El cambio climático lleva tiempo llamando a nuestra puerta y muchos hacen oídos sordos a la llamada. Una situación límite que favorece situaciones nunca antes vividas, como que en pleno mes de octubre se origine en Galicia, Asturias y León uno de los peores episodios de incendios nunca antes visto en la zona en pleno mes de otoño. ¿Quién se podía esperar que ocurriera esto fuera de la temporada de alto riesgo? Pero las condiciones no han podido ser peores: un episodio de sequía muy alta, calor extremo y vientos fuertes que llegaron a avivar las llamas y trasladar las ascuas a otras zonas (originando más de 130 focos en apenas 2 días). Todo un festival de fuego que ahora ha amainado con la llegada de las lluvias. Y es precisamente en este momento, una vez se han apagado las llamas, cuando empieza la verdadera investigación: hay que dar con los culpables.

Del total de incendios forestales que se registran en España, solo un 4% tienen un origen en causas naturales, el resto están provocados por la mano del hombre. Dentro de este grupo, tenemos los que suceden por una negligencia (quema no controlada de rastrojos, hacer una barbacoa donde no procede…) y los que son intencionados, que pueden tener algún tipo de interés personal. Al margen de ellos estarían los pirómanos, quienes disfrutan viendo cómo el fuego quema terreno o que incluso les gusta ver el proceso de extinción del mismo desde fuera.

Ahora es cuestión de tiempo que se dé con ellos y se ponga nombre y apellidos a estos datos genéricos. Para entender el proceso, hemos hablado con el teniente Luis Fernando Solanas, de la Jefatura del Servicio de Protección de la Naturaleza (SEPRONA).

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¿Cómo llegar al punto de origen?

Una vez el fuego ha consumido toda una zona forestal, un equipo de investigadores del SEPRONA acude a ella teniendo en cuenta toda una serie de datos históricos, meteorológicos y estadísticos que les permitan entender lo que ha sucedido y si hay alguna pauta que se repita y que pueda tener relación con algún otro caso. Una vez en el campo, se hace una inspección ocular, tal y como apunta el teniente Solanas: “Determinamos la geometría del incendio, la forma que tiene, y acotamos la zona de inicio del fuego. A partir de ese momento, buscamos reconstruir su evolución interpretando los vestigios, los cuales indicaremos con unos banderines rojos”.

La naturaleza habla a los investigadores y hay que ser capaz de descubrir pruebas gracias al rastro que ha dejado el fuego. Descifrar estas “migas de pan” les ayudará a determinar el origen exacto donde todo comenzó a arder: “Estos vestigios nos señalan la dirección del fuego, su velocidad, la intensidad calorífica y, lo más importante, la zona de inicio. ¿Qué tipos nos podemos encontrar? Hay varios, por ejemplo, los que llamamos ‘exposición-protección’ y que afectan a elementos que ha ido encontrando en el camino. Pensemos en una piedra, esta quedará más ennegrecida por la parte donde antes llegó el fuego, lo que nos ayuda a saber hacia dónde se dirigían las llamas”.

Otra prueba importante es el lascamiento, que es el desprendimiento de la corteza de plantas y árboles cuando pierden humedad: “Si un árbol se ve afectado por una fuente de calor fuerte, se produce lo que se conoce como lascamiento de la corteza, pero lo curioso es que sucede por el lado contrario al calor. Por lo que una vez más podemos determinar la dirección”.

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Recogida de pruebas

Una vez en la zona, el SEPRONA hace todo lo posible por hacerse con cuantas más pruebas mejor: colillas, plásticos, huellas, posibles acelerantes… Todo aquello que no concuerde con el escenario es susceptible de ser investigado y estudiado, más aún cuando el más mínimo detalle puede ser la clave para dar con el método utilizado: “Los incendios intencionados tienen un patrón común que suelen ser el uso de dispositivos incendiarios retardantes, lo que permite al autor alejarse de la zona con tiempo, o acelerantes que tengan como propósito generar un fuego fuerte desde el inicio para que el incendio esté descontrolado una vez lleguen los servicios de emergencia”, destaca el teniente Solanas. Otros métodos podrían pasar por actuar de noche o despistar a los bomberos generando numerosos focos repartidos en varias zonas.

Encontrar pruebas en lugares carbonizados resulta una tarea ardua para los investigadores que, en numerosas ocasiones, deben agudizar el ingenio para que las pruebas no se destruyan al recogerlas, por ejemplo, un cigarrillo: “Para poder llevarnos colillas que están carbonizadas, usamos laca del pelo que mantiene la forma sin llegar a romperla”.

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¿Quién es al autor?

En esta cuarta fase de la investigación, es momento de unir ideas, pistas y pruebas y hacer una labor meramente policial, como la que se hace cuando se espera capturar a un asesino o un ladrón. Desde la toma de declaración de testigos, de los bomberos quetrabajan en la extinción, hasta la investigación del lugar de los hechos (cuanto antes mejor): una forma de recabar la máxima información antes de que pase el tiempo y los vecinos no sean capaces de recordar.

Determinar la causa y dar con el autor puede suponer un trabajo que puede llevar meses, algo de lo que sabe muy bien el exjefe de bomberos de Valencia y director de la Oficina Técnica de Ingeniería Forenses, Vicent Pons i Grau, quien ha tenido la oportunidad de trabajar tanto en labores de extinción como en la parte de investigación. Ante todo, advierte de la importancia de no adelantarse en decir quién ha sido el culpable: “Esto puede oscurecer la realidad del hecho y es importante saberlo para tomar medidas de prevención adecuadas. Un 4% de los incendios que se producen en España no acaban siendo resueltos, por ello no es bueno adelantar conjeturas y decir si ha sido intencionado o no”. Una advertencia que dirige a los políticos: “Deben ser conscientes que cuando se acabe la investigación es cuando se podrán pronunciar sobre la causa del incendio. Para investigar hay que tener paciencia y se necesita tiempo para dar con el verdadero autor que, como he dicho, muchas veces ni se llega a descubrir”.

Alberto Pascual García