El declive fue rápido: me pusieron mi primer par de gafas a los nueve años, y hacia la mitad de mi adolescencia ya no podía distinguir el título de portada de Quo si lo leía con los brazos extendidos. Los ojos de mi madre eran tan defectuosos como los míos, así que asumí que había heredado la miopía de ella y que podía hacer poca cosa para detener el proceso que convertía mi visión en un poco más borrosa cada año.

Pero es que aproximadamente al mismo tiempo la tasa de cortos de vista, o de miopes, iba subiendo a proporciones pandémicas por todo el mundo. Hoy, en algunos de los países más afectados, como Singapur, Hong Kong y Taiwán, cerca del 80% de los jóvenes adultos son miopes, comparados con solo el 25% de hace décadas.

La proporción es más baja en los países occidentales –entre el 30 y el 50%–, pero parece que la miopía está aumentando de forma constante aquí también. ¿Qué podría estar causando este fenómeno?

Epidemia miope
Está claro que la genética no puede explicar esta condición por sí sola, y la teoría sostenida durante tanto tiempo de que era la lectura la que tenía la culpa también se ha descartado en estudios posteriores.
Se han hecho encuestas epidemiológicas a gran escala que han demostrado que son algunos aspectos específicos del estilo de vida moderno los que causan que la vista de los niños se esté deteriorando. Con solo tomar unas pocas medidas, parece que podríamos prevenir fácilmente la caída de futuras generaciones en mi borroso mundo. A pesar de que las causas han sido esquivas, la anatomía de la miopía se entendió hace muchas décadas.

En el ojo normal, la lente enfoca la luz directamente hacia la retina, que registra la imagen y la envía al cerebro. Sin embargo, nosotros los miopes tenemos los ojos globulares alargados, lo que incrementa la distancia entre la retina, sensible a la luz y que está en el fondo del ojo, y la lente, que está en el frente. El resultado es que la luz de los objetos distantes se enfoca delante de la retina, de modo que la imagen que se transmite al cerebro es borrosa. El trabajo detallado, lo mismo que la lectura, siempre ha parecido un contribuyente obvio, ya que históricamente la miopía aparece más frecuentemente entre la gente culta.

Según esta idea, las lentes de los ojos de algunos niños no son muy buenas “acomodándose”, o adaptando su curvatura para enfocar claramente objetos cercanos. Como la letra pequeña, por ejemplo, podría aparecer ligeramente borrosa, el globo ocular se alarga para compensar, lo que mejora la visión de cerca a expensas de la de lejos.

Esta teoría parece posible, pero aunque la miopía tiene una relación directa con el nivel cultural, los investigadores han realizado una frustrante búsqueda en la que no han encontrado un nexo fuerte con actividades específicas como la lectura. Y lo que es peor, los intentos de corrección basados en esta teoría han tenido un ligero éxito.

El peso de la cultura

Una de las teorías más prometedoras en esta línea fue ocuparse de la miopía previniendo la imagen desdibujada debida a la mala adecuación. Para ayudar a los niños a enfocar objetos cercanos se les dieron lentes bifocales o multifocales, que tienen menos graduación en la mitad inferior de la lente. “La teoría es que si el trabajo de cerca es malo, al convertirlo en trabajo de lejos poniendo las gafas correctas, se evitaría el desarrollo de la miopía”, dice Ian Flitcroft, oftalmólogo del Hospital Universitario Mater Misericordiae de Dublín (Irlanda).

Pero ya en 2003 los resultados de un estudio a gran escala publicado en la revista Investigative Ophthalmology and Visual Science sobre gafas con graduación única frente a las multifocales, que incluía a 469 niños de entre 6 y 11 años, obtuvo pocos beneficios prácticos. Estaba claro que había algún factor importante que se les estaba escapando de la ecuación.

Importante: jugar al aire libre

En ese momento, Lisa Jones-Jordan, de la Universidad del Estado de Ohio en Columbus (EEUU), se dio de bruces con la siguiente línea maestra de investigación de los últimos años. Al analizar el modo de vida de 514 niños de 8 años, comprobó que en el transcurso de cuatro años 111 de ellos se habían vuelto miopes. Y resultó que aquellos niños habían pasado menos tiempo jugando al aire libre y practicando deportes que aquellos que no habían desarrollado este defecto: 8 horas comparadas con 12 a la semana. “Una causa podría ser que esos niños estaban menos tiempo en la calle porque se dedicaban más a tareas minuciosas”, dice Jones-Jordan. Pero no era el caso. Resulta algo importante que la cantidad de tiempo que un niño empleaba en trabajos minuciosos no estaba relacionada con su nivel de miopía, ni con el tiempo que estaba en la calle o haciendo deporte.Si las tareas minuciosas no son el factor determinante, ¿puede ser que la buena vista sea simplemente otro beneficio del ejercicio físico? Kathryn Rose, de la Universidad de Sídney (Australia), prestó atención a esta idea en un estudio con 2.367 autralianos de 12 años. Practicar deportes de interior resultó que no suponía una mejora para los ojos, mientras que incluso el tiempo de inactividad que pasaban en el exterior les resultaba beneficioso.

