Quedarse frío no siempre es malo; la medicina ha descubierto sus utilidades terapéuticas: hace esfumarse la grasa de los michelines y evita los daños neurológicos que se producen por falta de oxígeno en el cerebro. Un simple escarabajo puede dar a la ciencia la clave para evitar que los tejidos se congelen cuando el termómetro marca temperaturas que hielan el aliento. El bicho se llama Ubis ceramboides y se mueve como pez en el agua en Alaska, a menos 60 grados.

Kent Walters y su equipo de investigadores de la Universidad de Notre Dame, en Indiana (Estados Unidos), metieron en el laboratorio a una de las especies de escarabajo más raras que existen y se encontraron con que el animal posee una sustancia llamada xylomannan, una gran molécula, desconocida hasta ahora, que evita que muera de frío. Actúa como un anticongelante natural tan potente que permite al escarabajo permanecer horas y horas a cuerpo gentil a temperaturas siberianas; algo que los humanos no seríamos capaces de soportar porque, en cuanto las manos empiezan a entumecerse, comienza la cuenta atrás. Los vasos sanguíneos se hielan, lo que impide la circulación. En una hora, las extremidades estarán congeladas y el dolor será atroz. En este punto, nos quedan 30 minutos de vida.

Sin michelines.
El peligro comienza cuando la temperatura corporal baja a 35ºC. Paradójicamente, el mismo frío que nos deja helados también cura. La crioterapia será una de las técnicas médicas que más darán que hablar en 2010. Y encima, además de curar, adelgaza. Es lo último en tratamientos de estética.michelines

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La hipotermia que cura. El Instituto ECRI, de EEUU, incluye la hipotermia terapéutica en una clasificación de las tecnologías que marcarán 2010. Sus posibilidades para salvar vidas y preservar la función cerebral en accidentes cerebro y cardiovasculares “son incalculables”, según los expertos. Sin embargo, hay barreras que frenan su extensión: las ambulancias no cuentan con equipamiento adecuado y el personal todavía no está adiestrado.

En el Centro de Alto Rendimiento de Spala, Varsovia, utilizan cabinas de crioterapia para aumentar el rendimiento de los deportistas.

El frío empieza a desplazar al calor que se utilizaba hasta ahora para disolver la grasa, y también a la tradicional liposucción. La criolipólisis tiene el sello de la Universidad de Harvard. Allí la han desarrollado dos primeras espadas de la dermatología, Dieter Manstin y Rox Anderson, este último inventor también de la depilación láser. En palabras de Ángel Martín, de la Clínica Menorca de Madrid: “La nueva técnica acaba con los michelines congelándolos”. La liposucción sin bisturí se aplica de momento en la zona del abdomen, aunque ya se están realizando pruebas en muslos y cara. Y no necesita anestesia, puesto que la baja temperatura insensibiliza la piel y evita que se produzcan molestias. Además, no daña el tejido que rodea la grasa. “Esto es muy importante, porque otras técnicas para eliminar tejidos adiposos no discriminan entre unas células y otras”, aclara Ángel Martín.

Desde hace tiempo, la medicina también recurre a congelar tejidos mediante nitrógeno líquido para tratar algunos tipos de tumores, como el de próstata. Las células tumorales se destruyen cuando se produce el deshielo, y además tiene la ventaja de que el paciente puede irse a casa el mismo día de la intervención.

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Defenderse del frío. La piel lo hace aislándonos del exterior, contrayendo el diámetro de los vasos. Así compensa el enfriamiento que se produce a través de la respiración, ya que el aire del ambiente está más frío que el cuerpo.

Corazones congelados
En el siglo XIX, el médico alemán Sebastian Kneipp ya descubrió que el cuerpo humano era capaz de resistir temperaturas de entre 115 y 165 grados bajo cero, el mecanismo por el que tenían efectos terapéuticos. El frío produce vasoconstricción, lo que disminuye el flujo sanguíneo, y con ello puede reducirse la inflamación y la hemorragia. Con el tiempo, también se descubrió que tiene efectos anestésicos, y que puede reducir, o incluso eliminar, el dolor durante varias horas.

La última aplicación consiste en bajar la temperatura de los pacientes que han sufrido una parada cardiorrespiratoria, para mitigar las lesiones neurológicas que pudieran sufrir. Lo más importante en estos casos es actuar con rapidez. La temperatura del enfermo debe situarse contrarreloj entre 32 y 34 grados, para que la sangre que llegue al cerebro lo haga a bajas temperaturas, lo que reduce el consumo energético, y frena la cadena de daños que se producen por la falta de suministro de oxígeno al cerebro y que propician un infarto. José Manuel Martínez Rubio aplica la técnica en el Hospital Universitario de Albacete administrando suero salino frío a 4 grados, y después con una solución que parece de nuestros abuelos: se cubre al paciente con hielo por las ingles, las axilas, los muslos, el abdomen y el cuello, y se le coloca una manta térmica por encima y dos ventiladores a cada lado, para generar una corriente de aire frío.

