La naturaleza no es como la pintan en los dibujos de Walt Disney. Tenemos cierta tendencia a asignar características humanas a los animales y a pensar que se trata de un contexto idílico.

La realidad, sin embargo, está sembrada de ejemplos que demuestran lo contrario. «No puedo persuadirme de que un dios benevolente y omnipotente hubiera creado adrede a los icneumónidos con la intención expresa de que se alimentasen de los cuerpos vivos de las orugas, o de que un gato jugase con ratones», escribió Charles Darwin en una carta al naturalista Asa Gray en 1860.

Ejemplos como estos muestran que la «madre naturaleza» no entiende de reglas morales sino de mera supervivencia y que, bajo nuestro punto de vista, puede resultar extremadamente cruel.

Jugando con la presa

El mote de “ballena asesina” les viene a las orcas por comportamientos que no tienen una explicación. Después de dar caza a un león marino, y con el animal aún vivo, es frecuente verlas que se divierten lanzándolo hacia arriba y pasándolo como si fuera una pelota. Es un animal extremadamente inteligente, capaz de desarrollar técnicas de caza tan brillantes que producen escalofríos. Así, por ejemplo, se coordinan para generar una ola y  derribar a las focas que descansan sobre los témpanos. En otras ocasiones acosan a ballenas recién paridas hasta dar muerte a su cría, aunque luego la devoren parcialmente.

Hormigas secuestradoras

A pesar de su apariencia inofensiva, las hormigas matan, saquean y hasta toman esclavos. El entomólogo Mark Moffett lleva años estudiando su comportamiento y asegura que “son como los ejércitos de Mordor”. Algunas especies, como Protomognathus americanus, penetran en las colonias de otras hormigas y se llevan los huevos. Las crías de esta especie ajena crecen en el hormiguero como una suerte de esclavas sirviendo a las secuestradoras. El comportamiento recuerda al del cuco, pues una colonia promedio de estas hormigas puede consistir en una reina, cuatro o cinco obreras y unas sesenta esclavas al servicio de su majestad.

Comerse al huésped

Los icneumónidos son insectos semejantes a la avispa cuyo nacimiento es muy particular. Las hembras eligen una oruga y depositan sus huevos en el interior. Cuando los huevos eclosionan, las larvas comienzan a devorar a la oruga seleccionando primero las partes que no afectan a su supervivencia. “Como una oruga en descomposición de nada le serviría”, escribe Stephen Jay Gould, “la larva devora primero las masas adiposas y los órganos digestivos, respetando el corazón y el sistema nervioso central, para mantener vivo a su anfitrión”. Solo al final, la larva mata a su víctima.

Regular la natalidad

Las parejas de escarabajo enterrador (del género Nicrophorus) buscan el cadáver de un ratón o de otro animal pequeño para reproducirse. Una vez enterrado, para protegerlo de depredadores, la hembra pone los huevos y las larvas eclosionan al cabo de unos días. En función del número de hijos, y de las provisiones, estos escarabajos toman una dramática decisión: se comen parte de su prole para controlar que el resto sale adelante y que no hay demasiadas crías para poca comida; en ese caso correrían el riesgo de que murieran todas.

Yo soy tu lengua

El pez payaso (Amphiprion ocellaris) de la fotografía cree que tiene lengua, pero en realidad vive con un inquilino que no paga renta pero tampoco es muy molesto (aunque sí un poco asqueroso, para qué negarlo). Se trata de un crustáceo llamado Cymothoa exigua que parasita a sus víctimas sustituyéndoles la lengua. Este crustáceo isópodo es el único parásito conocido que sustituye por completo un órgano de su huésped. Al principio solo se bebe la sangre de la lengua, pero después esta se atrofia y el parásito suple su ausencia sin que el pez sufra mayores consecuencias, pues se alimenta de su sangre y mucosas, no de lo que el animal huésped come.

Canibalismo dentro del útero

En algunas especies de tiburones, la lucha por la supervivencia comienza desde muy temprano. Las crías del tiburón toro (Carcharias taurus) desarrollan los dientes nada más salir del huevo dentro del útero materno y esperan a que sus hermanos eclosionen para ir devorándolos. El fenómeno se conoce como “canibalismo intrauterino”. Las hembras de esta especie tienen dos cámaras uterinas en las que albergan varios huevos, pero de cada una de ellas solo sale un tiburón vivo: el que se come a sus hermanos antes de nacer.

Fama injusta

El canibalismo sexual es frecuente en varias especies, pero lo asociamos automáticamente con la mantis religiosa por una mala observación de los científicos. Durante años, los entomólogos observaron cómo las hembras de esta especie arrancaban la cabeza del macho y se la comían después de copular. Pero las cosas cambiaron cuando la observación de la cópula se realizó fuera de los laboratorios. El canibalismo sexual apenas se da en un 30% de los casos en libertad. En el resto de encuentros, el macho se marcha felizmente, siempre que la hembra no se quede con ganas de merendar.

Matar por la presión del grupo

Aunque el infanticidio es un comportamiento habitual en los machos de algunas especies, en ocasiones son las propias hembras las que lo practican. Las madres de tamarino bigotudo (Saguinus mystax), que viven en la selva peruana, matan a sus crías cuando la competencia entre hembras es demasiado fuerte, ya que los grupos solo suelen sacar adelante una cría cada vez. Un equipo internacional de científicos, con participación española, descubrió que muchas mataban a sus crías cuando consideraban que tenían “escasas posibilidades de sobrevivir por la situación social del grupo”. En alguno de los casos “la madre consumió el cerebro de la cría y obtuvo una fuente de nutrientes suplementaria y de alta calidad”.

Devorada por sus hijos

La costumbre de comerse al macho también está extendida entre las arañas, aunque en algunas especies, como Allocosa brasiliensis y Evarcha culicivora, es el macho el que se come a la hembra después de reproducirse. Dentro de esta orgía de canibalismo arácnido, algunas especies practican la matrifagia: comerse a la propia madre. Las hembras de la especie Stegodyphus lineatus, por ejemplo, terminan siendo devoradas por sus crías y aportando una buena dosis de nutrientes necesarios para su supervivencia.