“Nuestros trabajos sugieren que estar al aire libre, más que el deporte per se, podría ser el factor crucial”, explica Rose. Desde entonces, la teoría ha sido respaldada por un estudio realizado con 1.249 adolescentes en Singapur y dirigido por Seang-Mei Saw en la Escuela de Medicina Yong Loo Lin de la Universidad Nacional de Singapur.

Como el tiempo que se pasaba en el interior parecía ser un factor de riesgo tan importante, Saw y Rose se preguntaron si eso podría explicar la prevalencia extraordinariamente alta de miopía en Asia. Para averiguarlo, compararon dos grupos de niños de 6 a 7 años, uno en Singapur y el otro en Australia. El equipo solo investigó a niños de etnia china, para descartar diferencias genéticas entre razas como explicación de las tasas más altas de miopía que se dan en determinados países.

¿El resultado? Como media, los niños en Sídney pasaban casi 14 horas semanales a la intemperie, y solo el 3% desarrollaba miopía. En contraste, los chicos de Singapur pasaban solo 3 horas fuera, y el 30% se volvió miope. De nuevo, el trabajo minucioso tuvo una influencia mínima; de hecho, los niños australianos pasaban más tiempo leyendo y delante de sus ordenadores que los de Singapur.

¿Pero por qué ayudan los espacios abiertos a evitar la miopía? Una posibilidad es que la luz intensa que disfrutamos al aire libre paralice el crecimiento de los globos oculares, una teoría que mantiene un estudio de la Universidad de Tubinga, en (Alemania).

El autor de este estudio, el oftamólogo Reagan Ashby, intentó inducir miopía en un grupo de pollitos enturbiando su vista por medio de lentes especiales. Dividió a las aves en tres grupos, y las expuso a diferentes niveles de luz solo durante 15 minutos cada día. Al final del quinto día de pruebas, aquellos expuestos a luz intensa eran un 40% menos miopes que los expuestos a la luz normal de laboratorio durante esos 15 minutos. La luz real de día atajaba la gravedad de la miopía en más de un 40%. Aunque el mecanismo que se esconde detrás de este fenómeno todavía se desconoce, Ashby cree que la luz brillante podría estimular la retina para producir altos niveles de dopamina, una sustancia de la cual se sabe que inhibe el crecimiento ocular. Algo que nos lleva a una teoría que puede revolucionar el tratamiento preventivo de la miopía en el futuro.

El secreto está en los bordes

Una investigación publicada en la revista Vision Research en julio de 2009 señalaba que la visión periférica había sido ninguneada mucho tiempo a la hora de estudiar la miopía, ya que somos mucho más conscientes de una imagen borrosa en el centro de la retina, la fóvea, que en los bordes de la visión. Pero en una serie de experimentos, Earl Smith, de la Universidad de Houston, Texas, halló que si le ponía lentes que solo emborronaban la visión periférica a unos monos, estos también se volvían miopes. Este hallazgo está respaldado por otros estudios que han demostrado que la gente es más propensa a volverse miope si su visión periférica es ligeramente larga de vista, es decir, cuando se enfoca detrás de la retina. Parece que el globo ocular se alarga para compensar este error (Recuadro La vista en los bordes). Algo que explicaría por qué las típicas gafas para corregir la miopía, que tienden a hipercorregir la periferia del ojo, a veces agravan el problema.

LA VISTA EN LOS BORDES

Las últimas investigaciones demuestran que, además de la visión ‘de cerca’, la periférica también tiene un papel importante en el desarrollo de la miopía

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Ojo normal La luz se enfoca correctamente en el centro de la retina. En los ojos de algunas personas, la luz de la visión periférica se enfoca detrás de la retina, lo que causa una imagen ligeramente larga de vista en esta región. Ojo con miopía Para compensarlo, el globo ocular se alarga, a costa de la visión central. La luz que cae en la fóvea ahora se centra antes de que alcance la retina, de modo que resulta que el ojo es corto de vista.