En esta situación debe permanecer 24 horas. El resultado, según Martínez Rubio, es excelente: “Logramos que personas que han sufrido un accidente isquémico salgan adelante; y además, neurológicamente quedan bien, pues se pueden reintegrar a su vida familiar y laboral”. La terapia con frío también se abre paso en las UCI de neonatos. Hasta hace un año no había alternativa para evitar las secuelas neurológicas en los recién nacidos que sufrían falta de oxígeno durante el parto (la hipoxia afecta a uno de cada 1.000 bebés y es responsable del 20% de los casos de parálisis cerebral). Dorotea Blanco, especialista en neonatos, aplica la técnica en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid: “Utilizamos un equipo que hace circular agua helada por un gorro, llamado cool cap, con el que enfriamos la corteza cerebral hasta los 28 grados”. Varias investigaciones han demostrado que recurriendo a la hipotermina en neonatos puede reducirse un 30% o un 40% de las lesiones en áreas relacionadas con el desarrollo, y en algunos casos incluso salvarles la vida. En la investigación que hicieron en el Imperial College de Londres con 325 bebés comprobaron que los niños a los que se les bajó la temperatura tenían tres veces más posibilidades de tener un escáner normal.

La hipotermia en la UCI es la última aplicación de algo tan cotidiano como el frío, que ya utilizaban los griegos para paliar el dolor y bajar la inflamación, y que hoy sigue empleándose con ese fin. Los médicos deportivos lo utilizan con las estrellas del fútbol, aunque ahora el método se ha perfeccionado. La bolsa de hielo se aplica, crónometro en mano, durante 10 minutos en la zona lesionada, se descansa otros diez y después se aplica de nuevo durante el mismo tiempo. Descanso y dos horas después se repite el procedimiento… Y así durante las primeras 72 horas. Además, ahora el método de los griegos está avalado por el British Journal of Sports Medicine.

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Para no helarse El escarabajo Ubis ceramboides, que vive en Alaska, evita la congelación gracias a la molécula xylomannan. Esta especie aguanta temperaturas de menos 60 grados.

Así lo percibimos
Que se sepa, en los equipos de fútbol todavía no ha comenzado a utilizarse el frío como arma psicológica. No es descartable, ya que numerosos estudios comienzan a apuntar la relación entre la temperatura y el estado de ánimo.

Shen-Bo Zhong y Geoffrey Leonardelli, de la Universidad de Toronto, en Canadá, han demostrado que la soledad puede provocar un sentimiento físico de frialdad. Para probarlo, dividieron a un conjunto de voluntarios en dos grupos. A los integrantes de uno les pidieron que recordaran una experiencia en la que se hubieran sentido excluidos, mientras que a los del otro grupo se les dijo que rememoraran momentos en los que se hubieran sentido integrados. Después, les pidieron que hicieran una estimación sobre la temperatura del lugar en el que se encontraban. La percepción varió entre los 12ºC que predijeron algunos y los 40ºC que estimaron otros.

¿Cómo es posible una diferencia tan grande si ambos ocupaban el mismo espacio? La respuesta está en el estado de ánimo; los participantes en la investigación que habían experimentado la soledad fueron los que pronosticaron temperaturas más bajas en la sala, mientras que quienes pensaron en situaciones en las que se sintieron integrados percibieron las más altas.
El estudio sugiere también que las bajas temperaturas pueden contribuir a la aparición de sentimientos de tristeza y aislamiento, de lo que los investigadores deducen que subir el termostato en lugares de trabajo o en viviendas puede ser la mejor forma de promover la interacción entre las personas que los ocupan y habitan.

Lógicamente, en la percepción del frío intervienen otros factores que están en la mente de todos, como la grasa. Es un fantástico protector térmico; sobre todo, si además de estar gordito no se es muy alto.
Cuanto menor es la superficie que esté en contacto con el aire o el agua, menos energía puede escapar al exterior (el organismo pierde la mitad del calor a través de su superficie, por irradiación). Esa es la razón de que los esquimales sean bajitos y rechonchos, mientras que muchos pueblos africanos son altos y delgados; los antropólogos llaman “regla de Bergmann” a esta característica.

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congelarse
En la Universidad de Ontario investigan así las reacciones de la piel a menos de 40 grados, y qué velocidad debe tener el viento para provocar la congelación.

Guerra de sexos
El cuerpo tiende a mantener una temperatura constante de 37ºC, y lo hace mediante un termostato reflejo, con sede en el hipotálamo, que funciona constantemente y se activa en cuanto la temperatura ambiente supera los 27ºC o baja de los 22º C. Curiosamente, hay diferencias según el sexo. El cuerpo femenino guarda mejor el calor, y es más rápido que el masculino a la hora de detectar el bajón térmico. Una chica dice “tengo frío”, y sin embargo, el hombre no tiene esa sensación. ¿Por qué? No tiene nada que ver con la menstruación, como dice un mito, pero sí con la hormona sexual femenina, según explica Amelia Martí, profesora titular de Fisiología de la Universidad de Navarra: “Los estrógenos hacen a la mujer más sensible a las bajas temperaturas, porque modulan la respuesta del hipolálamo al frío”. En cuanto detecta el frío, modifica la circulación sanguínea para mantener el calor de los órganos vitales. Por este motivo, una vez que han pasado la menopausia lo perciben menos.

Esto no quiere decir que la naturaleza haya dejado desprotegidos a los hombres. Al contrario, les ha dotado de otro mecanismo, más lento pero igual de eficaz, para mantener el calor: una mayor masa muscular. Disponer de menos grasa y de más músculo les proporciona mayor actividad metabólica, de manera que en cuanto se mueven recuperan la temperatura con facilidad. Cuestión de sexos.
Francisco Cañizares

Redacción QUO