ANTHONY INGRAFFEA. Ingeniero y geólogo de la Universidad 
de Cornell (Nueva York)

Fracking es el término inglés utilizado para denominar a una técnica de extracción de gas no convencional. Dicho gas se extrae mediante la fracturación de la roca madre (generalmente pizarra y esquisto), para lo cual se perfora un agujero hasta una profundidad de alrededor de 5.000 m. Luego, se horadan otros tantos en horizontal y se inyecta agua mezclada con arena y aditivos químicos. Esto hace que la roca se fracture y que el gas que contiene ascienda por el tubo. ¿Pero por qué resulta polémica? Quienes la defienden aseguran que es una forma barata y viable de aumentar nuestras reservas energéticas. Una opinión que se enfrenta a la de los grupos ecologistas, que resaltan sus posibles efectos medioambientales (contaminación de acuíferos, alteraciones del paisaje). También se oponen a ella algunos técnicos, como el geólogo Ingraffea, quien afirma que, para introducirla en España, los costes de las instalaciones acabarían con su supuesta rentabilidad.

Julio Barea, responsable de Greenpeace

El consumo de energía es una cuestión clave. Las organizaciones ecologistas parten de la base de que ha llegado el momento de eliminar dióxido de carbono de la atmósfera, porque la liberación de gases nocivos que provoca la fracturación hidráulica contribuiría a incrementar las dimensiones de la capa de ozono. Según Julio Barea, con el fracking se pierde la oportunidad de aprovechar más las energías renovables. En cambio, otras voces mantienen un discurso muy distinto. Señalan que España acumula cada año un déficit energético de 40.000 millones de euros. Nos gastamos 150 millones diarios para pagar la factura del gas y el petróleo. Por eso, si descubriéramos reservas de gas propio, podríamos aligerar nuestra deuda. Y para reforzar este argumento señalan la contradicción con la que nos enfrentamos en relación con las energías renovables. Resulta que los fondos de inversión americanos son los propietarios de las instalaciones fotovoltaicas instaladas en España, que representan el 70% del total que hay en todo el mundo. Es decir, compramos energía fuera mientras que otros se están enriqueciendo con nuestros propios recursos naturales.

Isaac Álvarez, ingeniero experto en petróleo y asesor de la Asociación Española de Compañías de Investigación, Producción de Hidrocarburos y Almacenamiento Subterráneo (Aciep)

Para la fracturación hidráulica se utiliza un fluido formado por un 98% de agua y arena, y un 2% de aditivos químicos. Los detractores del fracking, como Pablo Cotarelo, portavoz de Ecologistas en Acción, denuncian que ese 2%: “Contiene hasta 600 sustancias, de las cuales solo conocemos 150”. Opinión que no comparten los defensores, quienes aseguran que, al menos en EEUU, toda esa información es pública y puede encontrarse en esta web, y explican que la mayoría de esas sustancias son totalmente inofensivas. ¿Algunos ejemplos? Cloruro sódico (sal de mesa), ácido cítrico y ácido acético (vinagre), goma guar guar (utilizada en cosmética y en la fabricación de helados), ácido clorhídrico, lejía, y glutaraldehído, butildiglicol (disolvente orgánico), cloruro de colina y polietilenglicol, que se usa para limpiar las cocinas. Argumento que sigue sin convencer a los antifracking, que aseguran que en la larga lista de aditivos químicos usados para la mezcla hay al menos ocho que son carcinógenos bien conocidos.

Rafael lópez Guijarro, jefe de explotación en España de Montero Energy Corporation

La posible contaminación de las aguas subterráneas es el principal riesgo medioambiental que denuncian los detractores de esta técnica. En Madrid, por ejemplo, hay agua a 3.000 metros de profundidad, y en la zona del Maestrazgo, que va desde el norte de Castellón al sureste de Teruel, existen acuíferos a 1.100 metros de profundidad que abastecen a muchas poblaciones. Los ecologistas temen que la fracturación hidráulica en estas zonas provoque un peligro extremo de contaminación. Por su parte, los favorables al fracking dicen que, por ejemplo, no existe ningún riesgo de contaminar el agua que existe a 3.000 metros bajo Madrid, ya que ellos trabajan a 1.000 metros de distancia de cualquier acuífero. “¿Alguien cree que el fluido que inyectamos a 3.000 metros de profundidad, perfectamente aislado, es capaz de ascender, por un misterio físico, y atravesar un paquete de rocas para contaminar un acuífero?”, se interroga Rafael López Guijarro.

Agencia Internacional de la Energía

Entre los efectos negativos que se le atribuyen al fracking está el que se produzcan fugas de compuestos químicos que puedan contaminar el suelo. Este riesgo, según los defensores de dicha técnica, podría evitarse blindando el pozo con cemento, para evitar cualquier fuga. Pero los ecologistas también argumentan que para realizar estas extracciones se necesitan cantidades ingentes de agua, lo cual no resulta práctico en un país como el nuestro, constantemente amenazado por la sequía. Aunque desde el bando contrario contraatacan alegando que en realidad solo se utilizan entre 10.000 y 30.000 metros cúbicos de líquido, menos que la cantidad necesaria para regar dos hectáreas de maíz.

Vecinos de Torreporgil (Jaén), en relación con las explotaciones de fracking

Dicha localidad jienense sufrió un movimiento sísmico con una intensidad de 3’6 grados en la escala de Richter a principios del pasado mes de febrero. Tras el terremoto, estalló la polémica. Hubo voces que dejaron caer la vinculación del seísmo con el fracking, algo improbable si tenemos en cuenta que todavía no se han concedido licencias de explotación, por parte de la Administración central, a ninguna de las empresas interesadas en el fracking en España. Lo que sí está demostrado es que la fracturación hidráulica puede provocar seísmos de magnitud 1 a 3 en la escala de Richter. En el caso de Arkansas, EEUU, su número ha aumentado diez veces en los últimos años por culpa de las perforaciones en Fayetteville Shale. En la región de Fort Worth también se han documentado al menos 18 pequeños temblores desde diciembre de 2008. Tras inyectar 9.000 metros cúbicos de líquido en un pozo de Oklahoma, el informe de un geólogo documentó 43 seísmos de magnitud 1,0 a 2,8 durante seis días. La empresa encargó un informe a una consultora geofísica alemana, que recomendó utilizar menos líquido en las operaciones de fractura hidráulica.

José Manuel Soria, Ministro de Industria, Energía y Turismo

Las peticiones para investigar la existencia de gas no convencional se han incrementado en España durante los últimos años, sobre todo con la intención de explorar en el norte y el valle del Ebro y el del Guadalquivir. Según el Ministerio de Industria, en 2008 se declararon 67 permisos concedidos o pedidos para buscar hidrocarburos. Hoy la cifra supera las 126 solicitudes. Pero frente al entusiasmo oficial ha surgido un manifiesto firmado por diversas personalidades del mundo académico para protestar contra los permisos de exploración que han sido concedidos en la zona del Maestrazgo. Alegan que dicha zona ya ha sido explorada ampliamente. En efecto, el sondeo que llevó a cabo Campsa en Mosqueruela (Teruel) cuando buscaba petróleo en 1981, detectó reservas de gas por debajo de los 2.000 metros de profundidad. Concretamente, la perforación llegó hasta los 2.862 metros, y al final no se encontraron los recursos deseados. Otros autores, en cambio, sostienen que realmente no sabemos si disponemos de energía almacenada bajo tierra, de ahí la necesidad de investigar la geografía española.