sana presentaba 24 sustancias tóxicas.

Más agorero fue el balance químico que hizo Philip Landrigan, de la Escuela de Medicina del Monte Sinaí (Nueva York) sobre nueve voluntarios que no pertenecían a ningún grupo de riesgo: 167 sustancias tóxicas. De ellas, 76 cancerígenas, 94 dañinas para el sistema nervioso y el cerebro, y 79 susceptibles de provocar defectos de nacimiento, retraso mental, autismo y déficit de atención.

“Han sido necesarias muchas investigaciones de toxicidad para evaluar la seguridad de las sustancias químicas que nos rodean y que se encuentran en los alimentos. De los aditivos, pesticidas y fármacos veterinarios más comunes ya se conocen sus propiedades toxicológicas y los niveles que no son dañinos para el organismo humano”, advierte al respecto la investigadora de la Universidad de Granada María José López Espinosa.

[image id=»15769″ data-caption=»¡ESA LECHE NO! Seis bebés murieron en China en 2008 por tomar leche con exceso de melamina. Y otras 300.000 personas sufrieron insuficiencia renal.» share=»true» expand=»true» size=»S»]

El problema viene, según dice, sobre todo de sustancias químicas que proceden de la migración de materiales de envase, contaminantes inesperados y compuestos que surgen de la reacción con otros, o durante el proceso de elaboración y calentamiento. En estos casos es difícil determinar el potencial dañino. La OMS ha recopilado datos suficientes, obtenidos tanto en humanos como en animales de experimentación, para confirmar que: “La exposición a algunas sustancias interfiere en el sistema endocrino, y puede tener efectos adversos en la función endocrina y en el desarrollo neurológico”.

A la par, mejoran espectacularmente en los últimos años la detección y cuantificación de las sustancias, y la legislación que las regula.

“El organismo humano está preparado para soportar sobresaltos fisiológicos y bioquímicos que le puedan ocasionar exposiciones moderadas, reparar células y tejidos dañados y eliminar sustancias nocivas”, indica Kogevinas. De hecho, cada día suceden millones de reconstrucciones en nuestro ADN. Sin embargo, ciertos compuestos químicos tienen un potencial genotóxico y cancerígeno fatal, y a veces irreversible, incluso en cantidades insignificantes. Estos daños sin reparar pueden originar un cáncer o mutaciones heredables por un hijo.

La sobredosis química ha llevado a una enfermedad emergente, el síndrome de sensibilidad química múltiple, difícil de diagnosticar y de tratar. Se manifiesta con dolores de cabeza, irritación de ojos y boca, cansancio general y problemas cognitivos ante la presencia de uno o varios agentes químicos, como un insecticida organosfosforado o un disolvente orgánico. Y a este detonante le seguirá cualquier producto cotidiano, como una lejía, un perfume, un cosmético y una pintura.

La OMS aún no la considera enfermedad, aunque en muchos países empieza a tomarse en cuenta. El Hospital Clínico de Barcelona registra cada año unos 60 casos de este síndrome. Sus estudios, dirigidos por Santiago Nogué, indican que los perfumes, los ambientadores, los detergentes y el humo de tabaco podrían ser los principales desencadenantes. Los síntomas se atenúan cuando cesa la exposición. Aunque el porcentaje de afectados aún es vago, podría variar entre el 1 y el 10 por ciento, incluso superior en entornos laborales cerrados y edificios enfermos. Las mujeres tienen una incidencia bastante superior.

A veces, las investigaciones apaciguan miedos, como ha pasado hace nada en Carolina del Norte. Sus granjeros han sabido que el uso de pesticidas durante años no ha supuesto un riesgo adicional de desarrollar asma (salvo imprudencias sin protección). Otras veces, los resultados llegan tarde. En China, dos directivos de la firma láctea Panda han sido ejecutados por producir leche en polvo y condensada con niveles de melanina prohibitivos, para elevar el nivel de proteínas. Su consumo causó la muerte de 6 bebés en 2008 y unos 300.000 casos de deficiencia renal.

Si seguimos, encontramos que la revista Archives of General Psychiatry publicó en diciembre que los jóvenes con niveles altos de plomo en la sangre –más de 1,61 microgramos por decilitro– sufren mayor riesgo de depresión y trastornos de ansiedad y de pánico. Incluso cuando la exposición es baja, el plomo daña el cerebro, y desencadena o agrava estas alteraciones en personas predispuestas a ellas, además de reducir la respuesta al tratamiento.
¿NOS FIAMOS DE LOS ESTUDIOS?

El neurólogo Pablo Martínez-Lage, de la Fundación Lage, advierte de que en los trastornos neurológicos es difícil discernir el impacto ambiental de otros factores. “Requiere análisis muy exhaustivos, como los que se han llevado a cabo en el caso del párkinson con el uso de pesticidas en la agricultura u otros fines”. En 2006, investigadores de la Clínica Mayo descubrieron una relación directa con el riesgo de desarrollar párkinson en los hombres.

En mujeres no se observó este riesgo. Esto puede deberse a que el pesticida se combina con otros factores de riesgo en el ámbito masculino, o en su composición genética, y provoca el desarrollo de la enfermedad. El estrógeno, por el contrario, podría actuar de barrera protectora frente a este tóxico.

Y por fin, la gran pregunta: ¿podemos sobrevivir con la carga química que implica la vida cotidiana? Para responder, Kogevinas aporta un dato: “La curva de nuestra esperanza de vida es creciente”. La postura de Esmeralda Zangróniz, consultora en Sistemas de Gestión y Seguridad Alimentaria, se resume así: “Las leyes ya son suficientemente buenas. Basta con cumplirlas”.

ATENCIÓN: REVOLUCIÓN HORMONAL
DE NIÑA A MUJER
Que las niñas abandonen sus juguetes antes de los diez años no es un capricho infantil, sino desorden de la naturaleza fruto de la contaminación química. Un estudio exhaustivo del Hospital Universitario de Copenhague confirma que la pubertad femenina se ha adelantado más de un año desde 1991: ahora se inicia hacia los nueve años y medio. Y dice más: “La producción de estrógenos no empieza antes, sino que los contaminantes quizá imiten los efectos de estas hormonas”. Se observa la misma tendencia en muchos países. Hay pocos datos científicos sobre sus consecuencias,
pero se baraja un mayor riesgo de cáncer de mama y diabetes, y también alteraciones emocionales.

[image id=»15770″ data-caption=»¿HIJOS? Con este espermatozoide dañado e inservible, desde luego no. Es una muestra de contaminación.» share=»true» expand=»true» size=»S»]

HOMBRES MENOS HOMBRES
Se observa una caída en picado en la calidad del semen: ocho de cada diez donantes de semen son rechazados por eso. Más de un 25% en las dos últimas décadas. Y un 15% de las parejas necesitan ayuda médica para ser padres. La causa probable son los disruptores endocrinos: “Una familia de más de 500 sustancias que, además, alteran nuestro metabolismo y crecimiento. Aparece en pesticidas agrícolas, detergentes, parabenos cosméticos y plásticos”, según explica María José López Espinosa, de la Universidad de Granada.

Redacción QUO