¿Se los han comido? En algunas zonas de África, donde el hambre es endémica y a las que Bécquer jamás bañó en romanticismo, las golondrinas no son más que un buen puñado de nutrientes. Por eso, algunas aterrizan en un guiso antes de regresar a nuestra primavera. Sin embargo, ese destino es una anécdota minoritaria que no explica la desaparición de millones de pobladores de nuestros cielos. No se trata de grandes depredadores, como el águila imperial, ni de carroñeras, como los buitres y el quebrantahuesos, que solemos relacionar con los amenazados del cielo. Los que se están perdiendo delante de nuestras narices son los gorriones, los estorninos, las perdices, los mochuelos… Esos de todos los días que hasta el más empecinado urbanita sería capaz de distinguir.

La voz de alarma ya se había propagado entre los círculos de estudiosos, pero un equipo dirigido por Richard Inger, de la Universidad de Exeter (Reino Unido), acaba de ponerle cifras. Según exponen en la revista Ecology Letters, han examinado las variaciones en el censo de población de los cielos europeos durante casi 30 años (de 1980 a 2009). Aunque han utilizado promedios de todos los países, el resultado es espectacular: hoy nos sobrevuelan 421 millones de pájaros menos, y el 90% de ese descenso corresponde a únicamente 36 especies de las más comunes en la mayoría de los países. ¿Cómo es posible que los ciudadanos de a pie no nos hayamos dado cuenta?

La Unión Europea considera a las aves ligadas al medio agrícola como signo de bienestar

Precisamente porque son las más abundantes, y eso es parte del problema. “Cuando una especie amenazada tiene 400 ejemplares, si se pierden 50, la disminución en términos de biomasa es relativamente escasa. Sin embargo, cuando la golondrina experimenta un declive del 18% en España en los últimos 30 años, tenemos 10 millones menos de ejemplares, y eso supone una reducción de biomasa impresionante”, explica Juan Carlos del Moral, coordinador del Área de Seguimiento de Avifauna de SEO/BirdLife.

El fenómeno debería preocuparnos. Más allá del gusto por verlos, escucharlos y saberlos entre nosotros como viejos conocidos, la existencia de estos animales sostiene todo un ecosistema al que estamos tan acostumbrados como adaptados. Son ellos los que polinizan y distribuyen las semillas de muchas de las plantas en que se basa nuestra alimentación, los que terminan con insectos que constituyen plagas y las presas favoritas de esas especies amenazadas que con tanto esfuerzo intentamos recuperar. Puede que, si las dejamos sin alimento en la naturaleza, vuelvan a experimentar un retroceso. “La pirámide trófica del sistema se estropea”, resume Del Moral.

Pesticidas, frío, especies invasoras… suma y sigue

En los diversos estudios que se han ocupado del tema en los últimos años se han mencionado diversos factores de riesgo: las más pequeñas, las migratorias, las que se alimentan de granos y aquellas con un cerebro menor en relación con el tamaño del cuerpo parecen contar con más papeletas para un destino fatal. Pero todos esos rasgos solo reflejan una capacidad de adaptación menor a una serie de cambios en las condiciones de vida. El principal: la transformación del mundo agrícola. La disminución más drástica se registra en especies asociadas a él.

La desaparición de pequeñas parcelas en favor de unas explotaciones más extensivas ha terminado con la diversidad del menú: hay menos tipos de plantas y grano entre los que elegir y que pudieran sustituir la escasez de uno en un momento dado. Pero también la existencia de lindes, auténticos hervideros de biodiversidad para refugiarse y alimentarse. El sisón, la codorniz, el cernícalo, el escribano cerillo, la alondra y la avefría europea, entre otras, han ido viendo cómo sus hábitats se transformaban a un ritmo imposible de seguir por muchos de ellos.

El uso de herbicidas y plaguicidas les afecta tanto directa como indirectamente, ya que acaba con gran parte de su alimento habitual. “Se usan esos productos en lugar de arar la tierra tres veces para mantener el barbecho, y luego utilizan semillas blindadas, tratadas con antihongos y fertilizantes. En laboratorio se ha comprobado que las perdices mueren si solo les das esas semillas”, advierte Del Moral, quien menciona como especialmente peligrosos los neonicotinoides, “que atacan el sistema nervioso central de los insectos y contribuyen al declive de las abejas y muchos otros polinizadores”.

365 Áreas de Importancia para las Aves del mundo (cuatro en España) están amenazadas de destrucción

Lo difícil de este asunto es su carácter global en toda Europa. “Los cambios provocados por la legislación europea son muy drásticos. De hecho, en los países del este que están adoptando la Política Agraria Común (PAC) se está registrando ahora la disminución de especies que conocíamos en la zona occidental”, nos cuenta José Javier Cuervo, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC. Su colega Mario Díaz menciona como ejemplo la política del barbecho: “Se dan subvenciones para que se practique, pero solo a quienes no lo estuvieran haciendo antes. Así les fuerzas a practicar primero una agricultura intensiva, para luego abandonarla y cobrar. Pero por el camino ya se te han ido los bichos”. Y eso a pesar de que la Oficina de Estadística de la Unión Europea (EUROSTAT) utiliza la presencia de aves ligadas a los medios agrícolas como uno de los indicadores para medir nuestro bienestar.

