Las avispas de la familia de los bracónidos depositan sus huevos en el interior de unas orugas que servirán de alimento a las pequeñas larvas. Para que la reproducción tenga éxito, recurren a una estrategia única: junto a la puesta, inyectan en el cuerpo de la oruga unas partículas virales que desactivan el sistema inmunitario de esta y detienen su crecimiento en esa zona.

Así, se crea un hueco que cobija a los pequeños insectos. Recientemente, la investigadora francesa Annie Bézier y su equipo han descubierto que los bracónidos no tienen que captar un virus externo para que les sirva de “veneno”: a lo largo de la evolución han incorporado en su propio ADN veinte genes que ponen en marcha su fabricación en los ovarios de las avispas.

Redacción QUO