Durante el siglo XIX, las llamadas Terrazas Rosas y Blancas fueron una de las principales atracciones turísticas de Nueva Zelanda. Consideradas la octava maravilla natural del mundo, se trataba de una serie de cascadas con piscinas naturales formadas por depósitos de sedimentos volcánicos ricos en silicio. Desafortunadamente, desaparecieron en 1886 tras la erupción del volcán Tarawera, que formó un enorme cráter en el que surgió posteriormente el lago Rotomahana.

Pero, en 2017, gracias al estudio de los diarios del naturalista Ferdinand von Hochstette, logró fijar el lugar exacto en el que se encontraban aquellas míticas terrazas naturales. Eso despertó la esperanza de que parte de ellas pudiera haber sobrevivido enterrada a unos quince metros de profundidad a orillas del lago.

Pero, ahora, un nuevo estudio realizado por un equipo de la Universidad de Auckland echa por tierra esa esperanza. Los investigadores han utilizado las más modernas técnicas para escanear el fondo del lago y sus alrededores, y no han hallado ningún indicio que permita creer que parte de las terrazas haya podido sobrevivir.

Fuente: IFL Science.

Vicente Fernández López