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En esta línea está el trabajo del equipo de Pablo Artal, investigador del Laboratorio de Óptica de la Universidad de Murcia. Allí se han diseñado las llamadas gafas periféricas, con las que pretenden prevenir esta deformación en niños con tendencia genética a desarrollar miopía. ¿Cómo? “No serían unas gafas para ver mejor; de hecho, verían igual. Sin embargo, les estaría cambiando las propiedades ópticas en la retina periférica, que creemos que es la razón por la que el ojo crece de manera incontrolada. Aunque hay que decir que estas gafas están por ahora solamente en fase experimental y no sabemos si llegarán a comercializarse”, explica Pablo Artal.

Por otra parte, también se está haciendo hincapié en combatir otros defectos visuales que nos llegarán a todos, porque son consecuencia del envejecimiento. La presbicia, o “vista cansada”, que afecta al 100% de la población a partir de los 45 años; y las cataratas, que se desarrollan en 4 de cada 10 personas. En ambos casos, se está incidiendo en su corrección, más que en su prevención.

Antienvejecimiento ocular
La presbicia se produce porque el ojo pierde su capacidad de acomodación con la edad. El cristalino pierde elasticidad y es incapaz de cambiar su curvatura para enfocar los objetos cercanos. Por eso, las investigaciones en este campo se centran en entender los cambios físicos en la geometría del cristalino que dan lugar al desarrollo de la presbicia, para así obtener alternativas para su compensación.

Según la experta del CSIC Susana Marcos: “Hay en desarrollo un tratamiento farmacológico que actúa en el nivel más básico del cristalino, el molecular, y un tratamiento con láser que devuelve elasticidad al cristalino, aunque los resultados en ambos casos no son muy concluyentes”. Por ahora, según el oftalmólogo Andrés Pico, del Centro Barraquer (Barcelona): “La única forma de tratar esta dolencia es la implantación de una lente intraocular multifocal aprovechando la intervención en pacientes con cataratas”. También se están desarrollando unas lentes intraoculares inteligentes que ajustan el enfoque según las distancias necesarias. Estarán listas pronto.

En cuanto a las cataratas, su tratamiento actual consiste en la implantación de un nuevo cristalino. En unos años se aplicará una técnica que consiste en aspirar el cristalino endurecido para inyectar un gel de silicona en su lugar que permita recuperar el enfoque natural del ojo.

En definitiva, en el futuro no solo reduciremos al mínimo los defectos visuales actuales, sino que la ciencia nos dotará de ciertos superpoderes.

Mirada a lo terminator
Un equipo de la Universidad de Lund (Suecia) ha descubierto cómo funciona el sistema visual de un animal único, el gecko nocturno. Sus ojos son 350 veces más sensibles que los humanos, y están dotados de habilidades como ver en color en la oscuridad y enfocar en distancias muy dispares, como el zoom de una cámara fotográfica. La idea es crear unas lentes que nos doten de una visión similar en el futuro.
Al fin y al cabo, parece que gracias a los avances venideros, mis hijos (o quizá mis nietos) no solo no serán miopes, sino que cumplirán mi sueño, el de tener unos ojos estilo Terminator.

UN BOTIQUÍN MILAGROSO

Hay una gran cantidad de esfuerzos dedicados a encontrar una medicación que incida en los defectos visuales. No en balde, hay ya dos medicamentos, la atropina y la pirenzepina, que se utilizan en EEUU con la intención de retrasar la miopía. Sin embargo, sus efectos secundarios, tales como mayor sensibilidad a la luz, mareos y visión borrosa, han hecho que la mayoría de investigadores y médicos sean reacios a abogar por su uso indiscriminado. De hecho, según el doctor Andrés Pico, oftalmólogo del prestigioso Centro Barraquer de Barcelona: “Si hubiera una medicina que erradicase un defecto tan extendido en el mundo, todos tendríamos noticia de ello”.

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Un, dos, mirar al frente

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Hace años que los ópticos estadounidenses desarrollaron un sistema de ejercicios, la llamada terapia visual, que prometía corregir la miopía, o parar su desarrollo. En esta línea, en los últimos meses ha salido al mercado un libro, Cómo me curé de la miopía (Ed. Tutor), de David de Angelis, que asegura conseguir el mismo efecto con un sistema novedoso, lo que lo ha convertido en un bestseller. Los expertos consultados dudan mucho de su eficacia real.

¿Ves como comes?

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Hace años, el biólogo Loren Cordain, de la Universidad del Estado de Colorado (EEUU), aseguró que el consumo excesivo de carbohidratos refinados incrementaba los niveles de miopía. Este año, dos estudios independientes, liderados por Fran Schaeffel, de la Universidad de Tubinga (Alemania), y Josh Wallman, del City College de Nueva York, han proporcionado evidencias de que la insulina puede estimularla.

Redacción QUO