Hambre de futuro
Los problemas para probar que los animales pueden pensar en su futuro son similares. En 2006, Nicholas Mulcahy y Josep Call, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania), enseñaron a bonobos y orangutanes a manejar una herramienta que les servía para ganarse un zumo en una “sala de recompensas”. Una vez adiestrados, les mostraban esa herramienta y seis que no eran útiles para obtener el premio, pero dejaban cerrada la sala de recompensas, por lo que los animales no se llevaban ninguna herramienta. Entonces, les abrían la sala de recompensas, pero, al carecer del instrumento adecuado, no podían llevarse el premio. Cerraban la sala y, una hora después, les dejaban de nuevo las herramientas a mano. Los simios aprendían que era mejor guardar el utensilio mientras pudieran, por si volvían a abrir la sala de recompensas. “Esto demuestra que los simios pueden seleccionar, transportar y guardar una herramienta para su uso en el futuro próximo”, dice Call. Pero para Suddendorf, siempre a la contra, lo que parece un plan podría ser en realidad condicionamiento clásico, llevado por una sed de zumo de frutas en el momento del experimento y por haber aprendido poco antes a usar la herramienta con un cierto propósito. Este argumento nace de la llamada “hipótesis Bischof-Köhler” (Norbert Bischof y Doris Bischof-Köhler, de la Universidad Ludwig Maximilian, en Múnich, Alemania). A finales de la década de 1970 sugirieron que, mientras los humanos son capaces de usar su experiencia para pensar en el futuro –planear una comida aunque no tengan hambre, por ejemplo–, los animales solo son capaces de actuar impulsados por su motivación en ese momento.

Por si vuelvo a tener hambre
Un posible contraejemplo procede del trabajo realizado en Costa de Marfil en la década de 1980 por los primatólogos Christophe y Hedwige Boesch. Observaron chimpancés que trasladaban una gran piedra cuando iban en busca de nueces, y después la utilizaban para cascarlas. Ellos vieron aquí un ejemplo de previsión animal, pero Bischof aprecia los mismos problemas: “Es una forma muy impresionante de anticipación del futuro, pero está guiada por su apetito de nueces en ese momento”, dice. Una vez saciados, los chimpancés tiran las piedras, aparentemente sin reparar en que quizá las podrían necesitar en el futuro. Si fueran capaces de prever que van a volver a tener hambre de nueces, las guardarían. Decididos a desmentir a Bischof-Köhler, Clayton y Dickinson (los del experimento con gusanos) idearon un complejo y concienzudo experimento (véase el cuadro a la izquierda) por el cual lograron que unos arrendajos de matorral escondieran para un futuro un tipo de comida del que ya estaban sobradamente saciados.
Para Clayton y sus colegas, lograron desafiar seriamente la hipótesis de que los animales se mueven por los impulsos inmediatos que les causa una situación (sea esta propiciada por el hambre o por otras causas). Sus aves parecían ser capaces no solo de anticipar, sino también de actuar y satisfacer una necesidad futura y muy poco inmediata. Hay otros ejemplos que desafían la hipótesis de Bischof-Köhler. William Roberts y Miriam Naqshbandi, ambos en la Universidad de Western Ontario en Londres (Canadá), dieron a unos monos ardilla la posibilidad de elegir entre uno y cuatro dátiles, una de sus frutas preferidas. Por puro instinto, es predecible que los animales casi siempre escogieran los cuatro.

Ve poniéndome un vaso de agua
A continuación, los investigadores se llevaban las botellas de agua justo antes de que eligieran, y las devolvían justo media hora después si los animales preferían un dátil, mientras que les negaban el agua durante tres horas si se habían decantado por los cuatro dátiles. Los animales pronto empezaron a mostrar una preferencia por un dátil, en vez de los cuatro del principio. Roberts considera que esto sugiere la capacidad de los animales de anticipar que estarán sedientos en el futuro, a pesar de no tener sed en el momento de hacer su elección.
Sin embargo, para Suddendorf tampoco este experimento –ni ningún otro– ha conseguido refutar la hipótesis de Bischof-Köhler. La explicación más probable del comportamiento de los monos ardilla, según él, es que aprendieron a asociar que tomar cuatro dátiles acarreaba la incomodidad de la sed. Esto, dice, no es lo mismo que prever.
Tampoco está precisamente emocionado con los hallazgos de los arrendajos. “Los humanos no tenemos prácticamente límites en lo que respecta a clases de cosas que podemos recordar y planear. Todavía no hay evidencias de que los arrendajos de matorral hagan algo más que esconder y recuperar la comida”. Y no es que sean muy buenos en eso, según él: “Hay que considerar que en el laboratorio no tiene sentido, de hecho, esconder la comida, habida cuenta de que son los humanos los que alimentan a las aves”, escribió junto con Corballis en un ensayo que rebatía el experimento de los arrendajos.

La ‘evidencia de la ausencia’
Clayton dice que esa crítica es “ridícula”, y defiende sus experimentos en un reciente artículo de Animal Behaviour. Señala que, incluso en cautividad, los arrendajos necesitan esconder la comida, no solo porque quizá no venga nadie a darles de comer mañana, sino también para evitar que la roben otras aves. “Dado que el futuro nunca está claro, un poco de seguridad siempre es bienvenida”, comenta Clayton. Además, siempre merece la pena enterrar exquisiteces como gusanos de cera. “Yo siempre escondo los bombones que tomo después de cenar, incluso aunque no me los quiera tomar en ese momento”, confiesa jocosamente. Clayton y Suddendorf están de acuerdo al menos en una cosa: que nadie ha sido capaz de demostrar hasta ahora que estos y otros animales creen imágenes mentales de su pasado o de su futuro. Pero, como apunta Clayton: “No puedes tomar la ausencia de evidencia como evidencia de la ausencia”.
Está por ver si alguien encontrará un camino para proporcionar esta clase de pruebas, o si las dos partes pueden ponerse de acuerdo en qué podría constituir el viaje mental en el tiempo para los animales. Pero en vista de que cada vez se profundiza más en la mente de los animales, podemos esperar que averigüemos mucho más sobre cómo entienden su mundo. Esto tendría consecuencias de gran alcance sobre el modo en que les tratamos y el concepto que tenemos de ellos. Después de todo, quizá ellos tienen sus propios planes.

Redacción QUO