Una opción sería refugiarse en las ciudades, pero la falta de lugares adecuados para anidar, la contaminación atmosférica y una higiene cada vez mayor les dificulta el éxito, también mermado por especies invasoras que pueden incluso traer parásitos para los que las autóctonas no tienen defensa. Un reciente estudio de Santiago Merino así lo ha comprobado en la isla Robinson Crusoe (Chile).

¿Podemos recuperarlas?

La ubicuidad y abundancia de estas aves dejan sin efecto muchas de las medidas que estábamos acostumbrados a tomar para proteger a las llamadas especies singulares. El problema no se solucionaría con un plan de conservación de gorriones o una zona reservada a golondrinas. Especialmente, cuando acabamos de saber que 365 Áreas Importantes para las Aves (IBA, por sus siglas en inglés) en 122 países están amenazadas de destrucción. Entre ellas se incluyen las españolas Sa Conillera, el Delta del Ebro, Monfragüe y las Marismas del Guadalquivir.

“Lo que debemos abordar ahora es un cambio de paradigma en la conservación, en el que nos impliquemos todos haciendo un cambio de vida”, opina Mario Díaz. Para él, lo bueno de la conservación basada en especies y aves a la que estamos acostumbrados es que uno delega, pero este fenómeno está en todas partes y abarca muchas especies “y eso ya no vale”. Como los recursos destinados a conservación suelen ser escasos, este estudio puede ayudar a afinar mucho más cómo y dónde utilizarlos para optimizar los resultados. El Mediterráneo, por ejemplo, está concentrando la mayoría del problema, porque en él coincide la influencia del cambio climático, otro de los factores de fondo, con la variación en los usos de la tierra.

Pero más allá de eso, el estudio de Richard Inger mencionaba que las aves son un referente de lo que puede estar ocurriendo con otras especies de las que no tenemos tantos datos. Juan Carlos del Moral advierte incluso de que “lo que les está pasando a ellos nos pasa a nosotros también”. Por eso, Mario Díaz aboga por encontrar compromisos para que ellos vivan bien y, por ende, nosotros también.

Tiempos de cambio

El cambio climático está beneficiando a los individuos que viven más al norte, incluso dentro de una misma especie. Cada tipo de ave tiene una temperatura óptima y se instala mayoritariamente en la zona correspondiente, pero también puede vivir más al norte o más al sur. Al aumentar el calor en toda Europa, las poblaciones del norte se acercan más a su óptimo, mientras que en las del sur el calor puede llegar a resultar excesivo.
Por eso, la curruca zarcera (Sylvia communis), por ejemplo, es ahora bastante más frecuente en Holanda y Alemania, y se está dejando de ver en Francia y en España.

Perdemos un millón de golondrinas al año

Las especies migratorias han perdido más población en general. En las golondrinas, el abuso de productos químicos en los cultivos y el deterioro del paisaje rural han hecho que su población descienda un 30% en la última década. Han regresado diez millones de individuos menos en estos últimos diez años. Aunque ya desde 1990 se intuía el declive, los programas de ciencia ciudadana impulsados por SEO/BirdLife han corroborado esa tendencia. “El programa SACRE (Tendencia de las Aves en Primavera), realizado por miles de voluntarios, establecía un descenso de la población del 32,1% en el período 1998-2013. La desertificación de sus zonas de invernada, como el Sahel, las merma, y las temperaturas más frías les impide sacar adelante a sus polluelos”.

Las damnificadas españolas

Estas son las diez especies cuyo número de individuos se ha reducido más en territorio español entre 1998 y 2013, según las observaciones llevadas a cabo por SEO/Birdlife. Las cifras indican el porcentaje de declive.

-51,1% Mochuelo europeo

-61,78% Codorniz común

-41,38% Calandria común

-43,9% Sisón común

-43,2% Grajilla occidental

-47,28% Cernícalo vulgar

-45,94% Alcaudón dorsirrojo

-46,7% Mosquitero común

-67,71% Alcaudón real

-53,02% Martín pescador común

El cambio en la ganadería

Cada vez son menos las explotaciones agrícolas que utilizan animales para sus tareas, al igual que las vacas que pastan al aire libre. Con ellos se han marchado los insectos asociados a sus excrementos o que liban su sangre. Y han dejado sin buena parte del menú a las aves de los alrededores, obligadas a buscarse la dieta en otros lugares o a reducir su vida y su descendencia. Unas consecuencias derivadas también de una conciencia mayor por la higiene. “El ganado se cría en naves más asépticas. Se cierran las oquedades para que no entren las golondrinas, por ejemplo, a hacer sus nidos, para evitar la presencia de excrementos junto a los animales”, destaca José Javier Cuervo, del Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC.

Contaminados


Los restos de Prozac disueltos en los ríos quitan el apetito y el deseo sexual a las hembras de estornino. Con claros efectos negativos para la reproducción.

Aceras vacías

Según datos de SEO Birdlife, por nuestras calles brincan la mitad de gorriones que hace 18 años.

Se libró


El cambio climático ha reducido el número de crías del carbonero común, pero estas sobreviven más y por eso no ha bajado su censo.